La verdad y otras mentiras (#CerebroClínico) | 24 FEB 15

"Infoxicados", las noticias como veneno

Acerca del consumo incontrolable de información y de sus posibles consecuencias en las personas más vulnerables. Una propuesta de clínica de la intoxicación informativa
Autor/a: Daniel Flichtentrei 

"Las neuronas procesan toda la mierda tóxica que nos rodea y tal como les llega la trasladan al conocimiento" Manuel Vicent

Todos los días asisto a pacientes que se sienten agotados, sin iniciativa, con temor a enfrentar la vida cada mañana. Algunos tienen pánico al salir a la calle, otros sienten que los acecha un peligro inminente aunque no pueden identificarlo con precisión. Están agobiados, aterrorizados, desfallecientes. El futuro ha dejado de ser el tiempo que tienen delante para concretar sus sueños. Sus deseos están en el pasado. Lo que sueñan es lo que han perdido, ya no lo que les queda por lograr. Han reemplazado la esperanza –que siempre ha sido un motor- por la nostalgia –que no conoce otra melodía que el lamento-.

 Los examino, los estudio en busca de las causas físicas que podrían manifestarse de un modo tan inespecífico. Hablo con ellos buscando síntomas depresivos o de otra patología mental, les hago pruebas estandarizadas de diagnóstico. En general, no encuentro nada. El motivo del agobio que los aqueja no aparece por los lugares donde lo busco. Entonces, liberados del fantasma del cáncer de páncreas, del hipotiroidismo o de la depresión, conversamos más relajados.

Son hombres y mujeres de todas las edades, jóvenes y viejos. Se desmoronan en la silla y dejan caer sus abrazos pesados sobre las piernas. Exhalan un soplido largo y sostenido, como si se desinflaran. Casi siempre, me dicen: “no doy más”, o algo parecido. Los veo exhaustos, buscando ayuda para algo que no saben qué es y para lo que no encuentran las palabras que lo nombren. Agotados a causa de un trabajo que no recuerdan haber realizado. Fundidos y desconcertados.

Me he preguntado qué les pasa, cientos de veces. Los interrogo una y otra vez. Sus historias fueron sedimentando en mi memoria como un archivo que no encontraba un criterio para clasificar lo que guardaba. Anárquico y desorientado.

Poco a poco fui identificando regularidades. Puntos de convergencia de narraciones que parecían distintas pero que se parecían más de lo que imaginaba. No tengo pruebas, no encuentro bibliografía con la que comparar lo que me describen. Es evidente que se trata de mi propia ignorancia, entonces leo y pregunto, pero nada me convence.

¿Qué les pasa a tantas personas?

"Están saturados de información redundante, de mensajes apocalípticos que reciben en dosis masivas y tóxicas. Infoxicados"

Mi conclusión prematura -y en busca de fundamentos- es que están saturados de información redundante, de mensajes apocalípticos que reciben en dosis masivas y tóxicas: infoxicados.

No se trata de que lo que se les diga sea falso o verdadero, ni siquiera del contenido de aquello que se comunica sino del modo en que se lo hace. A toda hora del día, de mil formas distintas, en un bucle recursivo que se autoperpetúa hasta lo intolerable. Los hechos que reciben están casi siempre descontextualizados, son retazos de realidad aislados de otros hechos o de las circunstancias que permitirían darles sentido y procesarlos. Sucesos que se replican como un eco perverso del que nadie puede escapar. Martillazos en la cabeza.

Ellos sienten el impacto y buscan aclarar la confusión comiendo más del mismo veneno. La desorientación que produce la replicación incesante busca atenuarse con más y más reiteraciones. Encienden la radio del auto, la tele apenas entran a sus casas, leen los diarios en el baño, vuelven a ver el noticiero en la sala de espera del odontólogo o mientras sudan en el gimnasio, se llevan auriculares mientras pasean al perro, se suscriben a redes sociales de noticias y acomodan la radio encendida debajo de la almohada antes de dormir para que ese susurro tóxico les acune el insomnio. Comentan las noticias con el vecino en el ascensor o en la cola del banco. Participan de las redes sociales y de su colectiva ilusión comunicativa. A toda hora, en todo lugar. Nunca están a salvo, no tienen reposo. Están solos y conectados. Son náufragos.

Alguien nos escribe la agenda. Estamos cautivos entre muros de mensajes que se disparan en secuencias atropelladas como ráfagas de ametralladora. Vivimos bajo un incesante fuego cruzado que nos reclama y nos devora sin piedad y sin pausa. Desconocidos eligen por nosotros el objeto de nuestras preocupaciones. No sabemos quiénes son, pero ellos nos conocen. La información se nos muestra sin jerarquías que permitan distinguir lo importante de lo irrelevante. La novedad es un fin en sí mismo, no importa de qué se trate. Los canales son más importantes que los contenidos, los emisores más que lo emitido, los signos más que el significado. Las fuentes están centralizadas, mientras creemos ver cosas distintas o puntos de vista diferentes, vemos lo mismo, y lo mismo, y lo mismo...

La competencia no es por informarnos mejor acerca de los hechos (y ayudarnos a comprenderlos) sino por capturar nuestra atención

La competencia no es por informarnos mejor acerca de los hechos (y ayudarnos a comprenderlos) sino por capturar nuestra atención. Las neurociencias han demostrado hace mucho tiempo que se trata de un recurso limitado. Que esa capacidad cerebral es múltiple y es plástica, pero que tiene límites. Los datos se ofrecen de tal modo que se orientan a producir una respuesta emocional más que un insumo argumentativo para pensar la realidad. Nuestra atención es la presa (y ellos el predador). La persiguen día y noche para atraparla y retenerla. Ya se sabe, la respuesta aguda al stress favorece ciertas funciones mentales como el alerta y la memoria, pero su estímulo incesante conduce al deterioro cognitivo y perpetúa el padecimiento subjetivo. De este modo anulan nuestra voluntad y toda posibilidad de selección racional de los datos que recibimos. En una acción empecinada y oculta, travestida de falsas necesidades o de buenas intenciones, buscan capturarnos por completo, por exceso y por saturación. Y lo logran, de un modo despiadado. Ellos ganan, nosotros perdemos, siempre.

Sobreestimulados y abandonados

 

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