Punzante editorial del autor de "Letra de médico I y II" | 04 SEP 12

Muerte digna y pacientes torcidos

Los otros "encarnizamientos": informativo, farmacológico, derivativo, administrativo, prejuicioso...
Fuente: IntraMed 

Muerte digna, onore vita.
Francesco Petrarca.

Primum non nocere
Hipócrates.

“Son una nueva categoría de pacientes. Una que incluye a familias destrozadas. A madres presas de esperanzas sin fundamento. A hijos extenuados e insomnes velando a sus padres que no acaban de morir. Desde sus ojos ausentes, una mirada vacía nos señala como un dedo acusador. Allí están, aunque nadie los vea. Una vez más el sueño de la razón produjo monstruos.” Encarnizados
Dr. Daniel Flichtentrei.

La promulgación de la llamada ley de “muerte digna”, va a brindar al paciente terminal el marco legal para protegerse del llamado “encarnizamiento terapéutico”. Como tantas leyes vinculadas a la salud, esta viene a dar respuesta a los excesos de la tecnología, de la ciencia, de la razón y de la omnipotencia médica.
Hace apenas treinta años, los pacientes fallecían en su domicilio rodeados de sus seres queridos. La muerte era digna, no requería de ninguna legislación.

Sería interesante seguir esta línea de proyectos legislativos, pero sobre los derechos de los pacientes en general y no solamente en aquellos terminales. Seguir ampliando los derechos de los pacientes para evitar otros encarnizamientos, a saber:

• El “encarnizamiento informativo”: sucede cuando el médico, sin importarle si el paciente está dispuesto a escucharlo, decide dictarle una clase pormenorizada de la patología que padece, incluyendo descripciones minuciosas de la enfermedad, sus complicaciones y el desenlace fatal. Agrega a su disertación imágenes en la computadora y de sus últimos trabajos publicados. El paciente recibe esta información como un fusilamiento de palabra*. Frases desgarradoras y lacerantes dichas por su propio médico. ¿Quién defiende al paciente de la información de su enfermedad que él no desea conocer?

• El “encarnizamiento farmacológico”: acontece cuando el médico, a fin de resolver cuanto antes la consulta, responde a cada síntoma con una receta. Entonces el paciente va acumulando medicamentos para cada molestia y luego va agregando otros medicamentos para resolver las molestias que le generan las pastillas, o como consecuencia de su asociación. A esto se le agrega el reemplazo periódico de cada fármaco por la droga de última generación que cuesta tres veces más o la versión que dura veinticuatro horas y tiene lo mismo pero aumenta su costo considerablemente. Entonces el paciente se construye una agenda horaria de ingesta de medicamentos, que sustituye su vida diaria e incorpora al farmacéutico como un miembro de su familia. Este último se encargará de demoler, en una sola frase, la ilusión de la felicidad medicamentosa: “la mayoría de los fármacos son para vender”.

• El “encarnizamiento derivativo”: es lo que practica el médico para sacarse al paciente de encima con la excusa de la excelencia profesional. Así, tras una breve escucha del motivo de consulta, el profesional lo deriva al colega especialista. Entonces el paciente peregrina por cuanto experto en órganos y sistemas exista y así va derivando hasta llegar a las sub sub especialidades. Ejemplo: una molestia banal en el dedo gordo del pie transita por el traumatólogo, el reumatólogo, el flebólogo, el podólogo, el ortopedista y termina en el híper súper especialista de la uña del dedo gordo del pie derecho.

• El “encarnizamiento administrativo”: lo efectúan médicos de las obras sociales o pre pagas entrenados en descubrir la falta de un sello, el número de estudios, el tachón o cambio de tinta, la solicitud de resúmenes de historia clínica y estudios previos, errores en el número del afiliado, o de la fecha, atrasos en las cuotas o renovación del carnet o programas de cobertura o períodos de carencia o de tantos obstáculos como existan en una administración; todo esto sin contar la caída del sistema. El paciente deambula así del médico a la clínica y de allí a las oficinas de autorización para volver al médico y repetir idéntico periplo, como en una cinta de Moebius, tantas veces como fuera necesario. De este modo le ocasionan un daño tan grave como la enfermedad que lo llevó a la consulta. El paciente llega a un punto en que no sabe si su deseo es curarse o que le autoricen los estudios.

• El “encarnizamiento prejuicioso”: aunque usted no lo crea, es el más doloroso. Es el que practican algunos médicos con mentalidad de ameba para discriminar, juzgar y condenar al paciente por su condición social, nivel intelectual o económico, por sus ideas religiosas, por la edad, por su elección de género, por su indumentaria o color de piel u ojos. Este rasgo patológico del médico resulta deleznable en el vínculo con el paciente, ya que atropella el rasgo más humano de una relación que es la diversidad.

• El “encarnizamiento complementario”: consiste en estudiar al paciente, independientemente del motivo de consulta, con cuánto método complementario de diagnóstico esté a nuestro alcance. No importa la edad, sexo o patología. Se lo estudia completo por las dudas: análisis de todo tipo, pruebas funcionales, radiografías, tomografías, resonancias, endoscopias e imágenes tridimensionales a todo color. No existe el paciente sano, existe el paciente insuficientemente estudiado. Si todos los estudios dan normales habrá que repetirlos porque la técnica también se puede equivocar. Hasta que por fin se puede arribar al diagnóstico de “algo”; ya lo dice sabiamente la frase popular: “el que busca, siempre encuentra”.

• El “encarnizamiento tiempista”: quizás sea el padre de todos los encarnizamientos y consiste en no darle tiempo a la consulta. El paciente no cuenta entonces con el tiempo necesario para ser atentamente escuchado y no se le realiza un examen físico minucioso para prevenir o diagnosticar su dolencia. No hay tiempo para indicarle los métodos complementarios o los medicamentos o las indicaciones o recomendaciones para su enfermedad. Ni hablar de hacer prevención. Médicos y pacientes impacientes atrapados en una vorágine de inmediatez enloquecedora. Sin tiempo no puede haber relación médico-paciente saludable. Antes, las consultas se pautaban por la mañana o cuando caía el sol, después fueron cada hora y hoy en gran parte de las instituciones los turnos se dan cada quince minutos. Como dice el refrán: “el tiempo es oro.” Y se sabe que la salud de un solo paciente vale más que todo el oro del mundo.

 

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