Escepticemia, por Gonzalo Casino | 11 ABR 11

El miedo y los sievert

Sobre los efectos de la exposición radiactiva, la incertidumbre y lo invisible
Autor/a: Gonzalo Casino Esceptisemia

Con el reciente accidente nuclear de Japón, el nombre del físico sueco Rolf Maximilian Sievert ha escapado –como una fuga radiactiva– del reducto de la jerga científica para infiltrarse en el lenguaje de la actualidad. El sievert (Sv) es quizá la unidad internacional más tenebrosa, pues mide los efectos biológicos de la exposición radiactiva en los seres humanos. Para el común de la gente, se trata de una medida abstracta e incomprensible, como lo es la propia fisión nuclear. Sus dígitos pretenden informarnos de un fenómeno invisible y hasta cierto punto inverosímil, si no fuera porque sabemos, a ciencia cierta, que la radiactividad existe y nos puede matar.

La radiactividad está presente en el medio ambiente de forma natural, aunque  en cantidades que no representan un problema para la salud. Por término medio, cada persona recibe una radiación ionizante de 3 mSv al año, el 80% procedente del espacio exterior y de las rocas, y el resto, de aplicaciones médicas. Así, una radiografía de tórax implica una dosis de 0,1 mSv (equivalente a la radiación natural de 10 días); una mamografía, 0,4 mSv (equivalente a la de 7 semanas), y un escáner abdominal, 15 mSv (5 años). 

¿A partir de qué umbral la exposición radiológica es peligrosa para la salud? Es difícil de precisar, porque todo es arbitrario, e influyen la proximidad a la fuente, el tiempo de exposición, el tipo de material radiactivo, las condiciones atmosféricas y la edad, entre otros factores. Además, las partículas radiactivas pueden ser inhaladas o ingeridas con alimentos contaminados. Sabemos, eso sí, que una exposición aguda de 1 Sv causa envenamiento por radiación, con síntomas como vómitos o pérdida del pelo, que con dosis de 3 Sv aparecen hemorragias y que con más de 7-10 sV sobreviene la muerte.

Pero para sufrir estos niveles de exposición hay que estar muy próximo a una fuente radiactiva. En el accidente de Chernóbil de 1986, murieron 31 personas y varios centenares resultaron gravemente contaminadas. Entre las 135.000 personas que vivían en las proximidades de la central y tuvieron que ser evacuadas, aumentó la incidencia de cáncer de tiroides, leucemias y otros tumores, especialmente en niños y jóvenes, pero 25 años después todavía no se conoce con precisión el impacto de la exposición radiactiva sobre la salud.

Para alguien que vive en Japón, las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre el riesgo de las radiaciones ionizantes son desesperadamente imprecisas: “La exposición a altas dosis de radiación puede incrementar el riesgo de cáncer”. Las recomendaciones para minimizar los efectos de la exposición radiactiva están aparentemente claras: evitar el consumo de alimentos producidos en la proximidad, tomar pastillas de yodo para prevenir el cáncer de tiroides, encerrase en casa... Sin embargo, tan difícil es protegerse del todo como conocer el riesgo real por una determina exposición.

 

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