Las patologías de la alimentación y la cultura | 07 ENE 10

La decisión comer

Responden a la personalidad y a la historia de cada persona.

Las autoras destacan que las patologías del comer no deberían ser tomadas en forma aislada, sino que responden a la personalidad y a la historia de cada persona: el aprendizaje de comer no es otra cosa que “el delicado trabajo de incorporar un miembro a una comunidad determinada”.

Por Patricia Romero Day y Dolores Lojo *

Las patologías del comer se inscriben en la personalidad total del individuo: los cambios deben ser estructurales, no parciales, ya que no hay síntomas aislados, sino inscriptos en estructuras patológicas complejas. Además, hay matices: no es lo mismo una inapetencia que una anorexia, y una adicción no es lo mismo que una ingesta aislada.

El cuerpo que habitamos es exterior al yo que lo observa, lo piensa y aun lo siente. Aceptar la complejidad del medio interno requiere un trabajo psíquico esforzado, para hacerlo perceptible y no actuar el espanto o rechazo inmediato. Los órganos están cubiertos por la piel, y ésta por las vestiduras: el impacto debe ser atemperado. De esto puede dar cuenta cualquier estudiante que haya pasado por una morgue. Y la desnudez, por su contacto con la liberación del erotismo, está en las preocupaciones de la cultura.

Así como los ojos se cierran ante un impacto que atraviese los diques del pudor y el asco, la boca se cierra cuando no hay palabras y gestos de amor que hagan posible su apertura. Y no es verdad que el hambre termine venciendo: una persona cautiva en un centro de detención, durante la dictadura, perdió diez kilos en tres días; no podía tragar lo que no veía por tener los ojos vendados, y por venir la comida de alguien hostil.

La extensión de la realidad no es mayor que la que el psiquismo pueda soportar después de haber revestido culturalmente, con significados, la crudeza que lo rodea. Las medidas de lo incorporado están reguladas por una especie de esfínter perceptivo: si aparecen la náusea o el horror o el escándalo, habrá habido una irrupción desorganizadora; si, en cambio, hay sorpresa, curiosidad o interés ante lo nuevo, es que pudo inscribirse en un código que preparó su inclusión, así como una nueva palabra puede agregarse a la red de un lenguaje ya conocido.

Por eso, la decisión de qué comer tiene un largo y complejo recorrido. La sensación de necesidad de alimento se asienta en lo biológico, pero se configura por aprendizaje, de manera especial en cada humano: y es más fácil cerrar la boca que el oído a los mandatos culturales.

La armonía, como se la concibe y espera, no necesariamente es natural en el ser humano. Los ciclos circadianos, los horarios alimenticios, la educación de esfínteres, todo va a entrar, desde el primer día de vida, en una organización construida en lo cultural. Antes, es posible que los ritmos de la madre hayan creado ciclos tranquilizantes: mecer rítmicamente, organizar en ciclos, aplaca. La capacidad de demora, fundamental para cualquier logro, depende de la creación de tales ciclos. Postergar la descarga directa de la pulsión es fundamental para la vida: terminará en el sabio pensar antes de actuar.

Es cierto que a algunas personas les resultan más naturales que a otras ciertos talentos. Hay dones, recibidos desde lo genético o lo social, que facilitan las cosas. Quien no los hereda, tendrá que trabajar más duro, pero, en lo paradojal de la vida, suele progresar más. La observación indica que hay lactantes más dotados que otros para la postergación; parece que inscripciones previas también los condicionaran para este aprendizaje.

El lenguaje incluye palabras que remiten a la oralidad, la analidad, la digestibilidad. No es fácil circunscribir lo oral: hay un estilo de comer y una manera de hablar característicos de cada persona. También un estilo de escuchar. Hay un estilo de olvidar las palabras que no sirven a lo propio, y de excretar el resto de aquello que del alimento no fue utilizado en el metabolismo del cuerpo. Tanto comer como hablar están atravesados por rituales, redes que organizan y procesan esas acciones. A la ciega pulsión buscadora de objetos se le ofrecerán, según contextos, diferentes escenarios para crear su fantasmática.

 

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