“En esta vida presa de erotomanía,
voy rodando valentía pa´ decirte la verdad”
(La Shica)
Mientras mis compañeros estaban reunidos en el auditorio, mientras el cuerpo de Aurelio viajaba en una camilla hacia la morgue, mientras Zipo le cantaba “No woman, no cry” como su homenaje final; yo estaba parado en un pasillo sin saber qué hacer.
En cuanto me quedé solo las preguntas pendientes volvieron a interrogarme. Es necesario aturdirse para no escuchar el estruendo del silencio. Es insoportable no tener nada que hacer. Es mucho peor que estar atosigado de tareas inútiles. Es por eso que los aeropuertos, las estaciones de tren, las cárceles, las playas o los consultorios son lugares atroces. Pequeños infiernos repletos de nada. Lo dramático de todo encierro no es sólo que nos aísla de los demás, sino que nos condena a nosotros mismos. Pero hay ocasiones en las que el vértigo de los acontecimientos nos desborda. Entonces, buscamos la soledad y el silencio. Un cono de sombra donde quitarnos los disfraces y reencontrarnos con los restos agónicos de lo que siempre hemos sido. Es un consuelo idiota, pero todos los son.
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