La verdad y otras mentiras | 19 NOV 08

¿Comerán nuestros sueños los gusanos?

Acerca de lo intolerable y sus subterfugios.

“El sol y la muerte no se pueden mirar fijamente” La Rochefoucauld

Hemos sido despojados de nuestros momentos de ingreso y egreso de la vida. Nacimiento y muerte - tal vez las más íntimas acciones de cuantas seamos capaces - han quedado en manos de la Medicina. Como una mancha voraz que todo lo puede y todo lo quiere la medicalización de la existencia ha hecho del nacer y del morir dos actos médicos.

La muerte ya no puede ser “propia”. Su acontecimiento ha quedado atrapado entre las paredes del hospital. El moribundo se “interna”, se sustrae a la mirada de los otros. El obsceno espectáculo de la muerte queda así privatizado y recluido. Lo que no debe mirarse no es expuesto. El horror de lo innombrable legitima su desaparición devorado por la insaciable boca de la técnica. La muerte es allí una anormalidad, un trastorno a tratar, un límite, un fracaso. La ciencia ofrece a la conciencia puentes sobre los abismos. Puentes sobre otros puentes que sólo conducen a otros abismos.

Los médicos oficiamos como sacerdotes que detentan un saber que nunca tendrán. Esconden a la muerte vergonzosa, inapropiada y sucia. Desprovistos de recursos emprenden su tarea imposible. Mientras esa otra “vergüenza”, el sexo, hoy se exhibe despojada de prohibiciones, la muerte queda interdicta y confinada. Entonces ese morir aséptico e incontaminado se convierte por vez primera en un auténtico acto salvaje. Ante ella sólo quedan dos actitudes: el sentimiento de fracaso, con su consecuencia de “encarnizamiento terapéutico” o el abandono y la indiferencia respecto de lo se quiere negar. En ningún caso, el acto más humano de la existencia, se acompaña de aquello que lo define: el contacto con sus semejantes, la conciencia reflexiva de lo que ocurre, la memoria de cuanto se ha vivido o la angustia legítima que ello provoca.
 

Por qué plantear opciones excluyentes: “matar” o “dejar morir”, ambas vistas con horror y criminalizadas. Por qué no pensar que lo lógico, lo verdaderamente humanitario, sería “permitir morir” con dignidad.

Vista desde la perspectiva final, la vida adquiere un significado que sólo el moribundo puede encontrar. En su conciencia los pobres datos de la biología se hacen narración y reptan agónicos en busca del sentido. El dolor por los que dejamos podría convertirse así en saber en quienes quedamos. La ruptura podría transformarse en continuidad. El abandono en encuentro.

Hay dos cosas con las que la Medicina no sabe que hacer: la salud y la muerte. Desarticuladas del continuo vital aparecen como ajenas. Como monstruosidades contra las que no encuentra armas y por lo tanto niega. “Quien vive en la solución no comprende el problema” (P. Sloterdijk).

La muerte propia:

“Contra la obsesión de la muerte, tanto los subterfugios de la esperanza como los argumentos de la razón resultan ineficaces” Emil Cioran.

La muerte “propia” es sólo el largo terror que la precede. La suma de fantasías y pesadillas que construyen un momento que les será finalmente sustraído. En realidad eso es la muerte. Sólo el espanto de lo por venir, la herida brutal de lo que no tiene remedio. La bárbara contundencia de la única certeza. Lo que no teniendo “ser” es de todos modos “real”.

El pánico que produce aparece en ocasiones travestido de lucha contra el envejecimiento, de ridícula metamorfosis quirúrgica o de absurdos excesos de la cosmética. El rostro de la muerte, que se dibuja cada mañana en el nuestro, debe rendirse a la tecnología de la máscara.

Pero aunque cada muerte es fatalmente única y solitaria, también es social e inevitable. Debemos morir porque la vida debe continuar. El equilibrio requiere de la desaparición para permitir la continuidad de la especie. Esta ley tan imperativa y tan ineludible contradice el sueño arrogante de la individualidad. Sumerge la fantasía de lo único bajo el peso de lo múltiple. Es la condición de posibilidad que justifica la feroz idea del tiempo y que disuelve el cuerpo individual ofreciéndolo a la larga deriva de la especie. Es el injerto de lo animal en lo humano. Es la desnudez más vergonzosa y más encarnada. Es la servidumbre a un fin que nos excede y a un objetivo que no elegimos.

 

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