La verdad y otras mentiras | 12 MAR 08

"Mi perro Dinamita"

Entre la biología y la biografía..., ¿qué?

"Yo no sé si a tu perro le gusta ladrar a lo bobo. Mi perro ­No! no quiere ­No! con el hocico afiebrado ­No! recuperando palitos, corriendo a lo bobo"
J.C. Solari

Subí al auto algo aturdido. No sabía exactamente para qué. Quince minutos más tarde ingresaba en la residencia donde –desde hacía dos años- estaba internado mi padre. El edificio era una casona antigua pero elegante. Desde el frente podían verse las ventanas del primer piso abiertas y las siluetas de varios ancianos deambulando en soledad. Se cruzaban sin dirigirse la palabra. En el único balcón tres mujeres jugaban a las cartas. Beatriz, la enfermera, se sorprendió al verme.

- ¿Pasa algo?

- No, simplemente pasaba y quise saludar al viejo.

- Suba, está en el comedor.

El ambiente era enorme. Nadie hablaba, marchaban en silencio rodeando el perímetro del lugar. A través de las ventanas llegaban, algo atenuados, los sonidos de la calle. El televisor estaba encendido y mostraba escenas de un barco y una playa donde había lobos marinos o focas y algunos pinguinos. Nadie miraba la pantalla. En el extremo opuesto a donde me encontraba Manuel agitaba las piernas sentado en una silla con las manos juntas sobre sus rodillas y los pulgares haciendo un movimiento circular a gran velocidad. Me acerqué. No levantó la cabeza. Decía algunas frases que no logré comprender y que se repetían incesantemente a un ritmo vertiginoso. Todo en él giraba velozmente sin avanzar en ninguna dirección. Estaba detenido, pero a gran velocidad. Imaginé la rueda de un coche atascada en la arena. Máxima aceleración, pero sin desplazamiento. Le acaricié la cabeza pero no pareció darse cuenta. Yo, en cambio, me estremecí por completo.

- Manuel…soy yo.

Me miró sin ninguna expresión. Al cabo de algunos segundos, que me parecieron eternos, se sonrió. Bajó la cabeza y continuó con aquellos complejos movimientos y reiterando palabras en un idioma que me resultaba incomprensible. Me agaché, abracé sus rodillas que no dejaron de temblar. Puso sus manos sobre mi cabeza. No pude mirarlo a los ojos. Habló.

- Mi perro, se llama Tomás. Todos los quieren, pero mamá dice que lo echará a la calle.

 

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