Si se analiza el contenido de dicho cuadro se puede ver que muchos de estos factores de riesgo tienen una alta frecuencia en las condiciones actuales de la práctica clínica. Por ejemplo, nuestro sistema de salud, con base en la necesidad de propiciar la formación médica, se sustenta precisamente en médicos inexpertos, que no siempre cuentan con la debida supervisión y asesoría. El primero que atiende a un paciente, aun grave o de urgencia, no es el más experto, sino el menos, porque de esa forma aprende. El experto suele participar en un segundo tiempo, a veces para corregir los errores que se cometieron en el primero.
La práctica contemporánea implica la introducción frecuente de nuevos procedimientos, como marca de progreso, y, por tanto, la multiplicación de las oportunidades de error. La tendencia demográfica y epidemiológica demuestra que la mayoría de los pacientes hoy en día pertenece a los extremos de la vida. Gran parte de los médicos debe atender varios trabajos, laborar en condiciones inapropiadas, tomar decisiones bajo la incertidumbre, y todos los médicos responsables se agobian por la responsabilidad que implica su desempeño. Nuestro sistema funciona con médicos cansados. Las residencias están diseñadas para aprender a responder en estas condiciones porque se asume que así tendrá que ser toda la vida profesional.
La virtud del error
Se puede admitir que si bien los errores concretos son evitables, el error en abstracto no lo es. En otras palabras, podemos aplicar estrategias para reducir al mínimo los errores conocidos, pero seguiremos cometiendo otros. Más que en los errores mismos, habría que poner atención en la respuesta de quien los comete. Karl Popper5 (1902-1994), uno de los filósofos más importantes del siglo XX, decía que el error es la fuente de retroalimentación más rica y enriquecedora en la experiencia humana, y que debemos estar preparados para convertir los errores en oportunidades de avance y mejoría. Una persona y una sociedad maduras sacan provecho de sus errores, sin que ello signifique, por supuesto, ensalzarlos. En algunos hospitales académicos, las sesiones anatomoclínicas ya no son sólo una ostentación de las habilidades de los médicos para el razonamiento diagnóstico ni una oportunidad para poner en evidencia a los clínicos por parte de los patólogos, sino un análisis juicioso de los errores cometidos y de las propuestas para evitarlos.6
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