Familia / Chicos inquietos, padres alterados | 17 SEP 06

El desafío de reeducar

Contra lo que se cree, los trastornos de aprendizaje tienen componentes genéticos y neurobiológicos, y no son de origen emocional, aunque una vez instalados repercuten negativamente en la vida de relación y en la autoestima de los chicos.

/ Parte II

Santiago está en cuarto grado, pero ya desde el jardín de infantes tenía problemas para nombrar los colores. "Le mostrabas algo amarillo y él te decía que era azul. Pero si le agrupaban los colores, los distinguía fácilmente –cuenta Gaby, su mamá–. De pronto, para resolver un ejercicio en matemáticas o recordar algo, él se las arreglaba: el problema era la lectura y, sobre todo, escribir." Así, llegó el día en que la llamaron de la escuela, y empezó el largo peregrinar por médicos y psicólogos. "Fuimos a un oftalmólogo porque pensamos que podía ser daltónico, al neurólogo, al psicólogo. Le hicieron un mapeo cerebral. En la escuela me recomendaron a una psicopedagoga y ella nos dijo que era un problemita emocional."

Ese fue el error más grave: un mal diagnóstico. Porque el problema que Santiago enfrentaba a la hora de aprender tenía nombre: dislexia. A pesar de que en nuestro país todavía se discute acerca del origen de los trastornos de aprendizaje, y a menudo se los contempla como problemas emocionales, existen fuertes evidencias científicas que señalan una línea neurobiológica implicada en estas dificultades. La alteración no es orgánica (no radica en ningún órgano concreto) sino funcional, y se agrupa en un racimo de problemas: los conocidos como las "dis": dislexia, disgrafía, discalculia (ver recuadro) son algunas, pero no todas. El déficit de atención (ADD; ver LNR de la semana anterior) también se incluye dentro de este conjunto de trastornos, junto con el síndrome de Tourette, cuya manifestación básica son los tics.

En todos los casos, son cuadros crónicos: problemas que, si bien transcurren durante toda la vida, se pueden reeducar, manejar y contener. La fonoaudióloga Isabel Pampliega, directora del Centro Interdisciplinario del Lenguaje y del Aprendizaje, dice que existen formas de intervenir tempranamente cuando hay dificultades en el habla que puedan impactar en el aprendizaje. "Primero hay que asegurarse de que el chico vea bien y de que emita bien los sonidos, y para esto es importante determinar si respiran y muerden bien –expresa la fonoaudióloga–. Si un niño llega al preescolar diciendo vede por verde y teno por tengo, lo correcto sería que no lo pasaran a primer grado, para evitar que vayan sumándose problemas."

Y si no son las emociones, ¿en qué radica la causa del problema? La psicopedagoga Liliana Fonseca, consultora del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez y titular de la cátedra Teoría e Interpretación del Proceso de Diagnóstico, en la Universidad de San Martín, es categórica: "Hoy está absolutamente comprobado el origen genético de las dis, ya que la hereda el 40% de los hijos de padres con dislexia. Hay que prestar mucha atención, sobre todo en la etapa preescolar. Las dis no son una enfermedad, sino formas distintas de procesamiento de la información". Sin embargo, advierte Pampliega, no hay que perder de vista la intervención temprana. "Una dislexia es recuperable totalmente si se la atiende cuando el niño está en preescolar. A partir de tercero o cuarto grado ya se habla de una dislexia instalada".

El diagnóstico impone varios pasos: "Los psicopedagogos evaluarán el nivel de atención, comprensión y expresión, la riqueza del vocabulario, la memoria verbal y numérica y su coeficiente intelectual –detalla la especialista–, y sólo entonces se podrá decidir qué tipo de dis sufre el niño. Algunas veces, en el camino diagnóstico puede descubrirse algo más grave: patologías del espectro autista, ansiedad generalizada, depresión".

Las complicaciones implícitas en las "dis" están en la base misma de la manera en que aprendemos. "Lo primero que hay que observar es si el niño tiene dificultad para relacionar el sonido de la letra (fonema) con la forma escrita de ésta (grafema) –dice la fonoaudióloga Pampliega–. Hay dos vías para captarlo: la velocidad y la precisión para realizar la conexión fonema-grafema, y el impacto visual. Un chico de tres años ya lee Coca-Cola o McDonald’s y esto no porque sepa leer, sino porque reconoce el tipo de diseño de las letras."

La relación entre la forma escrita y el sonido de la letra es un ejercicio que va internalizándose, hasta hacerse automático. "Durante el proceso, el niño usa la memoria de trabajo –describe la licenciada Pampliega–. Esto significa concentrarse, tener empatía con lo que se está haciendo, entender y dejarse atrapar por la actividad. Cuanto más motivado y atendido esté, cuanto más brazos amorosos rodeen al niño, más rápido y mejor será todo este proceso y funcionará mejor en el futuro."

Fonseca redondea: "A todo este circuito se lo llama de doble ruta: implica el armado visoespacial y la relación del sonido con el grafema, por un lado, y por el otro, la decodificación puntual, que requiere una atención especial. El niño debe internalizar todo esto. Si no puede hacerlo, estamos ante un problema de aprendizaje que, como se ve, es algo más complejo que lo meramente emocional".

Isabel Pampliega señala que en los últimos años aumentaron los trastornos de desarrollo atípico en las aulas: niños aislados, con marcadas deficiencias en el procesamiento del lenguaje, un léxico pobre y problemas entre sus padres. "Sólo que nuestro sistema educativo hace poco para integrar a estos chicos. Además, en muchos hogares la comunicación se suple con la televisión y la computadora."

La enfermedad de los tics

Los problemas aparecieron desde los 6 años: Deborah comenzó a tener tics. Para Graciela, su mamá, todo era desconcertante, hasta que leyó en el diario una nota titulada "Una enfermedad m

 

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