Cuarenta y cinco participantes (casi la mitad de la muestra) había experimentado alucinaciones durante el curso de sus vidas. Treinta habían tenido alucinaciones auditivas, 11 habían escuchado voces comentando sus acciones, 25 habían tenido alucinaciones visuales, 9 habían tenido otro tipo de alucinaciones (táctiles, somáticas u olfatorias). Quince participantes mencionaron espontáneamente experiencias traumáticas infantiles. Todas las pruebas de chi cuadrado mostraron asociación entre alucinaciones y traumas infantiles, aún cuando se excluyeron de la muestra a los pacientes con diagnóstico de trastorno borderline de la personalidad. Así, a pesar de la baja prevalencia de abuso reportado en esta muestra, la asociación entre las variables estudiadas resultó muy fuerte y no atribuible al azar.
No hay elementos en esta muestra para presumir que el trauma infantil fue causante de la enfermedad o estuvo implicado de algún modo directo en su despertar. Tampoco quieren los autores dar a entender que los pacientes de este grupo puedan haber sufrido más traumas infantiles que los de otros. Pero los autores destacan que los hallazgos de este trabajo son consistentes con los de otros estudios que sugieren que el abuso sexual infantil y otros traumas tempranos incrementan el riesgo de que los individuos presenten síntomas positivos, especialmente alucinaciones. La interpretación que dan a este hallazgo es que el trauma infantil tiene una importante repercusión en el posterior perfil sintomático de los pacientes con trastorno afectivo bipolar, incrementando su vulnerabilidad a experimentar alucinaciones auditivas.
Se preguntan finalmente cuáles serían los mecanismos que vinculan los traumas tempranos a las alucinaciones. Se remiten a los estudios psicológicos de Bentall (2000) que sugieren que las alucinaciones son la resu
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