La medicina y los maestros | 27 MAY 24

Carta a los jóvenes que nos cuidarán de viejos

Cuando uno habla de historia clínica, el sustantivo, lo sustantivo, es la historia. La clínica es el adjetivo.
Autor/a: Dr. Jorge Dietsch 
INDICE:  1. Página 1 | 2. Médico Clínico
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Como una manera de abrir el paraguas antes de que llueva, a ustedes, que estudian para ejercer algún día la medicina, o la enfermería, que serán terapistas ocupacionales o psicólogos o asistentes sociales, o kinesiólogos, nutricionistas o bioquímicos, que, en fin, dedicarán su vida a cuidar de los demás, quiero decirles estas cosas.  Porque quiero hacerlo, porque creo que es bueno, pero también - ah, egoísmo— porque sé que algún día estaré en sus manos.

Y porque deseo que, además de descubrir en los pacientes un conjunto de órganos y de células funcionando más o menos bien, encuentren en ellos al ser humano que sufre.

Quisiera que cuando se acerquen a auscultar un (mi) corazón, recuerden que no es sólo una víscera, un músculo con válvulas y arterias: recuerden que el imaginario colectivo ubicó allí, durante muchos siglos, la residencia, la casa del alma, y que a ella debemos acercarnos con el respeto que merece semejante residencia.

No es tarea fácil sacarse de encima varios siglos de formación positivista.

Cuando René Laennec inventó el estetoscopio, aumentó la capacidad de percepción, extendió los límites de los sentidos. Pudo escuchar ruidos del cuerpo que antes no se escuchaban. Ese es el sentido de la técnica aplicada a la medicina y a las ciencias de la salud. Es el sentido también de la ciencia (y del arte): correr, como dijo el escritor chileno José Donoso, un poco más allá, el muro donde comienza la oscuridad.

Ese estetoscopio, (llámese también ecografía, radiología, tomografía, resonancia magnética o lo que en un futuro se invente), agudizó nuestra capacidad de percibir, pero interpuso entre el paciente y el médico, un objeto, un instrumento. Desde entonces el médico no pondría su oreja en la espalda o el pecho del paciente.Comenzaría una distancia que hoy se siente ya como muy larga.

No sé si en el futuro esto seguirá así, alargándose esa distancia, o comenzaremos a aproximarnos nuevamente. Sólo deseo que lo tengan en cuenta; que nosotros, los que trabajamos con la enfermedad y la salud, como todos los seres humanos, nos constituimos como personas en nuestra relación con los demás. Que justamente estas profesiones nuestras, que nos enfrentan cotidianamente con el dolor, el sufrimiento y la muerte, tienen su contracara, esa inmensa felicidad, en darnos la posibilidad de comunicarnos con otros en su parte más sincera y más profunda, de tocarlos, de acariciarles la cara, de tomarles la mano. Esa es una gracia que nos fue dada y es la gran riqueza de nuestra tarea.

Un médico trata con personas, con seres humanos. Un ser humano es mucho más que una enfermedad o que un órgano enfermo.

Un gran médico norteamericano, William C. Williams, fue también uno de los mayores poetas del siglo veinte.  Una vez le preguntaron cómo podía él conciliar las dos disciplinas. Dijo que, cuando uno escribe, escribe sobre el ser humano, que ésa era su sustancia, el sentido de su poesía. Y que, cuando ejercía la medicina en su consultorio, ahí enfrente, tan cerca suyo, estaba él.

Muchas veces he escrito poemas o cuentos nacidos de sus historias. He escrito relatos que ellos me han narrado. (Les he robado, de algún modo, sus historias, para devolvérselas después transpuestas lo más poéticamente que he podido). Y muchas veces me agradecieron esa licencia que me había tomado. Y lo que creo que me agradecen, de esto estoy muy seguro, es estar aprendiendo a mirarlos de un modo más abarcador. Porque, recuerdo ahora una enseñanza del maestro Francisco Paco Maglio: cuando uno habla de historia clínica, el sustantivo, lo sustantivo, es la historia.  La clínica es el adjetivo.

 

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