Relato de Irene Wais

Las momias modernas

En plena pandemia, una bióloga se conecta a una conferencia virtual con un título curioso dictada por un médico legista asesor en tanatología. La charla posee un final que sorprende.

Autor/a: Irene Wais

Estábamos en la cuarentena cerrada y las conferencias virtuales comenzaron a proliferar como hongos detrás de la lluvia. Se ofrecían en todas las plataformas: Zoom, Meet, Teams, Moodle, Blackboard Collaborate, Classroom, Webex y otras opciones tecnológicas más que aparecieron conforme la pandemia se fue extendiendo.

Un día encontré por casualidad un correo electrónico de publicidad que había entrado en mi bandeja de spam. Era de un médico legista, ex perito forense y asesor en temas de tanatología. Estaba jubilado, encerrado en su casa como todos los argentinos, y ofrecía una charla gratuita de una hora para profesionales de la salud o ligados a ella. El mail aclaraba que podíamos inscribirnos biólogos, farmacéuticos, bioquímicos, veterinarios y, por supuesto, otros médicos. Excluía al resto del público con la excusa de que usaría terminología técnica no apta para legos.

El título me atrajo y me dio curiosidad: “Un mundo repleto de momias modernas”. Qué será eso, me pregunté y decidí anotarme para salir de la duda.

Llegó el día y entré al link de Zoom que recibí como respuesta automática a mi inscripción. Unas cien personas de habla hispana de todas partes del mundo estaban ansiosas por dilucidar si el título había sido una metáfora o una realidad.

Cuando se encendió la cámara del host apareció un viejito canoso muy simpático, con la cara arrugada y los ojos saltones. Se le veía la parte superior del tronco; vestía una camisa con cuello redondo y un moño a cuadros que juzgué bastante sui generis y un poco ridículo para la ocasión, teniendo en cuenta que el tipo estaba en su casa. Hablaba gesticulando exageradamente y cada tanto levantaba una ceja. Me resultó divertido desde el inicio y vaticiné una hora de charla entretenida. Con un primer mensaje escrito pidió que nos presentásemos todos por el chat del Zoom con nombre, apellido, país y ocupación.

- Sean todos bienvenidos a este mundo distópico que llegó para quedarse. Ustedes me creen delirante, ¿no? Tal vez un poco lo sea, como todos, pero en casi sesenta años de desempeño en mi profesión como forense podría decir que he visto tantos cambios en los cadáveres como los que el planeta tuvo a lo largo de sus Eras Geológicas. Bueno, tantos no, claro que estoy exagerando, pero yo mismo me sorprendo cuando reviso mis apuntes de los casos en los que me tocó intervenir. Los cuerpos tardan más que antes en hablar, mucho más. Porque los cuerpos hablan, ¿sabían? Sí, hablan por lo que muestran. Una cosa de locos… ¿A qué creen ustedes que me refiero? Sé que se salen de la vaina por decírmelo, porque unos cuantos ya se lo estarán imaginando, pero los hice entrar a todos silenciados en mi sala virtual para no perder el hilo de lo que quiero contarles.

- Los cadáveres ya no se descomponen como hace cuatro o cinco décadas…Todos ustedes saben que los seres vivos al morir son colonizados por descomponedores, con una sucesión de fauna y flora de microorganismos (y no tan micro) que aprovechan la putrefacción de la materia para obtener su energía vital- continuó. -Pero no sé si todos conocen el impresionante ecosistema que es producto del fantástico hábitat que provee el cuerpo de un mamífero en pudrición.  Los cadáveres, señores, nos narran su historia. Gusanos invertebrados, desde sanguijuelas hasta los más variados helmintos, moluscos parecidos a las babosas, una amplia variedad de artrópodos entre los que se cuentan cientos de especies de insectos y algunas de crustáceos, relatan el tiempo que transcurrió entre que el ser vivo en estudio murió. Revelan en qué tipo de ambiente, si con humedad o sin ella y muchas cosas más. La herramienta más valiosa con la que contamos los médicos legistas para dilucidar cada caso es la entomología forense, que surgió como apoyo científico técnico a la investigación criminalística, para aportarnos información sobre la data de una muerte. La mayor riqueza y abundancia de insectos se encuentra en los primeros días de descomposición, atraídos por las bacterias de las que se alimentan. Luego aparecen larvas que degradan de forma progresiva los tejidos. El patrón de sucesión es coincidente en todos los vertebrados pero las especies pueden variar en diferentes lugares de la Tierra, con equivalentes ecológicos en los distintos continentes. Así, hay protocolos desarrollados y publicados en las revistas científicas, con el fin de generar una base de datos que relacione las fases de desintegración con listados de especies que se suceden en los cuerpos muertos. –

Me interesaba conocer la historia del asunto y estaba ansiosa por escuchar algo de eso, cuando el profesor se remontó a los inicios. Parece que me hubiera leído el pensamiento.

- El primer documento escrito de un caso resuelto por la entomología forense se remonta al siglo trece y aparece en un manual de medicina legal chino. Se trató del homicidio de un labrador degollado por una hoz. Para resolverlo obligaron a todos los agricultores de la zona relacionados con el muerto por familiaridad, amistad o área geográfica a colocar sus hoces sobre la tierra y al aire libre, cada cual con el nombre de quien la empleaba. Cercaron el área y dejaron pasar el tiempo con vigilancia permanente para que no se alterara la escena del experimento. A los pocos días acudieron moscas y se posaron solamente sobre la hoja de una de ellas. La conclusión fue que el dueño de esa hoz debió haber sido el asesino, porque los restos imperceptibles de sangre que habían quedado adheridos al "arma" del crimen atrajeron a las moscas. ¿Ustedes creen que fue una prueba suficiente como para condenar al supuesto asesino? Bueno, no importa si lo piensan o no hoy, porque hace ocho siglos la consideraron justa y el tipo fue encarcelado. Durante muchos años, antes del acceso masivo al microscopio óptico comercial, se especuló que al morir una persona las larvas que se encontraban en un cadáver para devorarlo aparecían “por generación espontánea” o salían de adentro del propio cuerpo. Estas creencias perduraron hasta el Renacimiento, cuando un médico italiano y naturalista apasionado se propuso demostrar de una forma científica que esas larvas procedían de insectos que depositaban sus huevos para que se desarrollaran sobre el cadáver. Era hijo de un médico de la corte de los Medici y tuvo a disposición todo lo que necesitara para la demostración. En su experimento expuso al aire libre cajas descubiertas con trozos de carne cruda, y se propuso observar. Las hembras de mosca, atraídas por el olor, desovaron sobre ellas. Contempló cómo de los huevos depositados por los insectos nacían larvas que empupaban y luego de la metamorfosis se transformaban en individuos adultos de cuatro tipos: moscas azules, negras con franjas grises, verdes con dorado y moscas iguales a las domésticas. Hizo lo mismo con cajas cerradas, con el fin de que también se produjera la putrefacción, pero las moscas no pudieron entrar. Ergo, la carne se pudrió, pero no apareció allí ninguna larva. Probó ver qué ocurría si ponía animales muertos en descomposición en contacto con lombrices de tierra, pero éstas en ningún caso se alimentaron de los cadáveres hundidos en el suelo. Recién a principios del siglo diecinueve se comenzó a utilizar la entomología forense de forma continua como ayuda en la medicina legal y los investigadores llamaron a los diferentes grupos de artrópodos involucrados en la descomposición "escuadrillas de la muerte". Según los autores de las publicaciones científicas, esas flotas, mayormente de insectos, conquistan los cuerpos de manera selectiva y con un orden preciso, tan exacto que una determinada población de insectos sobre un cadáver indica el tiempo transcurrido desde el fallecimiento y las condiciones a las que estuvo expuesto. Sin embargo, - prosiguió- no todo resultó tan sencillo. A pesar de los estudios realizados en aquél entonces, la transdisciplinariedad necesaria para avanzar se vio estancada desde finales del siglo diecinueve hasta mitad del veinte por varias razones: el distanciamiento entre entomólogos y profesionales de la medicina legal, el pequeño número de casos en los que especialistas en insectos eran requeridos y la falta de entomólogos especializados en el estudio sistemático-biológico de la fauna de los cadáveres. Recién 1978, Marcel Leclercq publica Entomología y medicina legal. Datación de la muerte, y posteriormente el inglés Kenneth George Valentine Smith en 1986 su Manual de entomología forense. A partir de ese momento la trayectoria de la ciencia de los cadáveres fue imparable. Muchos autores dedicaron su tiempo y conocimientos a estos estudios, e innumerables fueron los casos policiales en los que los entomólogos pudieron contribuir para su esclarecimiento. -

En ese momento, el expositor hizo un alto, lo noté cansado después de todo ese speech sin parar, tomó un vaso de agua, y se quedó mirando taciturno la cámara por unos segundos. Todos pensamos que se había olvidado lo que iba a decir, o que tal vez se sintiera fatigado como para no seguir. Se quedó pensativo, respiró profundo y continuó su alocución.

-En vez de hacer un break voy a habilitar el micrófono al que me pueda contestar esta pregunta, que parece muy básica, pero les aclaro que las respuestas son varias…  Marquen la opción de mano alzada así les voy dando voz ordenadamente a quienes quieran intervenir. ¿Para qué sirve la entomología forense? –

El primero de los oyentes que pidió la palabra dijo “para datar la muerte a través del estudio de la fauna cadavérica”.

-Correcto, pero eso solo no me dice nada…

El segundo interrumpió: “para determinar la época del año en que ocurrió la muerte”.

-Bien. ¿qué más?

“Para verificar que el fallecimiento fue en el lugar se halló el cadáver o constatar si se trasladó a esa locación”, dijo otro.

-Correcto. Eso es fundamental para dar fiabilidad y apoyo a la datación forense.

En ese punto relató un hecho del que supe poco antes de irme a cursar mi especialización a México en 1994 porque intervino una bióloga del Museo Argentino de Ciencias Naturales, a quien yo conocía.

- ¿Recuerdan la muerte del soldado Carrasco? Los argentinos de cierta edad seguramente saben de lo que hablo- Muchos de los oyentes con la cámara encendida asentimos con la cabeza.  

-Y también deben acordarse del proceso judicial que se abrió para esclarecerla. La causa de su fallecimiento fue muy oscura, mientras cumplía con el servicio militar obligatorio en la provincia del Neuquén. Los militares taparon todo. Fue reportado como desaparecido y considerado desertor. Sus padres desconfiaron, porque conocían el carácter tímido y sumiso de su hijo. Jamás haría eso. Ninguna instancia militar les dio respuestas cuando les comunicaron la supuesta desaparición. La prensa gráfica publicó que la familia lo buscaba con desesperación. Como la justicia local demoraba la investigación, la opinión pública comenzó a movilizarse con las marchas masivas del silencio y a ejercer presión. Miles de personas caminaban calladas con una bandera que decía Omar Octavio Carrasco. No a la impunidad. Sí a la vida. Un mes después, el cuerpo sin vida de Carrasco fue encontrado oculto en el terreno del fondo del Regimiento. El mismo día del hallazgo, uno de los jefes de la brigada dijo a los periodistas “que el cuerpo no presentaba signos de violencia y que lo habían encontrado fuera del predio militar”. La historia oficial afirmaba que había muerto de frío, pero la autopsia descartó ese argumento. Según los peritajes, alguien colocó el cadáver ahí en los últimos días. –

“¡Qué locura!”, escribió un bioquímico panameño en el chat del Zoom.

-Sí- dijo el orador. -El pibe había fallecido un mes antes. Tenía el torso desnudo y vestía un pantalón varios talles más grande. Junto al cadáver había unos borceguíes, una camisa y un reloj que los padres reconocieron: estaba roto y no indicaba ni hora ni día. Fue en el segundo rastrillaje que se hacía. El primero había pasado por ese mismo sitio y no habían encontrado nada. El cuerpo fue escondido en un lugar seco y oscuro; eso explicaba el proceso de momificación. No había estado todo el tiempo donde lo encontraron al aire libre, porque si no habría sido atacado por perros cimarrones. Concluyeron que lo vistieron con apuro cuando en el Regimiento decidieron descartarlo, y por eso el pantalón le quedaba enorme, no era suyo. Lo desnudaron y lo mataron a golpes. Tenía costillas quebradas, un pulmón perforado y el ojo izquierdo destrozado. –

“¡Ay, qué horror!”, escribió una farmacéutica colombiana en el chat. 

-Así es, pero se trató de un caso real- le respondió. - La entomóloga forense, investigadora del CONICET y doctora en Ciencias Biológicas Adriana Oliva, participó en la segunda autopsia. Sus aportes fueron claves para establecer que el cuerpo del joven, hallado en medio del campo, en realidad había sido escondido en el cuartel más de veinte días y luego trasladado, justo antes de reportar su aparición. La fauna cadavérica delataba que el cuerpo había permanecido en un lugar oscuro y húmedo, no seco ni al aire libre.  Esa información fue fundamental en el esclarecimiento del hecho. –

“Wowww!” exclamó un médico mexicano.

-Eso no es todo. Escuchen- continuó el expositor. -A poco de ingresar al cuartel, murió como consecuencia de un hemotórax causado por la paliza que le dieron dos conscriptos durante un “baile”, el eufemismo de la jerga militar que alude al castigo físico. Era objeto de bullying por su delgadez y su poca aptitud para conversar. La orden de la golpiza habría sido impartida por un subteniente que no midió la fragilidad del cuerpo del muchacho. La historia oficial afirmaba algo muy diferente de la realidad. Su deceso se había producido tres días después del ingreso al Regimiento. La repercusión sociopolítica que tuvo en la Argentina el caso Carrasco hizo que ya no se aplicara el servicio militar obligatorio en el país. –

“Me impresiona, cuesta creerlo. Qué horrible debe ser trabajar en eso”, escribió una veterinaria chilena.

-No crea- dijo el orador. - Es cuestión de costumbre. La entomóloga forense trabajó con trozos de tejido que le mandaron, no con todo el cadáver. Es un estudio celular como cualquier otro… Pero el investigador criminalista que se enfrenta a un cuerpo muerto se plantea entonces tres preguntas fundamentales ¿Saben ustedes cuáles son? – inquirió.

Levanté la mano y el viejito me dio la palabra. “causa de la muerte, circunstancias en las que se produjo, data y lugar del deceso”, dije.

-OK, pero de estas tres cuestiones ("causa", "data" y" lugar") los bichos poco o nada pueden aportar respecto a la primera- me respondió. -Esa tarea, es decir establecer la causa de la muerte, corresponde al forense. Pero tanto en la fijación del momento del fallecimiento como en la relativa a los posibles desplazamientos del cadáver, los artrópodos pueden ofrecer respuestas y, en muchos casos definitivas. –

Un médico ecuatoriano había estado con la cámara apagada todo el tiempo. La prendió de golpe, abrió su micrófono y le exigió de mal modo que diera en un párrafo su definición de entomología forense. Todos lo miramos por el tono de la requisitoria y porque hacía más de cuarenta y cinco minutos que el profesor venía hablando de eso.

-OK. Tome nota- le dijo. -La muerte de un ser vivo lleva consigo una serie de cambios y transformaciones físicas y químicas que hacen de este cuerpo sin vida un ecosistema dinámico y único al que van asociados una serie de organismos necrófagos, necrófilos, omnívoros y oportunistas que se suceden en el tiempo dependiendo del estado de descomposición del muerto. El estudio de esta fauna asociada a los cadáveres recibe el nombre de entomología forense. -

Hasta ese momento la charla estaba interesante, pero lo mejor vino al final.

-En este punto quiero volver al principio cuando les dije que los cuerpos hablan. Por supuesto que me refería al valor ineludible de la entomología forense, pero hay algo más. En la década del ’80 comenzó a utilizarse el ADN encontrado en los cadáveres como prueba de delitos. También, supuestos hijos biológicos pudieron solicitar judicialmente la exhumación del cuerpo de alguno de sus progenitores para exigir herencias u otras cuestiones familiares, o padres que dudaban de su filiación con alguno de los hijos de su mujer, a sabiendas de que tenía un amante. En esa época, el tiempo de descomposición de los cuerpos era paulatino de acuerdo con lo que dicen los manuales de entomología forense. Pero hace poco, antes de jubilarme, comencé a notar un enlentecimiento de la putrefacción. Es más, veía reiteradamente la momificación de casi todos los cadáveres en los que me tocó intervenir como perito. Esa ralentización coincidió con los años en los que empezaron a venderse masivamente los alimentos ultra procesados con conservantes, emulsionantes, colorantes, saborizantes, espesantes, deshidratantes, etc.  Por lo tanto, es obvio que el ritmo de descomposición se ve demorado y hasta impedido en muchos casos por la ingesta de la dieta del ser humano moderno. Lo mismo ocurre con las mascotas ¿verdad, señores veterinarios? -

Varios asistentes asintieron con la cabeza.

-Cada vez la gente cocina menos, para sí y para sus mascotas, a quienes les damos alimentos balanceados secos, y vaya uno a saber qué contienen. Hace muchos años, no existía esa opción. Los gatos y perros comían las sobras de la casa. 

Pedí la palabra para hacer un comentario de ecóloga, porque los demás biólogos presentes eran todos especializados en otras áreas, mayormente biología molecular y genética.

- Es falso que no se pueda alimentar al mundo sin transgénicos ni biocidas. Ya muchos lugares del mundo están volviendo a la agricultura tradicional (Unión Europea, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y otros) antes de que sea tarde. La industria ya no producen comida. Produce dinero para pagar pauta publicitaria en los medios y financiar campañas políticas. No dejemos que nos compren. La acción es ahora. - Dije eso y no sé bien por qué, pero todos se quedaron mudos por varios segundos… 

Ya casi era la hora de finalizar la conferencia virtual, y mientras la gente agradecía por chat, me quedé pensando en lo sustancial: tener una buena calidad de vida, y ser longeva, con salud. Sé que desde el punto de vista práctico para la naturaleza sería importante que los nutrientes de mi cuerpo volvieran al suelo pero desde el día en que me muera… ¿qué me importa si mi cadáver es comido por los gusanos o si me momifico?


*Irene Wais es bióloga egresada de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, especializada en ecología en la Oregon State University (EE.UU.) y Posgrado Internacional en Evaluación de Impactos Ambientales (Universidad Nacional Autónoma de México), becada por la Organización de los Estados Americanos. Ejerce la docencia desde hace más de cuarenta años en ámbitos de educación media, terciaria, formación de formadores en profesorados y cátedras universitarias de grado y posgrado. Es autora de más de doscientas publicaciones entre las que se cuentan dieciséis libros, notas de divulgación, artículos de educación ambiental y trabajos científicos de su especialidad. En 2020 Fue laureada como Embajadora por la Argentina de los Premios Latinoamérica Verde 2021, considerados los "Oscars de los Proyectos Ambientales”, entre otras distinciones. “Las momias modernas”, es un capítulo de sus memorias.