Invisibles: No siempre el valor y la fama coinciden; ni los médicos más dedicados son los más visibles. Valoran el agradecimiento de quienes los necesitan más que algunos minutos en televisión. Forman parte de sus comunidades y están comprometidos con ellas. No tienen nada para vender; más bien comparten lo que tienen, lo que saben. Atienden en localidades remotas a familias humildes, no quieren dejar huérfana a ninguna enfermedad. Curan cuando se puede y cuidan siempre. Son aquellos que con los pies en el barro le dan sentido a una profesión milenaria. IntraMed quiere homenajearlos con este ciclo de entrevistas que se propone darles visibilidad a los “Invisibles”.
La doctora Irma Mendoza, que hoy atiende en cuatro Centros de Atención Primaria de la Salud (CAPS) y a 10 aldeas de la comunidad mbya en el área de El Soberbio, provincia de Misiones, Argentina, siente que fueron muchas las señales que la llevaron a seguir su profesión, que hoy abraza. Nació en Villa Ocampo, un pequeño pueblo Santafesino en el seno de una familia humilde y, para estudiar, tuvo que golpear puertas. Tras recibirse, pasó 20 años atendiendo en un consultorio de Santa Teresita, hasta que su “espíritu aventurero” y su cualidad de “curiosa” la llevaron a trasladarse al paisaje selvático, cerca de la frontera con Brasil. “Me empezó a interesar la fitoterapia y a aplicar lo aprendido como médica de una manera más integral, porque una persona no es solo un cuerpo, sino una mente y un espíritu. Por eso, más allá de ofrecer mis saberes, vine a aprender”, dijo.
El rotundo cambio de vida lo hizo en plena pandemia, por lo cual las campañas de vacunación las hizo trasladándose de poblado en poblado. Hoy, cada día que pasa se maravilla, desde lo paisajístico y desde lo humano. “Los amaneceres y atardeceres más bellos que vi en mi vida son los de acá, a orillas del Río Uruguay”, dijo la doctora Mendoza para luego agregar que el curso de agua “es solo un límite geográfico”, porque en los CAPS se escuchan los idiomas español, guaraní, portugués y ‘portuñol’. Desde lo humano, la médica resalta que se recibe más de lo que da. “Cuando vamos a la aldea de Saltos del Moconá, la mamá de Ángela – una de las promotoras de salud indígena– nos prepara el famoso reviro, muy típico de Misiones, que tiene porotos, huevo frito, mandioca… es otra forma de compartir con ellos”, dijo. Aquí, su historia.
¿Cuando supo que quería ser médica?
Hay tres cosas puntuales por las que yo elegí esta hermosa profesión. Una es la vocación que seguro ha venido innata en mis genes. En segundo lugar, me marcó un parto que tuvo que asistir mi mamá, en una señora que no llegaba al hospital. Era una noche muy fría y, entre mis 10 hermanos, ella me fue a buscar a mí para que la ayudara. Yo tenía 11 años y descubrí el maravilloso mensaje de ver nacer la vida. En tercer lugar, llegó a mis manos un vademécum, de esos que los médicos de mi pueblo normalmente descartaban. Para ese momento yo ya sabía leer y escribir y entendí que muchas enfermedades se trataban con medicamentos. Era chica y solo me faltaba el estetoscopio, pero ya me sentía médica. Como creí en el campo, empecé a estudiar la naturaleza. Cada vez que veía un insecto, me fijaba en el tamaño de sus ojos, por qué saltaban, volaban, veía la evolución de las mariposas. En síntesis un sinnúmero de señales me llevaron a esta vocación, a esta forma de vida.
¿Cómo fue la trayectoria personal y de su carrera hasta llegar a atender en El Soberbio y los cuatro CAPS?
Yo no tenía ninguna manera de estudiar una carrera universitaria dado que venía de una familia numerosa de 10 hermanos y humilde. Mi papá era albañil, mi madre era ama de casa. Pero como siempre fui muy inquieta, me acerqué a la municipalidad de mi pueblo donde hice una nota, solicité una beca. Se me concedió. Quedaron sorprendidos. Yo justificaba la ayuda porque siempre presentaba buenas notas y era responsable. De esa manera pude continuar con mis estudios, con mi pasión. Inicié mis pasos en la Universidad Nacional del Nordeste, en Corrientes. En cuarto año me pasé a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Comencé mis pasos de clínica médica en el Hospital de Clínicas, al que llevo en mi corazón porque tuve a los mejores profesores. Aprendí de quienes escribían los libros de medicina. Eran muy exigentes, pero he visto cosas que no se ven en otros hospitales: aprendí de lepra, de lupus… En un momento dimos con una profesora de UDH que nos enseñó la semiología, como mirar, escuchar y revisar a un paciente. Eso fue muy importante para desarrollar la actividad en cualquier lugar, porque a veces con un estetoscopio, no se necesita una medicina tan tecnológicamente evolucionada para dar respuestas. Y me vino bien, porque soy una persona muy curiosa, inquieta y aventurera. Demasiado aventurera para mi familia, a veces.
¿Cómo es la experiencia con la comunidad mbya y su rutina en general?
Yo soy del norte santafesino y recuerdo que mis padres hablaban en guaraní cuando querían que los niños no entendiéramos cosas de adultos. Yo, siempre curiosa, quería saberlo todo y les preguntaba ¿por qué hablan ustedes así?’ Me contestaron ’porque un tío era cacique’. Me quedó eso de que había parte de mi familia y de mis orígenes tenían que ver con la comunidad mbya y empecé a leer y estudiar sobre sus creencias, su cultura. Y hoy estoy acá, las piezas se fueron armando para esté haciendo esta tarea en donde recibo más yo de lo que doy.
Con el trabajo conjunto, alcanzamos una adherencia del 99,99% de todas las vacunas del calendario
Los viernes hacemos las visitas a las aldeas. Acá en el Soberbio, atendemos a 10 de las 14 aldeas guaraní, con una población de 850 personas. Concurrimos con promotores aborígenes (yuruá) muy capacitados y promotores ‘blancos’ como ellos dicen. Tengo que rescatar el trabajo que realizan porque son el primer nexo con la comunidad. Al ser vecinos que viven ahí, son los que primero llegan. El contacto con los promotores guaraníes nos aceita mucho más la comunicación. Yo estoy aprendiendo algunas palabras, pero es todo un universo por descubrir. Pero con el trabajo conjunto, alcanzamos una adherencia del 99,99% de todas las vacunas del calendario dirigidas a todos los grupos etarios. Además se atiende por demanda espontánea de pacientes con alguna patología, actividades preventivas y educación para la salud.
¿Cuáles son los principales problemas de salud de la población en las regiones que atiende?
Varía de acuerdo a la estación. En verano son frecuentes las patologías de la piel, porque como viven en la naturaleza, son picados por algunos insectos, se rascan, se infectan. Llevamos antibióticos, llevamos ácido fusídico. Durante todo el año trabajamos mucho en la progresión del peso y la talla de los niños, los controles antropométricos para ver cómo crecen, cómo se alimentan, como reforzamos los procesos de desparasitarlos, incluirles además las vitaminas, el sulfato ferroso, la prevención de anemia. También están las patologías infecciosas y la diarrea, pero las comunidades por sí solas no utilizan la misma agua para beber que para bañarse o lavar su ropa, consumen el agua segura. Por otra parte, la tuberculosis es como un fantasma que siempre está, por más que es una enfermedad que va y viene. Nuestra tarea es muy amplia: desarrollamos las actividades preventivas, atendemos todas las patologías de demanda.
¿Qué desafíos presenta la atención en las aldeas en cuanto a recursos y traslados?
Siempre tenemos que contar con vehículos 4 x 4. Por tres años viví en el monte, en los Saltos del Moconá, un lugar selvático de naturaleza pura y enorme biodiversidad que está a 80 km del casco urbano del hospital. En ese entonces recorríamos cerca de 1000 km por semana. Además cuando llueve no se puede transitar: si bien tenemos la Ruta Provincial 2, llamada “Costera”, para ingresar a las aldeas tenemos que cruzar cerros, subidas, bajadas. Entonces no perdemos la oportunidad para hacer prevención y promoción de la salud porque no vamos todos los días. Revalorizamos mucho la tarea de llevar vacunas y leches. Hace poco, en las aldeas, testeamos a 400 personas con pruebas rápidas de hepatitis B, VIH y sífilis. Estamos haciendo un cribado, cuidado y acompañamiento de la población. Por otra parte, hacemos hincapié en los controles prenatales, porque es una oportunidad importante de proteger a los niños por venir. Y estamos atentos a que (las futuras madres) nos avisen sobre la decisión si van a tener sus bebés en la aldea con una partera o en el hospital acompañadas de quienes necesiten. Cada decisión se respeta.
¿Cómo es la relación médico-paciente en los lugares en los que ejerce su profesión?
Es muy bueno el vínculo, porque ellos nos están confiando su futuro.
La relación médico-paciente depende de los dos actores, de la empatía, de la confianza que yo puedo generar en ellos para que me acepten a mí y ser atendidos. Porque ellos tienen en sus aldeas un jefe político que es el cacique (quien toma las decisiones) y un guía espiritual que es el Opyguá, que realiza los bautismos, y las primeras consultas se hacen con ellos. Después si ellos nos autorizan, los vemos nosotros, los yuruá o blancos. Hace un año que estoy con ellos y fui bien aceptada. Nos matamos de risa porque me intentan enseñar algunas palabras y las digo mal. Es muy bueno el vínculo, porque ellos nos están confiando su futuro. Esa relación se trabaja todos los días y eso nos fortalece, porque un médico de cabecera tiene que tener continuidad en el tiempo para conocer la historia de cada paciente.
¿Quisiera realizar una reflexión de la medicina hoy en día?
Yo viví 20 años en Santa Teresita, donde ejercí después de haber terminado mi residencia. Un día, sentada en el consultorio, sentí que estaba haciendo todos los días lo mismo. Sabía que era importante pero me vi con las cuestiones burocráticas del médico, como escribir las historias clínicas, pedir las derivaciones, las interconsultas y justificar por qué. Todo eso llevó a que me dijera ‘no sé que estoy haciendo acá’. Fue entonces cuando pensé que era el momento de salir de ese sistema, porque me empezó a interesar la fitoterapia, las plantas medicinales, el poder curativo de nuestros ancestros, volver al origen. Entonces vine acá a conocer y a aprender. Si bien uno acerca su saber de sus años de profesional, vine a aprender otras cosas que me faltaban, a fortalecer la performance de uno como médico de una manera más integral y holística. Porque una persona no solamente es un cuerpo, es también una mente y un espíritu. Y me encantó conocer esta cosmovisión guaraní, de que los humanos están hermanados con la naturaleza, consideran que los árboles y los animales tienen alma y los tratan como hermanos.
¿Quisiera agregar un mensaje para sus colegas o los médicos del mañana?
Atender en El Soberbio y en las aldeas es una práctica completamente distinta a la que realizaba en Santa Teresita, donde era médica de consultorio. Acá vamos a visitar a la familia, a ver a la gente, sabemos que si hay un accidentado vamos a curarlo a la casa, porque no se puede acercar hasta el CAPS. Yo me vine justo en el momento de pandemia así que fue todo un desafío también. Y realizamos las inmunizaciones recorriendo chacra por chacra.
Por eso, como mensaje quisiera estimular a los médicos jóvenes a que se animen a salir de lo que es la medicina de las ciudades, porque la tarea del médico rural o del ‘curandero con título’ como decía nuestro recordado René Favaloro, es muy diferente y muy rica. Uno se va aggionarndo con los saberes de la zona, te preparás cuando a veces no disponés de ciertos medicamentos o aprendés preparados que tienen los aborígenes para curar sus heridas. Esto es un eterno sorprenderse y mientras haya sorpresa, hay necesidad de saber y conocer más.
*Dra. Irma Mendoza – Médica general y familiar en aldeas mbya y en cuatro Centros de Atención Primaria de la Salud (CAPS) en El Soberbio, Misiones, Argentina.
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