“Lado B”, por Celina Abud | 17 DIC 22

Infodemia: claves para no tentarse y ejercer “el poder de ignorar”

Las fake news o las provocaciones de trolls pueden ser tan atractivas como la comida chatarra. Por ello, un trabajo postula que la “ignorancia crítica” es una competencia que debe incluirse dentro de la alfabetización en información digital.
Autor/a: Celina Abud Fuente: IntraMed 

Si no sabemos para qué está programado algo, lo más probable es que nos esté programando a nosotros. Nuestros dispositivos inteligentes evolucionan más rápido que nuestra biología. (Team Human, Douglas Rushkoff) 

La pandemia de Covid-19 surtió efectos más allá de lo biológico y, en algunos casos, fue una suerte de amplificador de fenómenos previos. Si bien está claro que los entornos digitales ya eran dominantes antes del SARS-CoV-2, el hecho de que con el confinamiento también pasaran a ser obligatorios hizo que las investigaciones sobre el mundo hiperconectado también crecieran y que se empezara a hablar cada vez más de “competencias” para manejarse dentro de la virtualidad.  

Mucho se dijo sobre que los docentes debían adquirir “competencias” para dictar clases por videollamada y de la transformación que no sólo debía darse desde las máquinas, sino también desde las personas detrás de ellas. Estas habilidades tenían que ver con el saber. Sin embargo, ante un escenario en que las fake news contaron con un ambiente favorable para propagarse (incluso más que el virus) se empezó a hablar de “otras competencias” para protegerse de la desinformación, habilidades que en un principio podían sonar paradójicas, pero que no lo son: saber qué ignorar.

Bajo la premisa de que el mundo digital está construido artificialmente y moderado por herramientas algorítmicas (y gran parte de la información proviene de fuentes no examinadas) el estudio Critical Ignoring as a Core Competence for Digital Citizens (Ignorar críticamente como una competencia central para los ciudadanos digitales), publicado en Current Directions in Psychological Science (SAGE Journals) indica que la competencia de ignorar críticamente debe estar incluida dentro de la alfabetización en información digital.

Esto quedó evidenciado en un contexto en el que las informaciones engañosas encuentran un “caldo de cultivo” para propagarse incluso más que el virus (una pandemia por un patógeno desconocido, incertidumbre y sobreabundancia de información en distintas fuentes, entre ellas las redes sociales).

Poco tiempo atrás, en Argentina, una cadena de WhatsApp que hablaba sobre los síntomas de “la nueva variante del coronavirus COVID-Omicron XBB”, que supuestamente era “diferente, mortal y nada fácil de detectar”, fue desestimada por el Ministerio de Salud de la Nación, que pidió a la población informarse a través de sus canales tradicionales. Con todo, el mensaje se propagó por los mismos motivos que otro tipo  de lectores que ejercen la vigilancia epistémica podrían ignorarlo: terminaba con la frase “no guarde esta información para usted, compártala todo lo posible con otros familiares y amigos”.

Con esta frase, no se “alimenta” la necesidad de estar informado, sino de sentirse partícipe, una pieza necesaria para “desenmascarar” todo lo que en teoría se quiere “ocultar”. Es ahí donde la información engañosa y de baja calidad encuentra su llave de entrada y, según los autores del estudio, se vuelve “cognitivamente atractiva”.  

De hecho, estos mensajes pueden ser comparables con la comida chatarra: sabemos que puede ser mala por su exceso de grasa, sal y azúcares, conocemos que no es nutritiva, pero cuando la consumimos queremos satisfacer otras ansias: la de ser sobreestimulados y buscar una recompensa a corto plazo, por más que no hayan beneficios futuros o, incluso, hasta daños. Si volvemos a la cadena de WhatsApp, muchas de las personas que comparten este tipo de mensajes incluso pueden sospechar de su “no veracidad”, pero igual los reenvían “por las dudas”. Porque ¿cómo perderse de la recompensa de desenmascarar una supuesta verdad que se mantiene en lo opaco?

También están quienes buscan reafirmar con estos mensajes sus propias creencias, premisa que tampoco escapa a los medios tradicionales, fuentes que históricamente se consideraban “más confiables” pero que hoy entran en crisis por la horizontalidad de la información.  

En otro reciente trabajo publicado por Cambridge University Press, su autor, Daniel Williams postuló que los medios no son más que un mercado de racionalizaciones (de hecho, el trabajo se llama así, The marketplace of rationalizations). Es que por más que mantengan una ilusión de imparcialidad, terminan por ser un mercado de justificaciones para las ideas previas de los lectores que los eligen.

Más allá de las múltiples iniciativas de verificadores de hechos o fact checkers basados en las búsquedas horizontales para “ir al hueso” en los hechos (o en este caso, en la evidencia científica), ellas no  bastan para convencer por sí solas a quienes no quieren ser convencidos, si eso implica cambiar una conducta que puede tener un alto costo metabólico (como cuestionarse sus creencias previas). En este caso, se puede hablar de ignorancia motivada racional, es decir cuando el costo de adquirir un conocimiento supera los beneficios de poseerlo. Si volvemos a la comparación con la comida, tenemos la certeza que una pechuga de pollo sin piel con ensalada es saludable. Pero si queremos la hamburguesa con papas fritas, la vamos a seguir eligiendo, más allá de tener la información sobre su baja calidad nutricional.

¿Qué impacto tiene enumerar datos sin plantear una llegada que apunte a lo emocional, es decir, a las historias? Este debate puede darse o no en la sociedad, pero autores infieren que suele darse entre quienes manejan la información y buscan generar un determinado efecto en los receptores/ consumidores. En su libro The Age of Addiction (La era de la adicción), David Todd Courtwright habla de capitalismo límbico, al que describe como “un sistema empresarial tecnológicamente avanzado pero socialmente regresivo" en el que las industrias globales "fomentan el consumo excesivo y la adicción”.

Y sigue: “Lo hacen apuntando al sistema límbico, la parte del cerebro responsable de sentir y de reaccionar rápidamente, a diferencia del pensamiento desapasionado. Las vías del sistema límbico de las neuronas en red hacen posible que el placer, la motivación, la memoria a largo plazo y otras funciones vinculadas emocionalmente sean cruciales para la supervivencia. Paradójicamente, estos mismos circuitos neuronales hacen posibles ganancias de actividades que van en contra de la supervivencia, ya que las empresas han convertido la obra de la evolución en sus propios fines”.

 

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