Entrevista (parte 1) | 06 MAR 22

Devorando el planeta, un libro que reflexiona sobre la forma de comer y producir

Su autora, la antropóloga Patricia Aguirre, llama a cambiar los actuales modelos de la industria y el consumo para que no lo paguemos con la salud y el medio ambiente. Aquí, sus principales conceptos en un diálogo en dos entregas.
Autor/a: Entrevista por Celina Abud. Fuente: IntraMed / Devorando el planeta 
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“No tenemos que producir más, sino producir mejor”. Esto es lo que plantea la doctora en Antropología Patricia Aguirre, en su nuevo libro Devorando el planeta (Ed. Capital Intelectual), que muestra las consecuencias para la salud de un sistema alimentario guiado por la lógica de mercado. A la vez, resalta que el modo extractivista de los recursos pone en riesgo nuestro medio ambiente.
 


“La pregunta no es si podemos cambiar la forma de comer y de producir, sino si estamos a tiempo”, sostiene Aguirre y resalta que en la actualidad, “el precio que pagamos por el modelo de producción alimentaria es la enfermedad, y esperemos que  no sea la extinción”.

Durante una entrevista con IntraMed, que será presentada en dos módulos, la antropóloga alimentaria reflexiona sobre cómo la lógica de la ganancia prioriza la sanitaria si de comer se habla y resalta que “la mayor parte de los problemas actuales hoy no vienen por no comer, sino por comer demasiado”. Aquí, algunos de sus conceptos, en sus propias palabras.

Por qué estamos devorando el planeta. Digo devorando porque si bien incluimos en nuestra alimentación todo tipo de plantas, animales, hongos, algas minerales –y esta diversidad de fuentes está muy bien–, nos comemos los recursos del planeta irracionalmente, engulléndolos con avidez  y rapidez, como si estuviésemos ansiosos por terminar con todo.

Estamos agotando recursos no renovables como el petróleo, derrochando recursos escasos como el agua y dilapidando recursos renovables como la biota (la vida orgánica sobre la tierra). Comemos el petróleo en forma de fertilizantes y agroquímicos en nuestras cosechas, lo consumimos en forma de combustible en cada transporte que lleva nuestros alimentos de un hemisferio al otro. Es claro que bebemos parte del escaso 3% del agua dulce que tiene nuestro mundo, pero también la tomamos contenida en los granos, las frutas y las carnes que dependen de ese porcentaje.

Comer así no es sostenible, no solo hay recursos que no se pueden renovar (como los minerales que vinieron de las estrellas) sino que tampoco le estamos dando tiempo al ecosistema de recuperarse de la extracción desenfrenada de aquellos recursos que sí lo son.  No reponemos los bosques que talamos sino que los sustituimos por pastizales. No dejamos reproducirse a los peces en el océano sino que los pescamos hasta la extinción. No manejamos el agua de riego sino que hemos inventado una palabra, “desertificación”, para designar el proceso de desertización producida por los humanos en nuestra necedad. Y los ejemplos se multiplican: contaminación, polución, emisión de gases efecto invernadero hasta que cambiamos el clima del planeta, que se calienta peligrosamente, cuando sin intervención humana se calculaba que debía enfriarse dando paso a otra glaciación.

Tenemos que evitar el colapso aquí y ahora, por nosotros, en defensa propia y para nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones por venir. Ellos tienen derecho a heredar la Tierra (como planeta y no como posesión) y se las estamos negando.

Lógica de ganancias.  Esta manera de comer no es propia de la especie humana, no es natural, ha sido creada por la industria global que nos induce a esta forma de consumismo, que no es innata sino socialmente construida.

La actual es una alimentación de mercado, y como el mercado se rige por la lógica de la ganancia, es una alimentación buena para vender y solo lateralmente puede ser llamada buena para comer.

El principal problema no es la escasez de alimentos, sino la distribución y la falta de diversidad. A nivel global, hay suficiente comida para que los 7.500 millones de personas que lo habitamos tuviésemos una ingesta que los nutricionistas llamarían adecuada. Sin embargo, tras estos grandes números globales se esconden disparidades. Alimentos hay. El problema es quién y cómo acceder a ellos.  Los países y las personas con altos ingresos tienen posibilidad de comprar y comer una amplia gama de productos alimenticios, los países y las personas pobres se alimentan con harinas no porque no sepan que tienen que comer frutas, verduras y carnes sino porque no pueden acceder a estos alimentos porque son caros, mientras que las harinas de cereal son los más baratos en la estructura de precios. Cuando llega el momento de la distribución- como los alimentos son mercancías- irán allí donde puedan pagarlos más.

 

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