Desde la Terapia Intensiva | 22 OCT 18

Yendo de la cama a casa, por Hebe Uhart

Un texto póstumo de una de las más grandes escritoras argentinas.
Autor/a: Hebe Uhart Fuente: Página 12 Yendo de la cama a casa

Hebe Uhart siguió escribiendo hasta pocos días antes de su muerte, sucedida la semana pasada. Este texto que se publica aquí fue escrito en un cuaderno durante una internación el pasado mes de agosto. Luego ella lo pasó a máquina y les pidió a sus alumnos del taller literario que lo escaneen. A partir de ahí se compartió entre los talleristas, los amigos, los cercanos. En este texto, Uhart, fiel a su estilo cotidiano, sutil y humorístico, traza un retrato de la vida hospitalaria que transcurre entre una dosis de realismo mechada por no pocas pinceladas de absurdo.


Yendo de la cama a casa (Hebe Uhart)

Estoy internada en una sala de terapia intensiva, estoy en un sanatorio chico. Las camas están contra la pared llenas de aparatos que suenan todo el día, hay dos que dialogan, “dum, dum” y el otro contesta “Piff”. Por el pasillo central que pasa frente a mi cama, como si fuera una calle, pasa cualquier cantidad de gente: residentes colombianos, varones y chicas, kinesiólogos, radiólogos, repositores de mercadería de hospital, psicólogos, gente de la limpieza, otros que no recuerdo. En la cocina los enfermeros pican algo con energía y yo me hago la ilusión de que pican remolacha y cebolla, vana ilusión, el ruido es a vidrio molido. Muchas veces no ponen biombo cuando un paciente está con la chata o cambiándose los pañales y una vez me pasó que estaba cambiándome el pañal sin biombo, y justo enfrente tenía a un residente colombiano utilizando la computadora, mientras una multitud pasaba por esa calle. Ese pasillo se parecía a un cuadro del Bosco donde aparece el loco de la carretilla, otro tiene un chancho atado, más allá bailan. Yo pensaba, este lugar parece en antón pirulero o “con el culo al aire y sin careta”.

La sala es mixta de modo que hay pacientes varones y mujeres en las camas, y a una la puede bañar un enfermero varón, por ejemplo José, que me bañaba de noche con mucha suavidad, mejor que la enfermera María, me parece que ella me tenía bronca. Una vez empujé una almohada porque hacía ejercicios para fortalecer los pies en la cama y me dijo, de mal modo:

  –Tiraste la almohada

Y yo, como los chicos dije:

  –¿Y ahora, qué hice? Se me cayó.

A ella no le gustaba que yo estirase las piernas dentro de la cama, como si fuese un hecho antiestético y malo. Creo que tenía un pensamiento platónico: lo que es feo de ver, es a la vez malo.

Yo pensaba que dentro de mi cama podía hacer lo que quisiera, pero se ve que no. Mi cama era mi patria, mi identidad, yo le llamaba frontera al espacio cercano donde estaba la mesita.

Un día la enfermera María se dulcificó y me preguntó si yo iba a bailar cuando era joven. Le dije que sí, pero pasó tanto tiempo... Me preguntó:

  –¿Qué música te gusta? ¿Te gusta Vicentico?

  –Sí, cómo no, y también Calamaro.

Ella conocía a Calamaro y le gustaba. Yo, que no sé nada de rock nacional me sentí orgullosa de haber coincidido con María, así le dejaba una mejor imagen mía.

Se escuchan gritos de uno que se llama Juan, le rocían la espalda con un aparatito. Hace un escándalo bien grande, a mí me parece que no vale la pena gritar tanto por esa pavada, pero a lo mejor le duele. Grita: “¡Noo, eso no se le hace a una persona, son muy mala gente, los voy a denunciar, ya van a ver, van a ver lo que les va a pasar!”

La enfermera le dice:

  –Calmate, Juan.

Cuando terminan de rociarle la espalda, Juan cambia el tono de voz completamente, le habla en tono amistoso.

A unos pasos de mi cama (no sé cómo llegué a verlos porque todavía no caminaba con autonomía) hay unos seres que están como echados, no emiten ningún sonido, salvo una señora que se queja muy suavemente y después lanza una carcajada. Cuando llegué yo escuchaba que la enfermera decía, “Maxu, mi amor, arriba, ¿qué dice Evangelina, está contenta?”. Y yo pensaba: “Entraron nenes”, y no, eran las enfermeras que trataban así, como si fueran nenes, a esos seres que estaban durmiendo.

Vino a visitarme una alumna con la que tengo confianza desde hace muchos años y le dije que me daba vergüenza que me vieran con el culo al aire y sin careta. Coca me dijo, sentenciosamente:

  –Hebe, todos tenemos culo.

Es una verdad socrática, que corresponde al momento en que Sócrates buscaba consenso absoluto antes de seguir avanzando.

Efectivamente, Sócrates, todos tenemos culo.

Andrea, la enfermera, le dice a un paciente mudo que tiene la cara color caoba, parece una cara de madera, “Ahora nos vamos a sacar toda esa barba, sos mi náufrago”. No hay respuesta y le vuelve a hablar: “Cumplí nueve años de madre de hijo”. Silencio en la noche.

La psicóloga Marcelina viene todos los días a charlar conmigo una media hora. Es de facciones suaves y es hermosa, con una belleza que no se capta de entrada porque predomina en ella como un abandono de sí, ningún control en sus ojos azul claro, ninguna mirada pinchuda. Su marido la debe amar en silencio. Los médicos residentes son en su mayoría colombianos y por el pasillo que está frente a mi cama pasa constantemente el médico José, es un hombre de escaso tamaño pero grande es la extensión de su marcha. Recorre todo el piso con su paso de viejito (andará por los treinta y pocos). Nada lo asombra. Lo he visto computar largo y tendido frente a mi cama mientras yo hacia gimnasia con pantalones colorados. Es como si recorriera el piso con pasión científica llevando carpetas de historias clínicas de aquí para allá. Se peina raro, un chufa triangular sale de su cabeza maya. Seguro que es de la etnia maya. No hace amistad con nadie. Está casado con una médica colombiana muy seria y chiquita como él. No lo imaginaba casado, una persona casada se vuelve más flexible, cambia el tranco, varía. Él no parece tener más ilusión que ser herramienta de la ciencia, retiene con fuerza contra su pecho su preciosa carga de carpetas, a la altura del corazón. Se acerca a los otros médicos colombianos que apenas las miran y las dejan en un sofá o por ahí, como diciendo “Lista esta mierda”. Ellos no aprecian la devoción de José, le recriminan cosas, y después se van a hacer chistes con Ervin, un enfermero que se pasa la tarde divirtiéndose. Una vez estábamos Ervin, Marcela, su compañera de turno que siempre lo anda buscando porque él se va a hacer chistes a otra sala. Estabamos Ervin, Marcela con sus botitas diminutas de gnomo, el kinesiólogo, JuHo y yo. Y se armó un debate con relación al lenguaje que se usa ahora, “Elles” “Nosotres”. Julio me preguntó:

  –¿Qué te parece el uso de “Elles”?

Como para muchas otras cosas, ni tengo respuesta, mas bien no me suena a nada pero para no parecer retrógrada o poco informada, digo:

  –Es muy nuevo

Ervin dice:

  –Habiendo tantas cosas importantes para ocuparse mirá que pensar en esa pavada.

Pero Marcela, con sus botas de gnomo dijo:

  –Y acá somos cuatro en este conjunto, dos y dos, y no podríamos decir “Nosotras” porque vale “nosotros”, lo hicieron valer los hombres.

Al kinesiólogo Aldo le gustan otros oficios que no son el suyo, siempre está presente cuando los médicos hacen la ronda de pacientes, es aprendiz de cosas nuevas.
Los principios y los pañales

Las enfermeras muy principistas son personas drásticas que ajustan mucho los pañales y no me permiten caminar si no está el kinesiólogo. Yo puedo caminar un poquito nomás, con un cable de oxígeno. Siempre dentro de la sala, voy visitando a cada uno de los internados. A uno que esta mas allá del bien y del mal, la enfermera le dice:

  –Juan ¡tosé en forma más elegante!

A otro le dijeron:

  –Vos tenés las venas muy marquetineras, pura pinta y no se dejan pinchar.

Cerca de mí hay una mujer que tiene la cabeza ladeada, su cabeza es como autonómica. Le están haciendo un electro, dice “iAy, me duele!” y la enfermera le dice: “Doblá la cabeza, basta, ya está, tenés mugre desde que te bañaron las monjas en el hogar”.

 –Enfermera, me voy a caer.

  –En la limpieza vas a caer. Abrí la boca, no seas tan renegada.

Esa enferma tiene su cabeza hacia la derecha y se la quieren enderezar pero me parece que a ella le da lo mismo el mundo visto de costado que de frente. No hay coherencia en las observaciones de las enfermeras, pueden decir “Te tengo que Iimpiar la lengua que está toda verde” o “Abrí la boca, no seas tan mentirosa”, y a continuación le dice “Estás preciosa” .

Estoy leyendo mientras veo y escucho todo esto Biografías de hombres ilustres. Carlomagno, Goethe. Está escrito por Thomas de Quincey. Aunque en teoría pienso que la vida de Goethe fue interesante, siempre me aburrió leer su vida. Thomas de Quincey dice en su biografía: “No existe una forma mas triste de deslealtad que la que cuestiona los atributos morales del gran ser en cuyas manos se encuentra el destino moral de todos nosotros”.

Hagan algo

Uno en una cama de hospital se convierte en un tirano incomprendido

Hay personas que cuando ven inconvenientes o inacción a su alrededor dicen: “Hagan algo”. Antes yo repudiaba ese pensamiento pero cuando estuve confinada en mi cama todo el dia, lo entendí. Uno en una cama de hospital se convierte en un tirano incomprendido, que quiere que le alcancen los anteojos que se le cayeron, que alguien retire los restos del desayuno, que alguien me alcance la crema (para hacer algo), que me Ileven de la mano a alguna parte, que me tapen el pie que se me destapó y me queda lejos, que venga alguien a conversar sobre política nacional e internacional, o sobre cualquier cosa. Yo debo ser una tirana pero me conviene ser una tirana astuta, o sea que si está cerca la enfermera debo pedirle dos o tres cosas juntas pero no al mismo tiempo, con calma y mesura. Si de entrada digo quiero esto, esto y lo otro le parece mucho pedir. Aparte me volví un poquito nazi, porque las enfermeras curan primero a esas personas que son como plantas, no responden o apenas lo hacen, y yo estoy bien, cuando tardaba la enfermera en venir y estaba atendiéndolos a ellos, yo sentia que tenía mas derechos que ellos. No me dejaban parar sin permiso, temen una caida. La cama estaba bloqueada por dos puertas, para desbloquearla necesitaba que venga la enfermera. Una tarde pasó el doctor Angel, colombiano, tiene grandes ojos oscuros y pícaros, tiene una voz que avanza a borbotones que parece brotar de un lugar mas profundo que la garganta, viene a ser como una voz de la selva, muy agradable. Hablamos de política nacional e internacional.

 

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