La verdad y otras mentiras | 07 DIC 14

Los otros nacimientos (relato de hospital)

Acá todos somos parteros.
Fuente: IntraMed 

Son las 7.15 de la mañana del sábado. Desde hace un rato venimos reduciendo la infusión de Midazolam. El tipo se mueve, tose, lucha con el respirador. Abre los ojos y recorre el ambiente con la mirada. Se demora mirando el techo, las paredes, a mi compañera. Mira los tubos de drenaje que le salen desde el tórax, el monitor, una foto del Diego con peinado afro haciendo jueguito con la pelota que alguien pegó sobre el vidrio del office de enfermería. Se detiene en mí que soy la única cara que guarda en su memoria y la última que vio hace nueve días antes de dormirse. No entiende nada. No puede hablar. Mueve los labios mudos pero es evidente que dice –“Mamá”. Con los ojos y las manos crispadas me exige una explicación. Pedí que no lo despertaran hasta que yo estuviera allí. Quería que al volver de su largo sueño se encontrara con alguien que él pudiera reconocer. Se excita, intenta arrancarse el tubo traqueal. Le aprieto la mano, le acaricio la frente.

–“Cómo estás Luis, te dormiste una siestita. No te asustes”.  Se tranquiliza un poco. Mi compañera mira el oxímetro y le toma una muestra de sangre arterial. Él la mira mientras ella trabaja. –“Se llama Patricia, ¿viste esos ojos azules?”- Se ríe, por primera vez. Una mueca asimétrica, extraña. La risa está en los ojos más que en la boca atrapada entre el tubo y un nudo de gasa y cinta adhesiva. Se observa el pecho como si fuese de otro. Está vendado y con dos cánulas de drenaje conectadas a un sistema de aspiración. –“Luis, tuviste un infarto que te hizo un agujerito en el corazón. Hubo que operarte para resolverlo. Ahora está todo muy bien”. Se pasa la mano por vendajes sobre el esternón. Se reconoce con el tacto para asegurarse de que lo que está viendo es verdad. Quiere hablar pero le sale un sonido gutural, ronco, sin palabras. Le retiramos el tubo. Tose, escupe, se ahoga. Lo ayudamos a sentarse. Le pedimos que tome agua sorbiendo un tubo plástico transparente desde una taza blanca atravesada por una rajadura con forma de Z.

Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Desayunamos juntos todos los domingos. Sus padres fueron inmigrantes gallegos que llegaron huyendo del hambre y la persecución después de la guerra civil. A él le gusta cantar las morriñas que le enseñó su madre: “Eu teño morriña / eu quero volver / a miña terra / que me viu nacer”. Jugó al fútbol toda la vida. Le gustan el bingo y las mujeres. Adora a su esposa que fue su primera novia. Están juntos desde el colegio secundario. Tuvieron tres hijos. Ha sido siempre un padre obsesivo y dedicado. Tiene un negocio de ropa para niños que alguna vez fue una pequeña fábrica textil hasta que una de las catástrofes económicas del país la redujo a un montón de deudas que tardó muchos años en pagar. Es un tipo sencillo y bueno. Un amigo de fierro. Como todos, ocupado en sobrevivir, olvidó sus sueños de juventud.

 

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