"La verdad y otras mentiras" | 12 NOV 08

Mundo Tissue

Acerca del llanto y sus secretos motivos.

Quiero llorar porque me da la gana
 Federico García Lorca (1898-1936)


1. Carla me mira durante los segundos más largos que yo haya experimentado jamás. Luego baja la cabeza. Se observa las rodillas. Su cabeza tiembla. Produce un sonido extraño y acuoso. Me vuelve a mirar. Llora. A medida que el tiempo transcurre lo hace de manera cada vez más explícita. Ahora sus esfuerzos para disimularlo ya han sido derrotados. Llora a mares. Lágrimas espesas que su lengua captura desde la comisura de los labios. Las saborea y, sólo cuando ya no quedan rastros en su boca, sale en busca de la siguiente. La atrapa, la introduce y el procedimiento vuelve a comenzar. Tiene 14 años y la conozco desde que nació. Me pidió una entrevista a través de su madre que es mi paciente.

- No sé, algo le pasa pero no me dice nada. Quiere verlo doctor.

Le extiendo mi brazo con una caja de pañuelos de papel tissue. La toma. Saca uno. Se seca y luego se suena la nariz. Yo no hablo hasta que parece haberse recompuesto.

- ¿Estás mejor?

- Sí

- ¿Querés contarme algo?

- No

- Tus lágrimas parecen decir algo pero necesito palabras para entenderlas.

- Es que no me lo vas a creer.

- Hacé la prueba.

- Es una tontería, no puede ser verdad. Pero me ocurre todo el tiempo.

- Casi todo lo que nos ocurre todo el tiempo es una tontería. Aunque raramente nos hace llorar.

- Es Luis Miguel

- ¿Luis Miguel? ¿Quién es Luis Miguel?

- El cantante, el mexicano. ¿No sabés quién es?

- Sí claro, pero pensé que sería otra persona con el mismo nombre.

- No, es él.

- Ya decía yo que ese tipo no era recomendable.

- Es que lo escucho y lloro.

- Bueno yo casi también, aunque me aguanto las lágrimas.

- No sé qué me pasa. No puedo dejar de pensar en él. Lo veo, lo escucho. Lloro, no puedo parar de llorar.

- ¿Y eso te hace sufrir o te preocupa?

- No, no me hace sufrir. Eso es lo extraño. Hasta creo que me gusta llorar por él.

Es muy notable el hecho de que la mayoría de las personas concurren a la consulta médica en busca de un nombre. Una denominación que les permita nombrar su propio padecimiento. Ésa parece ser la primera motivación. ¿Qué me pasa? ¿Qué es esto que me ocurre? Son las preguntas primeras. Nombrar tranquiliza. Es insoportable sentir lo que se resiste ser nombrado. Una sensación o un sentimiento mudo es un fantasma errante que nos recorre hasta que logramos expulsarlo por la boca en forma de palabras. Lo que no se dice no puede ser pensado. Pero tampoco puede ser sentido bajo el techo protector del lenguaje. Sacudidos por esa incógnita buscamos el conjuro de la lengua. Lo primero que se siente no es dolor. Es perplejidad, es duda y una insistente pregunta: ¿qué es?


2. Si Alfredo no fuese arquitecto hubiese sido equilibrista de circo. Es delgado, alto y camina de un modo aéreo, como si sus pies nunca tocaran el piso. Se sienta en el borde más extremo de la silla y se sostiene mediante una inclinación del cuerpo que me hace pensar a cada momento que se caerá de bruces sobre el piso. Pero no, contra toda las leyes de la gravedad puede permanecer en esa posición indefinidamente. Tiene 65 años y acaba de jubilarse.

- Estoy preocupado doctor.

- ¿No se siente bien?

- Bueno, no exactamente pero...

Se calla y deja de mirarme. Busca el piso y se concentra en un punto fijo.

- ¿Pero qué?

- Me ocurren cosas que no comprendo.

- ¿Cómo cuales?

- Ve, ahora, ahora mismo me está viniendo esa “cosa”.

Hace un esfuerzo que lo deja suspendido en una mueca. Congelado. Luego su cuerpo se abandona y su cara se transforma. Se tapa con ambas manos. Llora. Desaforadamente. Con ruidos estentóreos y una convulsión rítmica de su metro noventa que lo hace parecer un edificio al borde del derrumbe.

Le extiendo mi brazo con una caja de pañuelos de papel tissue. La toma sin mirarla con una mano mientras la otra intenta en vano ocultar sus lágrimas. Se seca enérgicamente empleando varios pañuelos que terminan como unos bollos retorcidos que guarda en su bolsillo. Yo no hablo hasta que parece haberse recompuesto.

- ¿Está mejor?

- Sí

- ¿Quiere contarme algo?

- No sé qué contarle doctor.

- ¿Qué le ocurre?

- Eso es lo que vengo a preguntarle a usted.

- Entonces le cambio la pregunta. ¿Cómo es lo que le ocurre?

- Me despierto de madrugada. Hasta ese momento me siento muy bien. Pero a partir de un instante sé que voy a llorar sin motivo. Casi sin sufrimiento. Entonces me levanto para que no me escuche mi mujer y me encierro en el baño. Allí lo espero. Y el llanto llega enseguida. Lloro con desesperación. Pero es como si otro llorará en mi cuerpo. Yo no me doy cuenta del motivo. No siento nada. No estoy triste ni emocionado. Lloro. Como una máquina de llorar. Un mecanismo que funciona sin saber por qué.

- ¿Y después?

- Nada. Me siento perfectamente. Hasta le diría que me siento mejor que antes. Me vuelvo a la cama y duermo toda la noche. Es rarísimo, ¿no?

- Bueno, últimamente estoy empezando a creer que no.

- ¿Qué me pasa doctor?

- Parece que llora. Que tiene un efecto sin que se nos muestren las causas.

- Sí, eso, exactamente. Lloro como si me levantara a orinar. Exactamente.

- ¿Y por qué le preocupa más levantarse a llorar que a orinar?

- Bueno una cosa es una necesidad y la otra...

- ¿La otra qué es?

- No lo sé.

- ¿Y eso le hace sufrir o lo preocupa?

- Sufrir no, pero me preocupa saber de qué se trata.

- ¿Quiere un nombre?

- Eso me tranquilizaría bastante creo.

- ¿Le gustaría que hagamos una consulta psicológica para averiguarlo?

- No, de ninguna manera. Prefiero la pregunta a una respuesta absurda.

- No estoy tan seguro Alfredo. A veces creo que cualquier respuesta es mejor que una pregunta.

- No, yo sé que usted no cree eso.

 

Comentarios

Para ver los comentarios de sus colegas o para expresar su opinión debe ingresar con su cuenta de IntraMed.

AAIP RNBD
Términos y condiciones de uso | Política de privacidad | Todos los derechos reservados | Copyright 1997-2024