"La verdad y otras mentiras" | 26 MAR 08

Amores perros

El amor, la soledad y las prótesis del afecto.


"La actualidad, precisamente, está hecha para saber de qué está hecha. No está dada sino activamente producida, cribada, utilizada y performativamente interpretada por numerosos dispositivos ficticios o artificiales, jerarquizadores y selectivos, siempre al servicio de fuerzas e intereses que los sujetos y los agentes nunca perciben lo suficiente." Jacques Derrida
 


Las palabras fundan las cosas. Es ingenuo suponer que las describen aunque todo en nosotros se resista a admitirlo. Tramposas y sublimes, las palabras cosen la trama del mundo que habitamos. Al nombrar, crean lo que nombran. Fuera de ellas todo es un magma indiviso, una sopa primordial donde nada comienza y nada termina. Tallan sobre la roca del mundo las siluetas que lo conforman. Lo sostienen con manos invisibles. Lo visten con imágenes y sonidos para que pueda ser pensado. Así vamos dibujando mapas imaginarios para luego llamarlos “realidad”. En esa impostura creemos.

La revista de la American Medical Director Association ha publicado en su último número un curioso trabajo de las Dras. Banks y Willoghby que investiga estrategias para atenuar la soledad que padecen personas internadas en tres instituciones para ancianos de Saint Louis (USA). En este caso la intervención consistió en lo que se conoce como "terapia animal asistida". La población fue randomizada a recibir tratamiento mediante la compañía de un “perro real” o un “perro robot” (Sparky, Sony Corporation, Japón) y a un grupo control. Las personas estuvieron en contacto con el animal o con el robot durante 30 minutos a la semana. Se tomaron cuestionarios estructurados y entrevistas antes del ingreso y luego de siete semanas a todos los participantes. Los investigadores visitaron a los pacientes y constataron que ambas mascotas interactuaban con ellos o sus visitas agitando la cola. Los resultados muestran que quienes recibieron cualquier tipo de terapia animal asistida mejoraron respecto del grupo control pero, lo sorprendente, fue que no hubo diferencias entre el uso de un perro real o uno robótico respecto de los parámetros analizados. 

Me he preguntado qué cosa ha mejorado, qué parámetros miden los instrumentos aplicados. Podría concluir que los pacientes se sienten solos por una razón elemental: ¡están solos! No pocas veces las soluciones dependen de la forma en que un problema sea definido. En este caso, ¿cuál es el problema? ¿Sentirse solo o estar solo? Si “sentirse solo” fuera el verdadero problema, entonces perros o robots podrían ser una alternativa válida. Pero si el problema fuese “estar solos”, entonces nos pondríamos frente a un espejo cruel donde se reflejara la imagen, no ya de nuestro rostro, sino la del destino hacia el que ciegamente vamos.

Hace algunos años en España se reportó una alta frecuencia de ancianos que morían solos en sus casas durante el verano. Las familias viajaban a las playas abandonando a sus mayores que morían deshidratados por el intenso calor. El tema cobró estado público a raíz de las denuncias de vecinos que percibían el horripilante olor de la descomposición de los  cuerpos abandonados en el interior de las viviendas. El estado implementó una estrategia que consistió en la distribución de collares llamadores con sensores de caída. De este modo una persona podía solicitar ayuda ante una crisis inminente o, en el caso de pérdida de la conciencia, la caída sería sensada por el detector.
 
En este caso, ¿cuál es el problema que queda definido? ¿Que los ancianos mueran solos o que vivan solos? Si la cuestión es que mueran solos, sus cuerpos se descompongan y alteren el delicado equilibrio olfatorio del vecindario, entonces el collar será una solución a la medida del problema. Detectada la caída, alguien recoge el cadáver y ya no hay problema. Pero si el problema es que los ancianos resultan abandonados para no importunar las deliciosas vacaciones mediterráneas de sus hijos, entonces…Pero claro, mejor unos bonitos collares que unos feroces espejos.

¿Soledad o solitud?

Otra vez las palabras aparecen para separar lo que parecía idéntico. El idioma inglés distingue loneliness y solitude, soledad y solitud en español. La primera se define por la sensación de aislamiento mientras que la segunda se refiere a estar solo sin sentirse solo. La soledad es algo impuesto y, por lo tanto, no deseado, es una deficiencia que se padece. La solitud, una elección que se encuentra bajo nuestro control emocional, un estado vinculado al contacto con uno mismo, a la introspección. La soledad es una hierba venenosa, la solitud un planta de invernadero que reclama un cultivo prolijo y voluntario.

En épocas de individualismo exasperado el otro desaparece. Centrados en nosotros mismos como eje del mundo. Onfalocéntricos y autorreferidos, somos proclives al abandono y a la negación. Mientras ensayamos las múltiples identidades disponibles sin que ninguna nos conforme, las oportunidades del encuentro personal se disuelven. Confundiendo: estar conectados con estar relacionados, mediaciones tecnológicas con vínculos humanos, simulacros con seres vivos, buscamos remedios ficticios para problemas reales. Luego, medimos su eficacia, los producimos en serie, los vendemos y los compramos. Ciegos, idiotas y felices, creemos resolver problemas insolubles haciéndolos estallar en mil pedazos para, luego, recoger uno de esos fragmentos y sentir que –ahora sí- podemos atraparlos con nuestras minúsculas manos.

En tiempos de mascotas robóticas, muñecas inflables y sucedáneos del pene yo ya he tomado precauciones. Les he advertido a los pocos amigos que aún conservo que cuando me llegue la hora del geriátrico me lleven con mi viejo perro Dinamita. Si me ofrecen un robot lo aceptaré gustoso. Lo sentaré en mi falda y, mientras acaricie su helado lomo metálico, le contaré una historia de olvidos salvajes, de remedios ilusorios y de amores perros.

 

 

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