Georgina Elustondo
Lo receta el médico, lo recomienda una amiga, lo convida un compañero cuando el estrés convierte a la oficina en un día de locos. Lo sugiere un conocido cuando se entera de que un viaje en avión nos tensa más de lo razonable, lo ofrece mamá o la suegra cuando contamos que acarreamos alguna noche de insomnio y hasta nos tientan con sus "bondades" en el gimnasio cuando alguien escucha que nos falta energía para cumplir la rutina diaria... "Tomate ésto", apuran, "te va a hacer bien". La solución mágica, inmediata en la punta de la lengua de buena parte de los argentinos de clase media y alta, es un psicofármaco.
Sedantes, estimulantes, ansiolíticos, tranquilizantes, antidepresivos. Según un flamante estudio cualitativo de la Secretaría para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha Contra el Narcotráfico (Sedronar), el creciente uso indebido de psicofármacos en Argentina se enmarca en un preocupante "fenómeno de medicalización de la vida cotidiana", que estimula la automedicación y multiplica el número de potenciales adictos.
La investigación ajustó la mira sobre las representaciones sociales en las que se apoya el consumo de psicofármacos en el país. "Exploramos los imaginarios sociales en torno al concepto de calidad de vida y su cada vez más frecuente vinculación con cierto tipo de drogas y medicamentos, conocidos en Estados Unidos y Europa como lifestyle medicines", apunta la socióloga Cecilia Arizaga, al frente del estudio.
"Se están medicalizando mucho los problemas cotidianos y hasta la vida misma. Angustias y malestares que antes no pasaban de allí hoy se medican. Ante la mínima molestia, la respuesta inmediata es tomarse un psicofármaco", dice. "El psicotrópico se ha banalizado: abandonó la categoría de medicamento para ser pensado y consumido como una pastilla para el estilo de vida, que proporciona al sujeto un alivio rápido a las condiciones de molestia y malestar que acarrea la vida actual en los diferentes ámbitos (laboral, social, afectivo)".
Las estadísticas son elocuentes. Relevamientos de INDEC-Sedronar arrojan que más del 10% de las personas de entre 16 y 65 años, el 8% de los universitarios y el 4,4% de los estudiantes secundarios usan sedantes o estimulantes sin prescripción médica. "Es todavía más grave, porque esos datos hablan del consumo sin receta y hay muchos que, aún accediendo a los psicofármacos por indicación médica, los usan indebidamente. La cifra es aún mayor", asegura Diego Alvarez, director del Observatorio de Drogas de Sedronar. "Argentina es el único país latinoamericano en el que la primera droga, después del tabaco y el alcohol, no es la marihuana sino el psicotrópico", sorprende.
Según los expertos, el fenómeno de "medicalización de la vida" está asociado a la subjetividad contemporánea actual. "Tiene que ver con el ideal de sujeto proactivo, obligado constantemente a mejorar su perfomance y a estar siempre a la altura de las circunstancias —explica Arizaga—. Es un signo de época: la presión por la autosuperación, la sensación de que siempre hace falta más. Se medicaliza para el superhéroe", advierte.
Además de entrevistar a adultos de clase media, los investigadores se reunieron con médicos para conocer su perspectiva sobre el problema, porque "hay un consumo indebido planteado también desde el campo médico", dice Alvarez. "La intención no es culpabilizarlos —aclara Arizaga—. Encontramos que no hay consenso respecto a quién tiene el espacio legítimo para prescribir psicotrópicos: ¿el psiquiatra, el clínico, el gastroenterólogo, el cardiólogo? Entre los mismos médicos aparece la necesidad de discutir este tema. Ellos también demandan una regulación que defina lo debido y lo indebido y los libere de su criterio personal".
Aunque la ley establece que los psicotrópicos deben venderse bajo receta, según la Sedronar "gran parte del consumo se resuelve sin prescripción y otra gran parte se da en el marco de una relación insuficiente con el profesional". Es decir: aún en los casos donde hay un seguimiento por parte de un médico, "el criterio sobre cuándo y por qué medicar con psicotrópicos no parece estar formalmente instituido".
Los investigadores encontraron mucha prescripción sin seguimiento-tratamiento: aparece la figura del médico recetador o médico amigo, que se limita a hacer la receta. "Así surge una medicación autorregulada por el el paciente: Yo gradúo lo que tomo. Es muy frecuente", dicen.
"Muchos llegan al consultorio con autodiagnóstico y enseguida piden un psicotrópico. Si el médico les pide tiempo, no vuelven", dice Arizaga. "La gente no se banca el sufrimiento ni el malestar. Ya no se trata de curar enfermedades: piden que les saquen, y rápido, hasta una mínima molestia. Esa filosofía ha banalizado la medicación".
Laura no se desprende de su botiquín
Hiperquinética, madre de dos hijos, esposa cumplidora y trabajadora full time en una empresa decida a exprimirle hasta su última gota, Laura busca alivio y renueva las pilas en tres lugares ineludibles: de lunes a jueves, en la novela Montecristo; los fines de semana, en la salida "sagrada" de los sábados con su marido; y todos los días, "todos", en el calor y la alegría de sus dos chicos y en su abultado botiquín.
"Cuando me dicen que abuso de los remedios digo que no, pero me tengo que hacer cargo... Es así. ¿Te cuento? Siempre tengo a mano ibuprofeno, cuando más alta la dosis, mejor. Sirve para cualquier dolor, es antiinflamatorio, te saca el malestar, el dolor de cabeza, de espalda, de todo. Se lo recomiendo a cualquiera", se entusiasma. "Y tomo Rivotril o Alplax para bajar la angustia, la ansiedad, los miedos", para cualquier malestar, es decir, o ante una mínima señal de que algún sentimiento así pueda asomar. También toma Sertal compuesto o Buscapina si le duele la panza, "Amoxidal 500 cada ocho horas si me resfrío y un OXA si estoy muy tensa. Es un antiinflamatorio buenísimo", dice. Cuando está muy cansada y debe seguir, "nada como una aspirina".
Superman
Eduardo San Pedro
esanpedro@clarin.com
La carrera por ser el mejor, el más rápido y el más eficiente (suele ocurrir en el deporte), lleva muchas veces en nuestra sociedad a la automedicación. De allí a la adicción hay un paso. La búsqueda de una suerte de omnipotencia deriva en otra: la de creer que por tomar un cóctel de pastillas no habrá que pagar un precio. La vida es dura. ¿Cuándo no lo fue? Las exigencias laborales son mayores. ¿Antes regalaban el sueldo? La enumeración podría seguir hasta el infinito. "Superman se droga", decía años atrás un grafitti que se hizo popular. Quizá haya que imponer este otro: "Superman no existe".
Pablo, "pastero" confeso
Pablo es periodista y trabaja en televisión. Frente a una cámara es capaz de arrinconar su timidez hasta el límite del desparpajo, pero su "off the récord" tiene tantas buenas y malas como el de cualquiera. "Mi papá tiene una farmacia, razón por la cual me automedico desde siempre y con cierto fundamento —arranca—. En realidad, de chico me automedicaba mi mamá...".
"Pastero" confeso, sin demasiados pudores, enumera: "tomo atenolol (25 mg) por la mañana y antes de dormir. Es un remedio para la hipertensión que me dio el médico hace un par de años. Quedamos que lo volvía a ver al mes, pero no volví más. ¿El medicamento? Lo seguí tomando hasta hoy".
También toma Migral ("dipirona, cafeina, ergotamina", recita de memoria), Cefalex e Ibupirac para el dolor de cabeza. "Sé que la dipirona está prohibida en todas partes del mundo menos en Argentina, pero igual la tomo", aclara.
Preocupa la falta de noción de los riesgos
Mucha gente ni siquiera considera a los psicotrópicos como un medicamento.
Además de la tolerancia social que goza el uso indebido de psicotrópicos, otra de las cuestiones que preocupa a los expertos de Sedronar es que, entre la gente, la percepción de riesgo sobre esta conducta es muy baja. "Muchos ni siquiera consideran a los psicotrópicos un medicamento. La ven como una pastilla para sentirse mejor", dice Arizaga. No creen que tenga consecuencias, y se equivocan.
"Los pacientes siempre piden algo para estar menos cansados, más concentrados y con más energía, pero los médicos raramente los prescribimos. Los antidepresivos no son una medicación habitualmente abusada porque la gente les tiene miedo, sus efectos no son inmediatos. Pero con los psicotrópicos es diferente: son fuertemente adictivos pero la gente los cree inocuos y minimiza sus consecuencias", dice el neurólogo Marcelo Merello, al frente del Departamento de Neurociencia del FLENI.
"Hay dos tipos de mecanismos que llevan a la necesidad de incrementar la dosis: la tolerancia (cada vez necesitará mayor dosis para igual efecto) y la adicción propiamente dicha", explica Merello. "El tiempo de tolerancia es variable según la droga, pero hablamos de meses. Un ejemplo: si a una persona la tranquilizan con 0.5 mg, a los seis meses necesitará el doble. La adicción no tiene que ver con la pérdida del efecto sino con la necesidad de no dejar de experimentarlo".
Los expertos aseguran que las exigencias crecientes entre los sectores medios y altos demandan cada vez más medicamentos para poder sostener la cotidianeidad. Las vedettes son las benzodiazepinas, relativamente baratas y todoterreno. "Son drogas muy buenas usadas racionalmente y de acuerdo a criterio médico, pero tienen una gran capacidad de generar dependencia física y/o psíquica", dice la toxicóloga Norma Vallejo, subsecretaria de Sedronar.