La enfermedad de masas sociogénica designa la rápida propagación de signos y síntomas de enfermedad que afecta a los miembros de un grupo cohesivo, y que se origina en una alteración del sistema nervioso que involucra excitación, pérdida o alteración de función, en tanto las quejas físicas que se manifiestan inconscientemente no tienen una etiología orgánica que se les corresponda. En la nomenclatura psiquiátrica del DSM-IV, la enfermedad de masas sociogénica se subsume en el encabezado "trastorno somatomorfo", subcategorizado como "trastorno conversivo" o "neurosis histérica, tipo conversivo".
Así la definen dos investigadores, el australiano R.E. Bartholomew (Doctor en Sociología) y el inglés S. Wessely (Doctor en psicología) quienes consideran que esta enfermedad es un serio problema social que por lo general no se tiene debidamente en cuenta y que suele implicar un gasto financiero significativo para los servicios de emergencia y la salud pública.
Destacan que es mucho lo publicado relativo a los aspectos históricos de la histeria individual, pero escasa la literatura (al menos en inglés) acerca de aspectos históricos de las manifestaciones masivas de esta enfermedad sociogénica, en la que Wessely (1987) distinguió dos tipos: "histeria masiva ansiosa" e "histeria masiva motora". La primera, por lo general de un día de duración, con ansiedad repentina y extrema subsecuente a la percepción de una falsa amenaza. La segunda, caracterizada por el incremento paulatino del estrés, confinada a un ambiente social intolerable, y caracterizada por disociación, histrionismo y alteración en la actividad psicomotora (sacudidas, temblores, contracturas), persistentes durante semanas o meses.
El concepto de esta enfermedad se constituye en hilo conductor en el estudio que hacen de fenómenos patológicos masivos, cuyo origen sitúan en el ambiente o estímulo contextual, y cuyas manifestaciones y disparadores variarán al compás de los tiempos: estudian el surgimiento y expresión del trastorno en la edad media, la modernidad y el momento actual.
Ubican la aparición de múltiples episodios de histeria motora entre monjas, a las que se les atribuía la posesión demoníaca, entre los siglos XV y XIX, en órdenes religiosas cristianas por demás estrictas. Ahí solían ingresar jovencitas obligadas por sus mayores, y vivían en el mayor aislamiento y con votos forzados de castidad y pobreza. Estos rebeldes ataques histéricos surgían bajo las administraciones más estrictas: se expresaban mediante lenguaje soez y blasfemo, conducta lasciva que incluía la exhibición de genitales, frotamientos de partes íntimas o sacudidas de caderas parodiando el acto sexual. Los investigadores señalan que los relatos de tales acontecimientos son innumerables: contabilizan más de 100 libros sólo acerca de los episodios acaecidos en Loudun, Francia, entre 1632 y 1634.
Ubican relatos referidos a conventos de distintos lugares de Francia, Italia, España, Países Bajos, Alemania. Uno especialmente singular en un convento francés, relatado por Hecker (1844), refiere que las monjas maullaban al unísono cada día, por varias horas; en esa época existía la creencia de que las personas podían ser poseídas por animales a los que se consideraba parientes potencialmente demoníacos. En Francia, esta facultad era atribuida a los gatos.
Encuentran que en nuestros días, bajo condiciones de encierro similares, ha habido fenómenos masivos parecidos en colegios pupilos para jovencitas en Malasia, con síntomas tales como ataques de llanto, gritos, movimientos anormales, estados de posesión e histrionismo.
El advenimiento de la revolución industrial marca, para los investigadores, un segundo momento en la manifestación de esta proteica enfermedad (siglos XVIII, XIX y principios del XX). De nuevo lo vinculan con condiciones opresivas, esta vez de los ambientes de trabajo, las fábricas. Hallan registros de episodios de convulsiones, movimientos anormales y quejas neurológicas en Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Rusia. El primer episodio registrado correspondería en una hilandería de Lancaster, en febrero de 1787, donde 23 trabajadoras y un trabajador tuvieron violentas convulsiones y sensaciones de sofocación.
Artículo comentado por la Lic. Alicia Kasulin (Fundación Acta)