Nueva novela del médico y escritor: César Leo Kronwitter

"de barro y cielo"

Una nueva novela de un pediatra de Córdoba, Argentina, que nos conmueve con sus textos desde hace años

Autor/a: César Leo Kronwitter

Reseña

“En la penumbra de la desolada habitación, acostada en la camilla, Guadalupe espera para ser madre por primera vez. No como lo hubiese querido. No como lo había soñado.

Los dolores la despertaron súbitamente a la madrugada. Las contracciones eran muy frecuentes y lo suficientemente intensas como para dejarla sin aliento. Algunas le provocaban náuseas.  Llamó a su cuidadora de turno que dormía sentada a su lado.

  • Me duele mucho y estoy toda mojada- le dijo con voz apenas audible.

La trasladaron de inmediato a otra sala cercana. El viento se empecinaba en formar remolinos de polvo que se colaban por un vidrio roto de la única ventana. Comenzaba a amanecer en aquel diciembre seco y caluroso. Al día siguiente Guadalupe cumpliría veinte años.

Una joven madre a punto de ser.

 Una vida a punto de llegar.

Algo de luz dentro de tanta oscuridad”

 La primera parte de la novela cuenta la vida de Guadalupe, la hermosa Guadalupe y está ambientada en esa época de los años 70 de nuestro país. Una joven del noroeste cordobés que decide estudiar arquitectura en la UNC. Guadalupe un nombre con una sonoridad especial. Tiene muchos significados de acuerdo a diferentes idiomas y etnias pero en América, México especialmente, significa “Aquella que ama al prójimo” que define y realza las características del personaje con un destino, una encrucijada, pero siempre Guadalupe.

Silvina y Alejandro, los protagonistas de la segunda parte de la novela, se ubican ya en un tiempo más cercano, más actual. Dos amigos que llevan al extremo su amistad para tratar de desatar el nudo de una realidad que los expone, los golpea, pero que a su vez sirve de punto de partida para cambiar, para tratar de tener una vida mejor, un futuro mejor sin cuentas pendientes. Una problemática de este tiempo con una resolución diferente, particular. Decisiones importantes en momentos trascendentes de las que no hay vuelta atrás. Decisiones después de las cuales uno ya no es la misma persona. No puede ser de ninguna manera la misma persona.

En sus páginas trata de reflejar los claros y oscuros de nuestras acciones como sociedad. Hay momentos en que estamos hundidos en el fango y otros en los que rozamos el firmamento. Precisamente, creo que estamos hechos ...de barro y cielo.


Datos biográficos: César Leo Kronwitter nació en la ciudad de Cruz del Eje, provincia de Córdoba, en 1961. Es médico, egresado de la Universidad Católica de Córdoba. Especialista en pediatría formado como residente en el Hospital de Niños de Córdoba, donde también se desempeñó como docente de posgrado. Actualmente vive en su ciudad natal, donde ejerce su profesión. Se confiesa apasionado lector de autores latinoamericanos. Su primera novela, Sofie, fue traducida al alemán.
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Un capítulo de la novela "...de barro y cielo"

Luego de terminar sus estudios en la escuela secundaria, Guadalupe desembarcó en la ciudad de Córdoba para estudiar arquitectura en la Universidad Nacional. Sus padres habían alquilado un departamento en el segundo piso de un edifico ubicado en la calle Tucumán, a pocos metros de la avenida Colón. Grande, luminoso y con todas las comodidades. Dos dormitorios con placares amplios en madera. Una cocina-comedor y un ventanal que daba a la calle. Pisos de parqué y paredes pintadas en un tono verde claro muy acogedor. A pesar de todo esto, le costó bastante adaptarse al ritmo de la ciudad. Demasiado acostumbrada a la tranquilidad de su pueblo, extrañaba y mucho, especialmente a Analía. Su compañía, sus confidencias, su amistad incondicional. La separación y la distancia le dolía. Su amiga de toda la infancia y juventud debía permanecer junto a sus padres, ya mayores y con muchos achaques propios de la edad, resignando su ilusión de estudiar medicina. Eligió en cambio un profesorado en Matemáticas, Física y Química de cuatro años de duración, en la escuela Normal Superior de Profesorado República del Perú, de la ciudad de Cruz del Eje.

El país era un caos económico, político, social y lo peor todavía no había llegado. Secuestros, atentados, asesinatos daban cuenta de una violencia que parecía no tener fin. Con el regreso de Juan Domingo Perón a la presidencia de la nación se esperaba una calma, una pacificación entre los diferentes grupos sindicales, siempre leales a la figura de su líder y los de la juventud reaccionaria y armada que criticaban, luchaban y se oponían a los dirigentes de las centrales obreras. Nada de esto ocurrió. Al contrario, se profundizaron las divisiones, especialmente después del discurso del presidente desde el balcón de la casa Rosada, el primero de mayo de ese año mil novecientos setenta y cuatro. Frente a una multitud que se había dado cita en la plaza para conmemorar el Día del Trabajo, trató de “estúpidos que gritan” a la fracción Montoneros que se retiró del lugar con cánticos y consignas provocativas. Desde ese momento, la agrupación más violenta del peronismo pasó a moverse en la clandestinidad. Con la muerte de Perón, ocurrida dos meses después, todo se desbarrancó.

Las grandes ciudades se habían vuelto peligrosas; los atentados con explosivos, las corridas, los secuestros eran moneda corriente. La ciudad de Córdoba no era la excepción, al contrario, era el origen y el blanco de muchas operaciones. Guadalupe alternaba su actividad en la facultad, entre dibujos, proyectos y maquetas durante la mañana, con la tarea asistencial en la villa de la maternidad. Había llegado de la mano de Felipe que formaba parte del Centro de Estudiantes Universitarios y la juventud peronista. Las necesidades eran muchas, la postergación venía desde siempre y la esperanza solo era una quimera. Allí estaba el gran desafío de los jóvenes idealistas. Eso era lo que los movilizaba con una fuerza imparable para tratar de cambiar el orden de las prioridades en una sociedad con demasiadas desigualdades. Rescatar a los olvidados, a los ninguneados, y así devolverles un poco de la humanidad perdida. Una de los objetivos que se había propuesto el grupo era mejorar las condiciones de las viviendas, reemplazando las chapas, cartones y trapos por ladrillos. Organizaron una cooperativa de trabajo en donde todos colaboraban. Los materiales de construcción los conseguían por donaciones a través del Centro de Estudiantes y contactos personales. Por sorteo, se elegía la familia por cuya casa comenzarían los trabajos.

Fue en la villa, en una de las primeras visitas, donde Guadalupe conoció a Ramonita. Tenían la misma edad. Era la mayor de ocho hermanos que vivían en una casita precaria construida con chapas. Dos meses atrás había sido mamá, pero su bebé se encontraba internado en el Hospital de Niños.

  • A los pocos días de nacer se ponía azul cuando lloraba, me dicen que tiene un problema en el corazón y la sangre se le mezcla, por eso lo tienen que operar.

Con su cuerpo flaquito y desgarbado por años de escasa alimentación, Ramonita contaba los problemas de salud de su hijo Raúl.  Guadalupe se estremeció al conocerlo en el pabellón de Lactantes. Era su primera visita al hospital, nunca antes había tenido contacto con niños enfermos. Vestida con un pantalón de jeans ajustado que marcaba su anatomía casi perfecta, una camisa blanca suelta y un pañuelo azul atado en la cabeza, caminaba por la rampa junto a Ramonita, rumbo al internado.

  • ¿Quiénes son? – le pregunta Guadalupe al ver un numeroso grupo de gente, en su mayoría mujeres, con guardapolvos celestes.
  • Son las voluntarias – responde Ramonita - vienen los sábados y domingos a la tarde para jugar con los chicos internados.

Guadalupe no pudo más que admirar la grandeza de aquel puñado de almas que dedicaban horas de su fin de semana para acompañar a los niños que sufren por enfermedades. Se prometió averiguar un poco más sobre esa tarea.

Al llegar a la cuna de Raúl un dolor agudo en el pecho la sorprendió. Una angustia que no podía controlar. El niño presentaba un color espantoso, una delgadez extrema y una mirada murria que traspasaba cualquier corazón compasivo. Controló el llanto como pudo y miró a la joven madre que, inmutable, acariciaba la manito de su hijo. No parecía dimensionar la extrema gravedad del proceso. Esperó paciente el momento para hablar.

  • ¿Cuándo lo operan? – preguntó con voz tenue.
  • Si conseguimos los quince dadores de sangre, la semana que viene lo ponen en la lista.

Arropado con una mantita tejida de colores, Raúl miraba a su mamá mientras recibía caricias en su cabecita. No se movía. No lloraba. Resignado solo esperaba la ayuda para seguir viviendo.

  • Decile al doctor, cuando lo veas, que para el martes Raulito tendrá los dadores – sentenció Guadalupe con firmeza.

Los jóvenes del Centro de Estudiantes Universitarios esperaban pacientemente su turno en el servicio de hemoterapia del hospital. No pudieron negarse al pedido de la novia de uno de los militantes estudiantiles más importante. Felipe aceptó a regañadientes ya que, para él, eso los distraía de otras actividades que consideraba más importantes. Guadalupe no quiso discutir las razones y apeló a la seducción para lograr su objetivo. Una noche de amor fue suficiente.

  • Lo operan el lunes – le contó Ramonita en la villa.

Sentadas en la sala de espera del quirófano las dos jóvenes esperan. Desde muy temprano el pequeño Raúl se encontraba adentro entre luces y aparatos tratando de sobrevivir. El cardiocirujano había sido muy claro. La cardiopatía era de las más severas, el riesgo muy alto, pero la única oportunidad estaba dada por la cirugía. Mientras aguardaba, Guadalupe pensaba en lo injusto de la vida, de cómo parecía ensañarse a veces con algunas personas. Nacer y vivir en la más extrema pobreza, saber que las oportunidades para cambiar son casi nulas y además, padecer enfermedades graves que ponen en riesgo la vida. Cuesta entenderlo, cuesta encontrar alguna explicación. Sus pensamientos se interrumpieron bruscamente. El cirujano ataviado con un ambo verde apareció por la puerta del quirófano. Se aproximó lentamente a Ramonita y sin rodeos le explicó que su hijo no había sobrevivido, que le realizó la reparación que hacía falta, pero luego de eso, su corazón no había vuelto a latir.

  • Lo siento, hicimos todo lo posible – culminó.

No dijo una sola palabra. Simplemente bajó la mirada y se retiró buscando la salida. Ramonita había presentido ese final. Sospechaba desde siempre que su hijo no subsistiría. Por eso se marchó en silencio. No lloraba. No se quejaba. Resignada volvería a su vida de necesidades y limitaciones. Guadalupe la seguía unos pasos más atrás con un nudo en la garganta y lágrimas a punto de estallar.

Era la primera vez que se enfrentaba cara a cara con la muerte. No sería la última.