“Usted es mi único amigo doctor" | 05 ABR 21

¿Médicos satisfechos?

Contra toda experiencia negativa somos aún capaces de brindar un trato humano a nuestros pacientes.
Autor/a: Profesor Dr. Ricardo T. Ricci  

“Usted es mi único amigo”, acaba de decirme una paciente en el consultorio. Marta es una señora de 56 años diabética no insulino dependiente que en el último tiempo se está mostrando refractaria al tratamiento con los hipoglucemiantes orales. Su evolución en los últimos dos años ha sido la de un paulatino y constante deterioro de su cuadro metabólico y comienza a manifestar síntomas que muestran algún grado de retinopatía y poli neuropatía diabética. Aún cuando la patología es realmente seria, ella no constituye su mayor problema. Está pasando por una crisis matrimonial importante cuyo problema aparente es la infidelidad de su esposo. Una infidelidad (¿sintomática?) que la tiene seriamente preocupada y ante la cual no sabe muy bien que actitud tomar.

Ambos provienen de una provincia vecina y carecen de parientes y amigos en esta ciudad, sobre todo ella que no trabaja fuera de su casa. “No tengo con quien hablar de esto”, agrega. “Nunca le dije a nadie que, desde hace varios años no tenemos relaciones sexuales, José es impotente, sus erecciones son pobres y fugaces.”

El médico ¿es un amigo, un confesor, un sanador? Se parece a un amigo para escuchar el relato y aportar su visión como observador externo. Se asemeja al confesor pues debe escuchar verdades dolorosas, sentimientos lacerantes para las personas que los sufren, constituciones familiares que más que parecerse a un cálido nido de crecimiento en común, se parecen a un horroroso infierno domestico. Una condena diaria, buscada, sostenida.

“Ambos éramos alcohólicos hasta hace tres años, la fe nos ayudó a dejar la bebida. Mientras José trabajaba, yo me emborrachaba en mi propia casa, siempre tuve la dignidad de que nadie me viera borracha.”

¿Sanador? ¿De qué, de vínculos tortuosos y desechos? De seres que se agreden mutuamente hasta quedar exhaustos, transformados en despojos humanos. Seres con inteligencia y voluntad que hacen de su vida el mayor castigo jamás logrado.

Me preguntaba que decir en esa situación. Cualquier consejo que me atrevía a dar, era rebatido con la rapidez y la seguridad de quien prefiere seguir siendo un naufrago, a pesar de estar ante el barco salvador. Quizás el silencio el mejor consejero, quizás promover mínimos corrimientos conductuales pueden resultar favorables a la hora de enviar mensajes de cambio a la pareja. Hay que querer cambiar, hay que querer dejar de ser la madre del esposo y dejar de ser el hijo malcriado de la esposa.

“Usted es mi único amigo Doctor. Muchas gracias. ¡No sabe cuánto me ha servido charlar este rato con usted, no tiene idea de lo que me ha ayudado! Si le parece en una semana o diez días regreso y le cuento como van las cosas.”

Otra paciente ingresa al consultorio. Mientras la saludo, aquellas últimas palabras aún resuenan en mis oídos. “Muchas gracias... me ha servido de mucho hablar...no tiene idea de lo que me ha ayudado”

El sólo hecho de haber estado allí

Surge en nosotros los médicos ese sabor agridulce de la satisfacción de haber estado dispuesto para que el otro saque de mí lo que yo mismo no sé dar. La satisfacción de haber hecho ‘eso’ - aunque yo no sepa bien qué hice para que ella se sienta mejor. Me siento reconciliado con mi trabajo, me siento a gusto con mi vocación, me siento satisfecho por que mi vida se llena de sentido. Mi vida adquiere valor porque a Marta por un ratito, sólo por un ratito, se le alivió la carga. En otros casos tenemos éxitos terapéuticos que apenas si llaman nuestra atención, se suman a los más o menos aciertos de la vida médica.

Lo de Marta, en cambio, otorga sentido, me plenifica como médico. Alguien podría preguntar: ¿qué es lo que te llena, qué es lo que te conforta? Haber estado allí con ella, sólo eso, sólo eso...

En los Estados Unidos se han hecho algunos estudios[1] tendientes a explorar las causas por las cuales los médicos padecen de Burnout, un síndrome de agotamiento producido por el ejercicio de la profesión, por el hartazgo de verse sometido a situaciones estresantes, desengaños, tristezas, depresiones.

Por otro lado, observan que muchos médicos gozan de la alegría del ejercicio de su profesión y se sienten satisfechos por el hecho de haber prevalecido por sobre los desafíos confirmando de ese modo su vocación y viéndose impulsados a continuar con renovadas energías y espíritu de sacrificio.

Entre los años 1989 y 1995 han efectuado numerosos workshops denominados “Meaningful Experiences in Medicine” los que han arrojado resultados de notable interés para aquellos que nos dedicamos a esta profesión.

Han llegado a la conclusión, luego de encuestas y entrevistas entre los médicos que los motivos más salientes que producen satisfacción en los médicos son tres: 1) eventos relacionados con un cambio de perspectiva en el propio médico. 2) eventos que se relacionan con una cualificada conexión con el paciente y 3) eventos que producen una modificación en la vida de alguien (el propio médico, el paciente o alguna otra persona allegada a esa RMP).

Es bueno hacer notar que los sucesos que son gratificantes para los médicos tienen que ver con acontecimientos de la vida cotidiana de la profesión, más que con resonantes aciertos terapéuticos. Algunos de ellos darían la vida por tener su momento e fama, su minuto de reconocimiento popular a la labor cumplida, sin embargo el premio esta en la cotidianidad, en el encuentro nuestro de cada día con los pacientes.

Es cierto que los malos momentos también se hallan en los hechos cotidianos, sería la versión pesimista de lo mismo. ¿Quién nos dijo que la vida del médico era otra cosa que la vida misma? ¿Qué derecho tenemos a exigir que la vida sea para nosotros distinta de la que tienen el resto de los mortales?

Los motivos que permiten que el médico se sienta plenificado en el ejercicio de la profesión suceden en el seno mismo de nuestro tan trillado y nunca agotado tema de la relación médico - paciente. En el encuentro entre el médico y su paciente puede crecer la bella flor de la humanidad confirmada. La consoladora sensación de ser útiles para alguien en algún momento y en algún lugar. Es al lado del paciente, algunos de ellos en estado terminal, donde algunos médicos encuentran la respuesta al sentido de su vida.

Otros confirman el sentido que ha guiado sus pasos desde muy jóvenes, lo hacen una y otra vez con regocijo patente. Quien ha tomado una mano temblorosa entre las suyas, mientras en los ojos del paciente ve la humedad del agradecimiento, sabe de qué estoy hablando.

 

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