Cómo prevenir su propagación | 25 SEP 20

Covid-19: silencio y que corra el aire

La mayoría de los brotes surgen en espacios cerrados donde hablamos o gritamos, como restaurantes, discotecas, lugares de culto o de trabajo
Autor/a: Aser García Rada Agencia SINC

En la segunda ola de contagios ya conocemos evidencias que permiten tomar medidas adaptadas a cada contexto. Así, no tiene sentido cerrar parques ni centros culturales seguros. La mayoría de los brotes surgen en espacios cerrados donde hablamos o gritamos, como restaurantes, discotecas, lugares de culto o de trabajo. En ellos urge una buena ventilación, uso de mascarillas y distancia interpersonal más amplia.

"Soy tan partidario de la disciplina del silencio que podría hablar horas enteras sobre ella". George Bernard Shaw (1856-1950), dramaturgo.

Mientras en España experimentamos una preocupante segunda ola de contagios por el SARS-CoV-2, seguimos abordando la pandemia desde las premisas de las que partíamos cuando se decretó en marzo el estado de alarma y apenas intuíamos la complejidad del rompecabezas.

Aunque muchas piezas permanecen en la caja, ya hemos sacado algunas que, puestas en su lugar, permitirían tomar medidas más selectivas y adaptadas a cada contexto, descartando las que ya no encajan o estaban mal colocadas.

Por ejemplo, un nuevo confinamiento equivaldría a matar moscas a cañonazos. Como para contagiarnos hace falta contactar con una persona infectada de forma estrecha —a menos de dos metros— y prolongada —durante al menos 15 minutos—, es muy improbable infectarnos dando un paseo o corriendo por la calle. Sin embargo, como espada de Damocles, esa artillería pesada sigue barajándose si todo se nos va de las manos.

Por eso tampoco tiene sentido clausurar la actividad cultural, cerrar los parques y jardines públicos o las zonas de juego para niños, restringir más el aforo de las playas, las terrazas de los bares o de la mayoría de actividades que se realizan en exteriores, porque no detectamos brotes vinculados a ellas.

Tampoco es razonable limitar el número de personas que se pueden reunir en exteriores con la misma medida que se aplica en interiores, porque ya sabemos que el factor de riesgo fundamental para contagiarse es el tiempo que pasamos en espacios cerrados, donde la probabilidad de contagio es casi 20 veces superior.

Tampoco lo es recomendar en todo contexto mantener dos metros de distancia con los demás, porque en espacios cerrados sin ventilar se quedan muy cortos, mientras resultan excesivos en la terraza de un café.

Resulta contradictoria la obligatoriedad de usar mascarillas al aire libre —salvo en las grandes aglomeraciones—, mientras que no tiene sentido que se pueda prescindir de ellas en los interiores de los restaurantes, que son uno de los principales focos de infección.

Los pilares de nuestra respuesta deberían estar basados en el hecho de que en cierta medida el SARS-CoV-2 se propaga por el aire, lo que denominamos transmisión aérea o airborne transmission. También en la plausible hipótesis de que esta sea su principal vía de contagio en especial en los espacios cerrados, epicentros de los mayores brotes de la infección.

A efectos prácticos, la transmisión aérea implica que en interiores podemos contagiar y contagiarnos aun manteniendo dos metros de distancia. Este riesgo lo podemos minimizar usando mascarillas, con una adecuada ventilación, limitando el aforo y permaneciendo en ellos poco tiempo, tranquilos y en silencio.

El tamaño de las gotas importa

Las infecciones respiratorias, como la covid-19, la gripe, el sarampión, o la varicela se transmiten mediante secreciones que las personas infectadas emiten al respirar, hablar, toser o estornudar y que contienen gérmenes. Estas secreciones varían en tamaño, desde el mayor de las gotículas (de entre 5 y 10 micras de diámetro), hasta el más pequeño de los aerosoles (menor o igual a 5 micras).

Las primeras, más pesadas, caen al suelo cerca de nosotros —la mayoría a menos de dos metros de distancia— y podrían contagiarnos si contactan con nariz, boca u ojos. Han sido consideradas hasta ahora por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la principal vía de contagio de la covid-19 porque la mayor parte se dan en ese rango de proximidad. En cambio, los aerosoles quedan flotando en el aire durante minutos u horas, facilitando su inhalación durante más tiempo y a mayor distancia, como el humo de un cigarrillo —que también es un aerosol y sirve de metáfora visual—.

La controversia científica sobre la transmisión por gotas o aerosoles puede ser exasperante, pero a diferencia de la ignorancia, el racismo, el partidismo o la ideología, es imprescindible para entender el problema y ponerle solución

Aunque esta división en tamaños es arbitraria porque exhalamos partículas en todo ese amplio rango, tradicionalmente la comunidad científica ha entendido que la transmisión aérea hace referencia a infecciones que se contagian mucho mediante aerosoles a una gran distancia de la persona infectada. Recomiendo ver la magnífica Estallido de Wolfgang Petersen (Outbreak, 1995) para entender este concepto que implica que nos contagiamos respirando aire contaminado por gérmenes y es típica de algunos mucho más contagiosos que el SARS-CoV-2, como el sarampión o la tuberculosis.

Esta diferencia de contagiosidad está generando un intenso debate conceptual y una importante resistencia a asumir que el nuevo coronavirus también se transmite por el aire, como es probable que hicieran otros que le precedieron, el SARS-CoV-1, que causó el SARS en 2003, y el MERS-CoV, responsable del MERS en 2012.

Hace unos días, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE UU avivaron el debate al añadir en sus guías que los aerosoles son “la forma principal de propagación del virus”, un cambio del que más tarde se retractaron, aduciendo que habían publicado un borrador no definitivo. “Se cree que se propaga principalmente a través del contacto de persona a persona”, volvía a decir la nueva versión.

Para establecer normativas adecuadas y que resulten aceptables a la ciudadanía, o para decidir qué nivel de riesgo estamos dispuestos a asumir, debemos profundizar en este lógico y apasionante debate. Porque la controversia científica puede ser exasperante, pero a diferencia de la ignorancia, el racismo, el partidismo o la ideología, es imprescindible para entender el problema que abordamos y ponerle solución.

La historia (y el porqué) de la polémica

La OMS asumió en julio cierta transmisión aérea en “algunos entornos cerrados, como restaurantes, clubes nocturnos, lugares de culto o centros de trabajo donde la gente puede estar gritando, hablando o cantando”. Este reconocimiento llegó tras la petición de un nutrido grupo de científicos atmosféricos en una carta publicada en Clinical Infectious Diseases. “Las personas pueden pensar que están completamente protegidas al adherirse a las recomendaciones actuales, pero se necesitan intervenciones adicionales sobre la transmisión aérea para reducir aún más el riesgo de infección”, insistían los expertos.

“Los brotes de superpropagación, en los que una persona infecta a muchas otras, ocurren casi exclusivamente en lugares cerrados”, señalaba uno de sus firmantes, el profesor de química e investigador José Luis Jiménez, en una reciente tribuna en El País. “Estos brotes, que se creen son los que sostienen la pandemia, se explican fácilmente si tenemos en cuenta los aerosoles y son muy difíciles o imposibles de explicar considerando solo las gotículas o los fómites como las principales vías de contagio, como sostiene la OMS”, concluía este experto.

Los fómites que menciona Jiménez son las superficies contaminadas por el virus, como el pomo de una puerta, la fruta del mercado o los botones del ascensor. No obstante, esta vía de contagio parece menos relevante de lo que pensábamos fuera de contextos sanitarios, en donde la cantidad de virus en superficies es mayor debido a la acumulación de enfermos. Según los CDC, “no se cree que esta sea la forma principal de propagación del virus”.

Se cree que el riesgo de transmisión por una superficie se concentra en las dos horas siguientes a que alguien infectado tosa sobre ella, tras lo cual el virus dejaría de ser infectivo. La higiene de manos es más importante que dejarlo todo como los chorros del oro

En The Lancet, el profesor de microbiología, bioquímica y genética molecular Emanuel Goldman considera que la probabilidad de transmisión por fómites es “muy pequeña” y que el riesgo se concentra en las dos horas siguientes a que alguien infectado tosa sobre una superficie, tras lo cual el virus dejaría de ser infectivo.

Cabe recordar que el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) solo recomienda usar guantes en contextos sanitarios. En cualquier otro lugar lo que hay que hacer es lavarse las manos con regularidad y evitar tocarse la cara. Es decir, la higiene de manos es más importante que dejarlo todo como los chorros del oro.

Rociar suelos y paredes con desinfectante no tiene sentido y —además de dejar puertas y ventanas abiertas para disipar los aerosoles— bastaría con cerrar un comercio, una oficina o un colegio durante la noche para que al día siguiente no quedase virus infectivo en ninguna superficie sin necesidad de hacer desinfecciones exhaustivas diarias. Esos protocolos de limpieza a los que el periodista de The Atlantic Derek Thompson ha denominado “el teatro de la higiene” podrían además darnos una falsa sensación de seguridad y desviar el tiempo, la atención y los recursos necesarios para abordar medidas más efectivas.

Por otro lado, hasta la fecha la OMS y la mayoría de organizaciones sanitarias consideran que la principal vía de propagación de la covid-19 son las gotículas respiratorias de saliva y moco que, como proyectiles, contagiarían en los contactos estrechos de al menos 15 minutos. Sin embargo, una creciente evidencia respalda que la clave en la trasmisión, incluso en esas distancias cortas, son los aerosoles. De hecho, en la mayoría de eventos de supercontagio resulta inverosímil pensar que el individuo infectado haya podido estar 15 o más minutos a menos de dos metros de cada una de las decenas o centenares de personas que se contagian.

Una de las primeras investigaciones que apuntan a esta posibilidad se llevó a cabo en dos hospitales de Wuhan, origen de la pandemia, y se publicó en Nature a finales de abril. Los investigadores encontraron poca cantidad de ARN del SARS-CoV-2 en aerosol en las habitaciones ventiladas de los pacientes frente a una cantidad mayor en los baños, peor ventilados. Una de las últimas se ha llevado a cabo en otro hospital de Florida y no solo encontró material genético del virus, sino virus completos con capacidad infectiva a casi 5 metros por encima de dos pacientes con covid-19.

Desconocemos la cantidad de coronavirus necesaria para infectarnos, pero la distancia a la que se huele el humo del cigarrillo de un fumador indica la distancia a la que se pueden inhalar aerosoles infecciosos

De finales de junio es una tribuna en Science en la que tres expertos ya apuntaban que “una gran proporción de la propagación de la covid-19 parece ocurrir mediante aerosoles producidos por individuos asintomáticos durante la respiración y el habla”. Consideraban también que, en parte, la transmisión aérea podría justificar las altas tasas de transmisión entre el personal sanitario y los grandes brotes en las residencias de ancianos.

Estos expertos criticaban que las recomendaciones de los CDC sobre la distancia de dos metros se basan en estudios llevados a cabo en la década de 1930, cuando no existía tecnología para detectar las partículas tan pequeñas. Desconocemos la cantidad de coronavirus necesaria para infectarnos y es difícil definir una distancia segura en interiores, pero usaban el siguiente símil: “La distancia a la que se huele el humo del cigarrillo de un fumador indica la distancia en ese entorno a la que se pueden inhalar aerosoles infecciosos”.

Así, cuanto más próximos estemos de alguien infectado y más tiempo permanezcamos a su lado, mayor dosis del SARS-CoV-2 llegará a nuestros pulmones y más riesgo tendremos de contagiarnos.

Qué implica en la práctica

Para empezar, si asumimos que los aerosoles están jugando un papel clave en la difusión de la covid-19, es fácil comprender que en una sala con puertas y ventanas cerradas o en la que el aire acondicionado solo hace recircular el aire, nos vamos a contagiar con más facilidad que en la calle, donde a poco que corra la brisa los aerosoles se dispersan rápido. Teniendo esto en cuenta y que el nuevo coronavirus puede quedarse algunas horas ‘flotando’ adherido a aerosoles en lugares mal ventilados, deberíamos realizar toda actividad que lo permita al aire libre y ventilar ampliamente los interiores, en los que tendríamos que ser mucho más estrictos con el uso de mascarillas.

 

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