Historias de un médico forense | 19 ENE 20

Dudas judiciales

Dilemas morales y éticos, entre el maltrato animal y el humano
Autor/a: Julio Cesar Guerini 

Como casi todo en nuestro país, las cosas nacen podálicas, malparidas digamos. Como eficaces parteros, hacemos todo lo posible con nuestros fórceps para que salga a la luz. Desde hace mucho tiempo me da vueltas en la cabeza una incoherencia más de la Justicia. Puede que le resulte chocante, desagradable e incluso revulsivo lo que voy a plantearle, pero la verdad es que no me importa. Usted no me conoce, y yo a usted tampoco. 

En los últimos años, en mi trabajo de consultorio como médico forense examiné a más de tres mil detenidos por diferentes causas. Y acá quiero hacer una salvedad o aclaración. Los médicos forenses, no sólo trabajamos con cadáveres, sino que también trabajamos e interactuamos con vivos. Y he aquí uno de los primeros ruiditos que me hace la profesión en general y la especialidad en particular.

Lo que cree la mayoría de la gente es que los forenses trabajamos únicamente con muertos y están equivocados. Nosotros, los especialistas en medicina legal, además de cadáveres, examinamos imputados (presos) y damnificados (víctimas). Muchas veces me cuesta encontrar las diferencias entre unos y otros. Es decir, los presos en verdad son víctimas de un sistema que lo único que hace es excluirlos y acorralarlos hacia la única salida que es la delincuencia. Por otra parte, los damnificados, muchas veces realmente son víctimas, pero del propio sistema que ellos perpetúan, que es el de excluir a los más humildes. Por ende, e interpretado quizás de una manera superficial, son culpables de ser víctimas. O son “presos” de sus propias actitudes excluyentes de los demás. 

Cuando me detengo a mirar a los ojos, tanto a presos como a las víctimas, si sólo veo su mirada, sin fijarme en su ropa o en sus palabras; sólo su mirada, veo claramente quién es la víctima y quien el culpable (y justamente no es lo que dicen los oficios judiciales). Así como esta disonancia que me genera el concepto de imputado o damnificado, lo mismo me ocurre con cadáveres o con vivos. Cuando fijo la vista en esos cuerpos, inertes, alienados, abstraídos de toda realidad, desnutridos, sin vida (me refiero los imputados), me pregunto si realmente ellos se sentirán vivos. 

El 32 % de los argentinos es pobre, llevado a un numerito más concreto, 14,3 millones de personas (personas que son vecinos, amigos, padres, hijos, abuelos, profesionales, analfabetos, etc). Es decir, hay 14,3 millones de historias de pobreza. No es el número, es la persona y su historia detrás de ese número. Dentro de éste número, hay padres que tienen que mirar a sus hijos a los ojos e intentar explicarles lo inexplicable: no hay comida. No van a comer hoy, y mañana, probablemente tampoco. En ese simple hecho, de un contexto tan complejo, el padre agarra su carro, su caballo que se encuentra tan desnutrido y hambriento como su hijo, o como él mismo, y sale a recorrer las calles en busca de algo: algo de ropa, algo de comida, algo de cartón, algo de esperanza o algo de lo que sea. 

Imaginémonos por un momento, que estamos sentados en la maderita medio podrida de ese carro, como los que vemos a través de los vidrios polarizados de nuestro vehículo mientras vamos al shopping el domingo, o cuando miramos por la ventana de nuestras casas caer la lluvia con un café sabroso, cálido y humeante, que nos reconforta el alma pensando qué clase de loco puede salir con este clima, hasta que vemos alguien en un carro. Pero salgamos de esa comodidad, y tratemos de imaginarnos sentados ahí, en el carro. Con la mirada fija en la seguidilla de tachos de basura, containers, en los cuales buscamos entre los desperdicios el alimento de nuestros hijos.

Imaginémoslo, pero de verdad. Si está leyendo esto en una silla, sáquele el almohadón, corra la silla para atrás, e inclínese un poco para adelante. Quédese así un buen rato, hasta que le empiece a doler la espalda y se le acalambren los glúteos. Justo en ese punto, siga quieto. Agarre su tacho de basura y póngalo cerquita, mientras continúa leyendo este texto. Piense (y sienta el olor a mugre, la que usted mismo generó) que en ese instante llega su hijo y le pide algo para comer. Usted, gira un poquito (pero sin que se le deje de acalambrar el traste), mete la mano en el cesto de basura, saca algo no tan podrido y se lo da, quizá un trozo de pan con algunos tonos verduzcos. Y mira a su vez que su hijo lo come con desesperación y sobre todo agradecimiento. Piense además, que en ese contexto, otro hijo va sentado a su lado en el carro (sí, sí, ese mismo que ve a través del vidrio polarizado de su auto o de la ventana de su casa mientras llueve).

Compenetrado en su papel de pobre, en la búsqueda frenética de comida entre la mugre (para usted y su familia), el caballo que tira de su carro, de repente se detiene y no quiere avanzar. Usted, en su rol de pobre, excluido, con hambre, sin educación ¿qué haría? Posiblemente en este momento, este saliendo de su rol protagónico de pobre, y piense como un clase media/alta. Como ese pequeño burgués con rabia, por no poder vacacionar en Cancún dos veces al año y sólo se conforma con ir dos semanas en enero.  Quizás piense que se bajaría del carro y luego de acariciar al equino le diría: - por favor, hermoso semental de Palermo, ¿podremos continuar el recorrido?

Sin embargo, si logra mantener el papel de pobre analfabeto hambriento y sucio, lo más probable es que agarre un pedazo de goma que tenga a mano y le meta un azote en el lomo al caballo que, reitero, está tan desnutrido como usted y su familia. Es decir, el pura sangre es puro hueso. 

 

Comentarios

Para ver los comentarios de sus colegas o para expresar su opinión debe ingresar con su cuenta de IntraMed.

AAIP RNBD
Términos y condiciones de uso | Política de privacidad | Todos los derechos reservados | Copyright 1997-2024