Conmovedor libro del Dr. Ernesto Gil Deza | 22 MAR 19

Del cáncer y sus demonios

Un libro apasionante de uno de los especialistas con más conocimiento científico y compromiso humano con los enfermos
Fuente: IntraMed Autoría Editorial

En la medicina faltan libros como el de Ernesto Gil Deza, tal vez porque faltan médicos como él. Cómo ser capaces de sustraernos al vértigo de la información técnica sin perder de vista el auténtico propósito de nuestra profesión. Cómo sostener la mirada humana y empática con el prójimo mientras nos infoxican moléculas e imágenes de alta resolución. Tal vez una forma de recuperar ese equilibrio sea leer este libro imprescindible. El Dr. Gil Deza nos demuestra que se puede articular la mejor evidencia con el respeto por la experiencia. Que los datos pueden convivir con las historias de vida. Que las variables necesitan de las narraciones para cobrar significado. Todos salimos mejores de este libro porque a nadie le resultará indiferente. Es una felicidad leerlo, no se pierda esa oportunidad.

Daniel Flichtentrei


Sinopsis

¿Qué es el cáncer? ¿Siempre se necesita una biopsia?¿Por qué se comporta de esa manera?¿Es posible imaginar en un futuro una humanidad libre de cáncer?¿Tengo cáncer porque hice algo mal?¿El tumor puede tener un origen psicológico?

En la tradición de los mejores libros de divulgación científica aplicados a la medicina, el doctor Gil Deza nos deja asombrados y emocionados con un recorrido fascinante por la relación entre los pacientes y el cáncer. Igual que Oliver Sacks o Henry Marsh Gil Deza nos enseña que es posible escribir con elegancia y erudición sobre padecimientos, enfermos y recuperaciones sin golpes bajos ni concesiones infantiles.

No es este un libro de autoayuda ni explora terrenos sensacionalistas; “La madre de todas las batallas” es un texto extraordinario lleno de datos científicos. Pero también es un libro con historias de pacientes y de médicos, de miedos y desafíos, de sanación y de victorias, de luchas y de esperanza.

Gil Deza cree, y nos enseña, que hay un modo de contar y describir el enfrentamiento con el cáncer donde se juega gran parte de los que nos define como seres humanos; la empatía y el amor como herramientas indispensables para aplicar los conocimientos científicos.


Datos biográficos
Ernesto Gil Deza nacio el 4 de Agosto de 1959 en San Miguel de Tucumán. 
Es egresado con Medalla de Oro de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán. Es Director de Investigación y Docencia del Instituto Oncológico Henry Moore y Director de la Carrera de Oncología de la Universidad del Salvador. En 2005 recibió el Premio Gerónimo H. Alvarez de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires por el trabajo “Metástasis de pulmón: Diagnóstico, Tratamiento y Resultados” en colaboración con otros colegas.
Es autor de numerosos artículos y estudios sobre Oncología publicados en revistas y libros nacionales y extranjeros.
Es miembro de la Asociación Argentina de Oncología Clínica, de la Asociación Argentina de Medicina y Tratamientos Paliativos, de la American Society of Clinical Oncology (ASCO) y de la New York Academy of Sciences entre muchas otras.
Es además un entusiasta lector de los mejores libros de divulgación científica y se anima aquí a contar un poco de todo lo que le ha permitido experimentar su intensa vida profesional.


Fragmento del libro: Capítulo 2

Elegir un médico confiable

M. tenía 73 años la primera vez que lo vi. Era alto, fornido, tranquilo, con el aspecto de quien ha vivido mucho y bien. Venía a la consulta derivado por una colega muy querida para que lo tratara por un cáncer de próstata. Empezó a hablar y a contarme de sus dolencias actuales y pretéritas, con la particularidad de que cada uno de los diagnósticos y tratamientos realizados tenía una anécdota asociada:

—De vesícula lo había operado el Dr. Mainetti, quien fuera su amigo personal por muchos años; luego, Mainetti le recomendó al Dr. Favaloro para que lo operara de una válvula en el corazón y de quien también se hizo amigo. El control cardiológico lo hacía Eduardo; su dermatóloga era Myriam; su clínico…

Así, cada uno de los médicos que lo veía había sido elegido en forma personal. Nada parecía suceder por azar en la historia de este hombre. Su vida tenía tantos meandros como los ríos de montaña y era tan fértil como las sierras de Córdoba. Había nacido en Siria; era cristiano ortodoxo, pero había estudiado el Corán con sus compañeros musulmanes. Hablaba a la perfección árabe, francés y castellano. Recordaba el viaje en barco que los trajo a él, su madre y un hermano a Buenos Aires para reencontrarse con su padre. A través de sus palabras se veía la costa al llegar a Italia y se sentían las lágrimas que había derramado aquel niño al sentir que nun- ca volvería a su amada Siria, el olor del puerto, el hotel de inmigrantes donde estuvo alojado junto a los marinos del crucero alemán Graf Spee.

M. quedó huérfano de madre siendo todavía un chico. Cada encuentro con él traía aparejado un ceremonial que comenzaba por preguntar por la familia, luego venían sus dolencias y finalmente los relatos de su vi- da. Su memoria era prodigiosa y su manera de contar era tan agradable que la vida de su barrio cobraba vida y hasta se podían degustar las comidas y ver la luz filtrarse entre las ramas de los árboles. Era además un hombre de una fe muy profunda y de una honestidad absoluta, cada relato tenía en su centro una moraleja.
Lo acompañé durante una década a lo largo de su enfermedad y en los últimos años de su vida lo visité semanalmente. Siempre me estaba esperando. Luego del examen clínico, tomábamos café y comíamos unos dulces para acompañar la charla. Fueron momentos de enorme paz que atesoro en mi corazón. Pero lo más notable era que cada vez que nos veíamos me hacía sentir que era su médico, que él me había elegido para que lo acompañara. Ese fue uno de los honores más grandes que me han hecho.

Ah, me olvidaba: el cáncer de próstata evolucionó bien durante largo tiempo, lo que más afectó la vida de mi amigo fue una baldosa floja en una vereda de Buenos Aires: le costó tres operaciones, dos meses en terapia y casi lo mata.

La paradoja de la elección

Es difícil elegir médico. Este es uno de los puntos cruciales y para nada simple en la toma de decisiones del paciente. Hay varias razones para es- ta dificultad. Para empezar, no hay una calificación de los profesionales: ninguna entidad tiene un sistema de calificación para que los pacientes puedan elegir. Hay un sistema jerárquico, por lo cual se presupone que el más encumbrado es también el que más sabe o más experiencia tiene, pero, como el sistema de asignación de cargos no es transparente, esto no siempre es cierto. Por otra parte, en diferentes organizaciones se distinguen características particulares que pueden no tener nada que ver con la asistencia sino con la capacidad de gerenciar u organizar, la capacidad de investigar, la capacidad de publicar, la capacidad oratoria y de comunicación pública. ¿Hay alguna que premie por atender bien a las personas y ocuparse de los pacientes? Yo no conozco.

La otra dificultad radica en que la oferta médica es inabarcable. Hay un psicólogo norteamericano llamado Barry Schwartz que escribió The paradox of choice, en donde desarrolla una tesis que me parece muy atinada para explicar alguna de las cosas que suceden en medicina. Schwartz sostiene que cuando hay un número limitado de ofertas estamos insatisfechos porque no podemos optar, pero que cuando este número es muy grande, también quedamos insatisfechos porque estamos seguros de que no elegimos la mejor. Permítanme explicarme: si solo hay un médico para elegir, probablemente vayamos a estar insatisfechos; pero si debemos elegir entre cincuenta, lo estaremos igualmente. Por eso las cartillas médicas, como las viejas guías de teléfonos, no resuelven el problema. De tal manera que en una era de comunicación instantánea, multimediática e informatizada, la elección se sigue ha- ciendo en base a la difusión boca a boca, aunque sea a través de Facebook, y la experiencia puntual del primer encuentro sella el destino de la relación médico-paciente.

Yo no soy quién para decirle a nadie qué debe tener en cuenta al momento de elegir un médico, pero sí voy a decir qué creo que valoran los pacientes que me elijen. En primer lugar, elijen a alguien en quien confiar. Una de las mejores, sino la mejor, definición de la relación médico-paciente es el encuentro entre una conciencia (la del médico) con una confianza (la del paciente). La mejor definición de médico que conozco la dio Escribonio Largo (aunque yo la aprendí como de Boecio) al decir que un médico se define con cuatro palabras: “Vir bonus me- dendi peritus”: “Hombre bueno, experto en el arte de curar”. Por lo tanto, si unimos las dos definiciones, tenemos que la mejor relación médico-paciente se establece cuando un hombre bueno, experto en el arte de curar, se encuentra con un paciente que confía en él.

 

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