¿Hasta cuándo seguir y cuándo parar? | 18 DIC 17

Futilidad médica y obstinación familiar en terapia intensiva

Este trabajo propone discutir el tema de la futilidad en Terapia Intensiva y cómo encarar el problema tan poco abordado de la “obstinación familiar” ante situaciones potencialmente irrecuperables, pese a una adecuada información médica
Autor/a: Alejandro R. Grinberg, Vilma A Tripodo  MEDICINA (Buenos Aires) 2017; 77: 491-496
INDICE:  1. Página 1 | 2. Referencias bibliográficas
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Resumen   

  • En las últimas décadas han aparecido múltiples publicaciones sobre obstinación terapéutica y futilidad en la Unidad de Terapia Intensiva. Sin embargo, poco se ha publicado sobre la “obstinación familiar” en continuar con medidas invasivas en pacientes graves, a pesar de una adecuada información sobre su muy mal pronóstico a corto plazo.
     
  • En determinadas ocasiones, estos pacientes críticos no están en condiciones de tomar decisiones sobre los tratamientos propuestos y lamentablemente muchos de ellos no han dejado testimonio previo sobre sus preferencias en cuanto hasta dónde avanzar en medidas invasivas (directivas anticipadas). De esta manera, son los familiares quienes quedan a cargo de estas decisiones, que pueden no coincidir con lo que el paciente hubiera deseado.
     
  • Con la medicina paliativa se ha generado una invalorable ayuda a la difícil tarea de la comunicación entre el médico, el paciente y la familia. Los límites de las intervenciones pueden ser difíciles e imprecisos, generando múltiples problemas en la toma de decisiones.
     
  • En determinadas ocasiones, a pesar de una adecuada información de los médicos intensivistas y paliativistas, algunos familiares no aceptan las directivas de no avanzar con medidas invasivas. Comprender la justificación de la futilidad puede ser relevante para resolver disputas de la forma más adecuada.
     
  • Este trabajo propone discutir el tema de la futilidad en Terapia Intensiva y cómo encarar el problema tan poco abordado de la “obstinación familiar” ante situaciones potencialmente irrecuperables, pese a una adecuada información médica.

La preocupación sobre cuáles son las medidas que deben instrumentarse en la unidad de terapia intensiva (UTI) es un tema de debate1-3. En los últimos años se ha hecho énfasis en evitar el encarnizamiento o, mejor dicho, la obstinación terapéutica, (necesidad de actuar siempre y no aceptar un mal resultado) en el marco del principio de no maleficencia. Sin embargo, algunos pacientes y familias se resisten a las sugerencias de los médicos en cuanto a suspender tratamientos fútiles o potencialmente inapropiados.

Consideramos futilidad como aquella “cualidad del acto médico cuya aplicación a un enfermo está desaconsejada porque es clínicamente ineficaz, no mejora el pronóstico, los síntomas o las enfermedades intercurrentes, o porque previsiblemente produce perjuicios personales, familiares, económicos o sociales, desproporcionados al beneficio esperado1

En la UTI muchas de las decisiones médicas se toman en consenso con la familia del enfermo y/o su representante legal, llamado subrogante. Desde el momento en que se diagnostica una enfermedad cuyo tratamiento va a requerir un ingreso hospitalario, tanto el paciente como sus familiares se ven implicados en un proceso durante el cual pueden experimentar diversas alteraciones emocionales2.

Es evidente que la mortalidad en la UTI es superior a la de otros servicios hospitalarios, y eso los familiares lo conocen. Sus principales problemas tienen que ver con sentimientos contradictorios que se pueden experimentar, en general relacionados con la impotencia y la culpa2.

“obstinación familiar” en continuar con medidas invasivas en pacientes graves, a pesar de una adecuada información sobre su muy mal pronóstico a corto plazo

En las últimas décadas han aparecido múltiples publicaciones sobre obstinación terapéutica y futilidad en UTI; sin embargo, poco se ha publicado sobre la “obstinación familiar” en continuar con medidas invasivas en pacientes graves, a pesar de una adecuada información sobre su muy mal pronóstico a corto plazo3. Con frecuencia, cuando las familias se resisten o se oponen a las sugerencias de los médicos sobre suspender un tratamiento, no queda claro lo que se debe hacer. Comprender la justificación de la futilidad puede ser relevante para resolver disputas de la forma más adecuada3.

Este artículo se propone discutir el tema de la futilidad en UTI y cómo encarar el problema tan poco abordado de la “obstinación familiar” ante situaciones potencialmente irrecuperables pese a una adecuada información médica.

Dos casos paradigmáticos ilustran esta situación4. En 2009 en New Jersey, Rubén Betancourt desarrolló un estado vegetativo persistente y la Corte Suprema de EE.UU. ordenó continuar con medidas de soporte en UTI. Esto se mantuvo por tres meses hasta que finalmente falleció5. El otro caso fue el de Samuel Go- lubchuk en Canadá, que recibió tratamiento invasivo en UTI por nueve meses mientras la Corte Suprema se expedía. En este último caso los médicos querían suspender medidas que consideraban fútiles en contra del deseo familiar. Murió a los nueve meses, antes del fallo de la Corte6-8.

Siendo el fallecimiento de un paciente un fenómeno frecuente en las UTI (en EE.UU. el 20% de las muertes se producen en la UTI), estudios como el SUPPORT pusieron en evidencia que tanto el tratamiento al final de la vida de los pacientes críticos como la atención a las necesidades de sus familiares están lejos de ser adecuados9. No siempre se proporcionan los cuidados y procedimientos para una muerte sin sufrimiento, de acuerdo a las preferencias del paciente y coherente con la práctica clínica y valores culturales. Entre las causas principales se destaca la insuficiente formación de los profesionales de UTI en la habilidad para comunicarse1, 9.


 Alta tecnología y nuevos escenarios

Hoy en día la medicina está altamente tecnificada. La terapia intensiva tiene alrededor de 60 años de historia, iniciada en las unidades de Poliomielitis con la creación de los respiradores artificiales para los enfermos con compromiso respiratorio10.

El tratamiento eléctrico de las arritmias, la patología del trauma, la diálisis, la cirugía cardíaca con bomba, la neurocirugía, el shock, el trasplante, etc., encontraron entonces un ámbito adecuado para la mejor atención y seguimiento de los pacientes. Junto a este nuevo espacio hospitalario se desarrolló un nuevo paradigma vida/muerte, claramente diferente del previo, que solo era salud/enfermedad10.

En estos lugares se brinda el soporte vital, término que corresponde al o a los procedimientos que apoyan o sustituyen funciones de órganos vitales; ej.: ventilación mecánica o, en Argentina, asistencia respiratoria mecánica, inotrópicos, etc.10.

Lamentablemente, por la función que cumple, la UTI requiere un ámbito físico que separa al paciente de la familia, convirtiéndolo en un lugar solitario en donde, en muchas ocasiones, pasan los últimos días de su vida110. Así, la aparición de la UTI y la tecnología médica trajeron aparejado problemas éticos y filosóficos que se iniciaron en los años 70.

Se abandonó la tutela paternalista del médico hacia el paciente, para reconocer el derecho del mismo a ser informado, a decidir por sí mismo, a ser autónomo, incluyendo la decisión de la muerte. La alta complejidad médica puede borrar el límite entre el sufrimiento y el potencial beneficio de un tratamiento.

Apareció entonces la noción de proporcionalidad en cuanto a la calidad de vida, en relación con el pronóstico, para considerar el beneficio de un potencial tratamiento. En UTI las acciones pueden ser la abstención (no iniciar), la aplicación (utilizar) o el retiro (suspender) del soporte vital. Además, si bien el soporte vital es el más problemático, no es el único tratamiento cuestionado sobre su aplicación o no11.

En los últimos años se ha profundizado el concepto de autonomía del paciente en el que cada uno ejerce el derecho a decidir sobre las acciones médicas a las que será sometido12. La adecuada información, comprensión, voluntariedad y libertad, conforman la doctrina del consentimiento informado que presta sustento al principio de autonomía12. El derecho a la información y la autonomía de la voluntad expresada en la Ley sobre Derechos del Paciente fue reglamentado en Argentina en 201213.

El paciente es soberano para aceptar o rechazar las terapias o procedimientos médicos o biológicos que se le propongan en relación a su persona, para lo cual tiene derecho a acceder a la información necesaria y suficiente para la toma de su decisión13.

En determinadas circunstancias, a pesar de una adecuada información médica, algunos pacientes o familias, por distintos motivos, no concuerdan con la idea de futilidad o de adecuar los tratamientos para aquellos con enfermedades terminales o incurables. Mantener tratamientos fútiles o potencialmente inapropiados se considera mala práctica por ir en contra de la dignidad humana; por otro lado, consumir recursos sanitarios inútiles va en contra del principio de justicia distributiva.

Cuando la persona es considerada incurable, se debe plantear la adecuación de tratamientos de soporte vital, estableciendo un consenso entre el equipo sanitario y los familiares14. En la mayoría de los casos, el paciente de UTI es incompetente para tomar decisiones debido a su enfermedad o bien porque recibe fármacos sedantes. Por ello la información y el acuerdo se centra en la familia, respetando las preferencias del paciente, si las ha expresado previamente de forma verbal o escrita a través de un documento de instrucciones o voluntades anticipadas o bien teniendo en cuenta lo que hubiera elegido para sí mismo (juicio sustitutivo).

En la mayoría de los casos podemos determinar fácilmente el motivo de ingreso de los pacientes en UTI. Aquellos que tienen fallo de distintos órganos y están en salas generales, morirían si no reciben soporte vital avanzado en estas unidades críticas. Pero en determinadas ocasiones es muy difícil acordar cuáles son los criterios de admisión para un paciente en UTI.

Asimismo, no es fácil saber cuándo indicar soporte vital en las salas de emergencia15, 16. En líneas generales, cuando el paciente no está en condiciones de hacerlo, la mayoría de los familiares concuerdan con los médicos sobre qué clase de tratamientos no deben ser realizados; pero hay algunos que se oponen a las sugerencias médicas de suspender o no realizar tratamientos.

¿Cómo se puede prevenir esta situación? ¿Qué debería hacer el médico cuando, aun después de haber informado claramente, no solo sobre el pronóstico sino también sobre las condiciones en que quedará el paciente en caso de sobrevivir, la familia no acepta la suspensión o el retiro de medidas invasivas? ¿Es aceptable para los médicos continuar con estas medidas cuando las mismas son consideradas fútiles?

El concepto de futilidad surgió para resolver estas disputas y para evitar continuar con soporte vital en quie nes no se justifique por la gravedad y el pronóstico de su padecimiento5. Este concepto no es nuevo, el Juramento Hipocrático promete no tratar pacientes subyugados por su enfermedad17. Pero el debate ético/médico de la futilidad se acentuó en los años 9018. Una década más tarde hubo una disminución en el interés de este concepto por no lograrse acuerdo entre médicos y eticistas sobre el final de la vida19. Hoy en día este debate sigue abierto20.

Hay evidencia que la futilidad es la causa más frecuente del retiro del soporte en pacientes críticos y una de las razones más frecuentes de consulta al Comité de Ética Asistencial21,22. Hay, y hubo, muchas críticas al concepto de futilidad18,23. La más frecuente es que a pesar del aire de objetividad, el concepto es subjetivo y muchas veces basado en las ideas del médico24. Por ejemplo, se dice que ante un tratamiento que tiene posibilidad de recuperación del 0.5% algunos pacientes o familiares consideran este número como válido, teniendo en cuenta que la alternativa es la muerte.

En un estudio desarrollado en hospitales de California sobre decisiones de familiares de pacientes en UTI, un 32% querían continuar con los tratamientos invasivos a pesar de tener menos del 1% de posibilidades de supervivencia y 2/3 de los familiares no le creían al médico cuando este les decía que el tratamiento era fútil24.

Es importante distinguir entre dos escenarios posibles:

1) cuando la enfermedad es aguda y nada haría sospechar que se iban a desencadenar los hechos de esta manera.

2)
cuando la enfermedad es crónica y progresiva, en la que era previsible tal desenlace y ni el paciente ni la familia recibieron la información adecuada para poder planificar las decisiones acorde al pronóstico. En ese caso no se trata de una muerte inesperada, sino más bien previsible.

Sin embargo, un estudio de niños en UTI realizado en Holanda, analizó el pronóstico a un año de pacientes con daño neurológico que estaban en asistencia respiratoria mecánica, la cual podría considerarse fútil25. Los pacientes tuvieron una elevada mortalidad, pero el 50% estaban vivos al año del ingreso. Los autores concluyeron que la asistencia respiratoria mecánica “no debe ser considerada como fútil”. En ese estudio no se menciona las condiciones de supervivencia ni la calidad de vida como un indicador válido de resultado más allá de la supervivencia en sí misma.

 

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