La vida de un neurocirujano contada por él mismo | 11 MAR 16

"Ante todo, no hagas daño"

Marsh acerca a los lectores el día a día de su especialidad, una montaña rusa de emociones, descubriéndonos cuantos misterios sigue custodiando el cerebro y los múltiples riesgos, limitaciones, dudas y conflictos morales
Fuente: Narrativa Salamandra 

Un libro conmovedor y descarnado

Sinopsis sobre "Ante todo, no hagas daño"

Título original: Do No Harm
ISBN: 978-84-9838-720-9
Número de páginas: 352
Tipo de edición: Rústica con solapas
Sello editorial: Salamandra

Colección: Narrativa

«La idea de que mi aspirador quirúrgico avance a través del pensamiento en sí, de la emoción y la razón, de que los recuerdos, los sueños y las reflexiones puedan formar parte de esa gelatina, resulta demasiado extraña como para plantearla siquiera.»

Henry Marsh tiene posiblemente la profesión más delicada y fascinante que existe. Henry Marsh es  neurocirujano, uno de los mejores del mundo. Esto significa que se ve obligado a hurgar en el cerebro de las personas. Con unas pinzas bipolares coagula los vasos sanguíneos que recorren su superficie, hace una incisión con un bisturí pequeño, introduce una fina cánula conectada a un aspirador quirúrgico y, con la ayuda de un microscopio, se abre camino por la sustancia blanca en busca del tumor.

De su pericia y su pulso depende en muchas ocasiones que un paciente recupere la visión o acabe en una silla de ruedas. Hay días en los que salva vidas, pero también hay jornadas nefastas en las que un pequeño error o una cadena de infortunios lo hacen sentirse el ser más triste y solo sobre la faz de la Tierra.

En "Ante todo, no hagas daño" —título extraído del principio supremo de la medicina, atribuido a Hipócrates de Cos en torno al 460 a.C.—, Marsh acerca a los lectores el día a día de su especialidad, una montaña rusa de emociones, descubriéndonos cuantos misterios sigue custodiando el cerebro y los múltiples riesgos, limitaciones, dudas y conflictos morales a los que se enfrentan los neurocirujanos en la mesa de operaciones.

Con una honestidad sorprendente, el autor desmonta en esta obra la ilusión colectiva de que la neurocirugía es un arte de microprecisión tirando a infalible en manos de unos profesionales serenos, objetivos y de pulso perfecto. Pero también se dan cita en el libro la recompensa tras una intervención técnicamente brillante y humanamente insuperable, la compasión hacia el enfermo y los peculiares vínculos que se crean entre éste y su médico, así como el gozo derivado de poder comunicar la más feliz de las noticias a los familiares. Y, por supuesto, la generosa dosis de humor negro que exige la práctica de su profesión, sin la cual difícilmente se podría soportar una disciplina capaz de llevar al equipo médico a conocer el cielo y el infierno con escasas horas de diferencia.

Una vida tan fascinante como aterradora

Escogido Mejor Libro del Año por el Financial Times y The Economist, y finalista del Guardian First Book  Award y del Costa Book Award, Ante todo, no hagas daño es un conmovedor y aterrador testimonio en primera persona de los triunfos y los fracasos que se dan a diario en los hospitales, al tiempo que una mirada experta a ese enigma inconmensurable que da cobijo a nuestras células grises.

Muchas cosas han cambiado desde que Henry Marsh estudió Medicina, y él mismo presta testimonio sobre cuánto se ha avanzado desde un punto de vista científico y tecnológico a la hora de trazar el mapa del cerebro, pero lo que hay en juego sigue siendo exactamente lo mismo: la posibilidad de llevar una vida digna y con salud. Por descontado, tampoco han variado las sensaciones a flor de piel que experimentan tanto los pacientes y sus familiares, como los equipos médicos.

Al final de su larga y exitosa carrera como uno de los neurocirujanos británicos más sobresalientes, Marsh recuenta —a cerebro abierto, si tal broma nos es permitida— multitud de casos profesionales —que acaban siendo también personales—, muchos de ellos capaces de llevar al lector hasta las lágrimas, sean éstas de desconsuelo o alegría. En su consulta, enfrentándose a dilemas hamletianos o a la delicada obligación de comunicar malas noticias, o delante de la mesa de operaciones, donde se le exige la máxima concentración y el más firme de los pulsos, Marsh sintetiza su tan fascinante como compleja y maravillosa trayectoria médica en unas páginas que rebosan tacto y sabiduría, llenas de verdades dolorosas y de momentos de dicha.


El autor

Henry Marsh (Oxford, 1950) estudió Medicina en el Royal Free Hospital de Londres, se convirtió en miembro del Colegio Real de Cirujanos en 1984 y, desde 1987, ejerce de especialista en neurocirugía en el ala Atkinson Morley del St. George’s Hospital de Londres. Ha sido protagonista de dos documentales: Your Life in Their Hands, ganador del premio Royal Television Society Gold Medal, y The English Surgeon, merecedor de un premio Emmy. Está casado con la antropóloga y escritora Kate Fox.


Extractos del libro

Capítulo 11 "Ependimoma"

Con los años, había llegado a conocer bien a Helen y a tenerle mucho aprecio. Quizá ése fue un error por mi parte. Era siempre encantadora y llevaba su enfermedad con una entereza considerable, aunque a veces me preguntaba si no sería simplemente poco realista con respecto a sus posibilidades. Aunque no siempre es malo negarse a aceptar algo así.

La familia sentía devoción por ella y, pese a que me transmitían su más efusivo agradecimiento siempre que los veía, me miraban con tanta intensidad, con una mezcla tan grande de esperanza y desesperación, que sus ojos parecían disparar clavos para inmovilizarme contra la pared. [...]

Helen llegó finalmente de madrugada, aunque cuando entré a trabajar por la mañana nadie sabía en qué sala la habían ingresado y acudí a la reunión matutina sin haber podido verla aún. Una vez allí, le pedí al residente de guardia que proyectara el escáner de la paciente. Ofrecí un breve resumen de la historia clínica de Helen.

—¿Por qué creéis que voy a operar en un caso incurable como éste? —pregunté a los internos en prácticas. Nadie se ofreció voluntario para responder, de modo que les hablé de la familia y de que les era imposible aceptar que no pudiera hacerse nada más.

Cuando se trata de un cáncer que progresa lentamente y recidiva una y otra vez, puede resultar muy difícil saber cuándo parar. Los pacientes y sus familias se vuelven incapaces de aceptar la realidad, y empiezan a pensar que los tratamientos pueden alargarse eternamente, que el fin no llegará nunca, que la muerte puede postergarse para siempre.

Se aferran a la vida. Les expliqué a los internos en prácticas allí reunidos que había tenido un problema similar unos años atrás con un niño de tres años, hijo único y fruto de un tratamiento de fecundación in vitro.

Lo había operado de un ependimoma maligno y todo salió bien. Luego le administraron radioterapia. Cuando el tumor recurrió, como hacen siempre los ependimomas, dos años más tarde, volví a intervenirlo, y poco después hubo otra recidiva, en lo profundo del cerebro. Me negué a operarlo de nuevo, me pareció que no tenía sentido. La conversación con sus padres fue terrible: se negaron a aceptar lo que les dije y encontraron un neurocirujano en otro sitio que llevó a cabo tres cirugías más a lo largo del año siguiente, y aun así el niño murió. Los padres trataron entonces de demandarme por negligencia. Fue una de las razones por las que abandoné la neurocirugía pediátrica. El amor, les recordé a mis discípulos, puede ser muy egoísta.

—¿Es por eso por lo que vas a operar en este caso? ¿Porque te preocupa que te demanden? —quiso saber alguien. En realidad no me preocupaba que me pusieran una demanda, pero sí que estuviera siendo un cobarde, o quizá sólo un tanto perezoso.

 

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