Nuño Domínguez
Cada vez que nos lanzamos a hacer ejercicio para intentar quemar calorías nos enfrentamos a una maquinaria que lleva perfeccionándose más de 100.000 años. En parte por genética, en parte por el funcionamiento esencial del cuerpo humano, existen mecanismos naturales que boicotean los esfuerzos innecesarios y buscan siempre gastar la mínima energía posible. En otras palabras, la ley del mínimo esfuerzo existe en términos biológicos.
Un equipo de investigadores de Canadá se ha propuesto investigar cómo funciona esta maquinaria en los humanos. Para intentar averiguarlo, estudiaron la forma de andar de varias personas mientras se desplazaban por una cinta de ejercicios. Todas llevaban un exoesqueleto que en ocasiones ofrecía resistencia al movimiento, por ejemplo al doblar las rodillas, obligando al sistema nervioso a recalcular los movimientos y buscar el nuevo paso más eficiente, el que menos energía requiere para poder desplazarse.
“Lo que hemos descubierto es que la gente cambia su forma habitual de caminar, incluyendo su paso característico que han establecido durante millones de pasos durante toda su vida, para ahorrar pequeñas cantidades de energía”, ha explicado Max Donelan, uno de los autores del trabajo, en una nota de prensa. “Esto es totalmente consistente con que la mayoría de nosotros preferimos hacer las cosas siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, como cuando elegimos el camino más corto para llegar a casa o nos sentamos en lugar de estar de pie”, resalta. En su trabajo, dice, han demostrado que hay un fundamento fisiológico y racional para esa “vaguería” inherente.
Los resultados con los exoesqueletos muestran cómo ese sistema de optimización tarda apenas unos minutos en recalcular el gasto energético y buscar un nuevo paso. Y todo para ahorrar cantidades marginales de energía, en ocasiones con ganancias de menos del 5%, según los resultados del trabajo, publicados hoy en Current Biology.
"Andar requiere coordinar literalmente decenas de miles de músculos, ¿cómo es que descubrimos las combinaciones óptimas tan rápido?”, se pregunta Donelan. Es algo que quieren seguir investigando. Lo que sí señala su equipo es que lo que han observado con gente caminando probablemente se extiende a todos nuestros movimientos.
El secreto de Bolt
Mikel Izquierdo, director del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Pública de Navarra, señala que hay dos razones básicas que explican estos resultados. Por un lado, nuestros genes siguen funcionando igual que cuando éramos cazadores y recolectores, cuando la energía se optimizaba al máximo para poder correr detrás de las presas y no morirse de hambre. “Por eso nos cuesta tanto hacer ejercicio de forma voluntaria, nos resistimos porque estamos programados genéticamente para ahorrar el máximo de energía posible”, explica.
A esta programación genética se sumaría el otro mecanismo que han explorado los autores de este estudio, señala izquierdo. “Este tipo de mecanismo se ve claramente en los deportes de resistencia como el maratón”, resalta. “En estas pruebas los corredores se mueven sin levantar mucho las rodillas ni los muslos, buscando el mínimo gasto energético, ya que deben guardar fuerzas para toda la carrera”, explica. Durante esta larga prueba, el sistema nervioso va recalculando y adaptando el paso, “por eso es tan visible que la forma de correr de los participantes es muy distinta cuando están en los primeros 10 kilómetros que cuando ya llevan 30 kilómetros”, resalta Izquierdo.
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