Por Diego Golombek | 02 JUN 14

Vacunar: sí... o sí

Reviste una enorme gravedad: la decisión de muchos padres de no vacunar a sus hijos.

Por Diego Golombek  |  LA NACION

Esta vez nos ponemos serios para una situación que volvióa estar en los medios y reviste una enorme gravedad: la decisión de muchos padres de no vacunar a sus hijos

Es cierto: esta columna se llama Ciencia a lo loco, y se caracteriza por una mirada a veces ligera, esperamos que entretenida -aunque no por ello menos rigurosa- de la ciencia y sus circunstancias. Pero a veces hay que ponerse serios y poner toda la carne al asador; seguramente éste sea uno de esos casos. Cada tanto vuelve a aparecer la polémica sobre el uso de las vacunas y sus potenciales efectos detrimentales, y en estas últimas semanas esta supuesta controversia volvió a cobrar vida, con presencia en diversos medios e informaciones de todos los colores.

Y esto es grave. La vacunación es, sin duda, uno de los grandes inventos de los que debemos enorgullecernos. Desde que Edward Jenner descubrió y aplicó la vacuna antivariólica (y sus vericuetos son una joyita de la historia de la ciencia) se ha avanzado muchísimo, y acá estamos nosotros bastante sanitos para demostrarlo. Pero de las vacunas se dice de todo: que hacen daño, que dan pena, que causan autismo, trastornos neuropsicológicos y vaya a saber qué más. Pero resulta que hay algo en la ciencia, y particularmente en la medicina, que se llama evidencia. Y nada de eso que se dice está sustentado por la evidencia.

Las vacunas están pensadas para ser utilizadas de manera universal, lo que implica que haya muchos ojos encima, que permanentemente evalúen sus efectos deseados, secundarios y no deseados.

Algunas de las mentiras que andan dando vueltas tienen un origen que se puede rastrear fácilmente. En 1998, una de las principales revistas de medicina (The Lancet) publicó un trabajo que relacionaba la vacuna triple viral (anti sarampión, paperas y rubeola) con el autismo. Se imaginarán el revuelo que causó; a consecuencia, la tasa de vacunación cayó sensiblemente, al menos en Inglaterra.

Al mismo tiempo, este trabajo aumentó las investigaciones sobre el tema, que una y otra vez fallaron en encontrar esta relación diabólica hasta que, finalmente, en 2010, el paper debió ser retractado por la revista (o sea, se admitió que era falso), así como se demostró que su autor tenía severos conflictos de ética, financieros y científicos. Claro, la primera parte de la historia (la publicación) es la que más se conoció y la que más daño sigue causando.

Otras hipótesis sobre la maldad de las vacunas se basaron en el uso de algunos preservantes (que evitan que las vacunas se contaminen), como el timerosal, que contiene mercurio. De nuevo, primero la evidencia: los estudios que se hicieron (muchos y grandes) descartaron una asociación entre el uso de preservantes y la aparición de trastornos neurológicos. Aun así, hoy en día la mayoría de las vacunas no contienen timerosal o sólo contienen trazas de este preservante. Tampoco hay evidencias que relacionen las vacunas con la epilepsia o que digan que no es bueno dar una combinación de varias vacunas juntas.

La situación es grave

 

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