Entre el Big Bang y la vida cotidiana | 24 MAR 14

La arrebatadora belleza de la ciencia y la estupidez del mundo

Un suceso que ocurrió hace 14 mil millones de años, también habla de nosotros.
Autor/a: Dr. Daniel Flichtentrei Fuente: IntraMed 

"Como no sentirme así, si ese perro sigue allí" Patricio Rey

No nos damos cuenta. Sin que podamos advertirlo, la vida nos empobrece la perspectiva del mundo, nos encierra en una celda minúscula repleta de trivialidad y de mediocre acostumbramiento.  Pero una mañana lees en el diario que un grupo de jóvenes científicos descubren las huellas gravitacionales del Big Bang en el cielo del Polo Sur. Entonces, reclinás la cabeza sobre el respaldo, respirás profundo, por la espalda te corre una gota fría y eléctrica. El cuerpo estremecido te obliga a sentir la inmensidad de las cosas, la infinita pequeñez  de lo que somos. Huele a café y a tostadas. La mañana se despereza detrás de las ventanas. Mirás a la gente que te rodea, encendés la tele, la radio, abrís tu correo electrónico, Twitter; pero nada. Te parece que sos la única persona a quien ese descubrimiento le ha puesto la piel de gallina, le ha ajustado un nudo en la garganta. Tu perro te mira con ojos de luna llena, sabe que algo serio te está pasando. Le acariciás el lomo y salís a la calle.

Durante el día aprovechás cada pausa para leer y leer. Querés comprender algo que te supera. Investigás, buscás información que baje al nivel de tu ignorancia el fundamento de lo que ha ocurrido. Trabajás como siempre, como si nada trascendente estuviera sucediendo. Buscás en la expresión de la gente con la que compartís tu vida alguna señal, un gesto de asombro, un guiño de complicidad. Pero nada, nada.

En la portada del diario, debajo –y mucho más pequeño- del drama de Boca que no encuentra el equipo, de la cotización del dólar y de la huelga de maestros, un pequeño recuadro dice: “Detectan los ecos del origen del universo”.

Al mediodía ves un video en Youtube. Un discípulo con ojos orientales llamado Chao-Lin Kuo golpea la puerta de la casa de su maestro. Su esposa y él abren. Son dos personas mayores sorprendidas en su intimidad. No esperaban a nadie. Él estira la mano para peinarse con los dedos. Tiene el cabello encanecido y los ojos vidriosos. Viste un buzo de diez dólares sobre una camiseta blanca. El muchacho habla. Extiende el puño cerrado para darle a lo que dice la contundencia de los hechos. Ellos lo escuchan con la boca abierta, dudan, incrédulos. La mujer se adelanta, abraza al joven. Una mujer siempre encuentra antes que un hombre la forma de expresar una emoción. El profesor tiene un momento de perplejidad que casi lo derrumba. Su cuerpo vacila, se sostiene. Es un instante minúsculo. Algo apenas perceptible. El golpe feroz de un dato que confirma una idea y casi voltea al hombre que la pensó: r: 0.2 + 0.05 Pide que se lo repita, varias veces: r: 0.2 + 0.05

Sin alfombras rojas, sin fuegos artificiales, sin vestidos de lujo, ni estrellitas de TV. Brindan con champagne en copas compradas en una oferta del supermercado, celebran el descubrimiento. El profesor confiesa que estaba enamorado de una idea bella, pero dudaba, esperaba su confirmación.

0,00000000000000000000000000000000001 segundos después del Big Bang

Ese puñado de gente sencilla nos muestra que el universo pasó por una expansión brutal, muy rápida, al inicio de su existencia. Una billonésima, de una billonésima, de una billonésima, de una billonésima, de una millonésima parte de un segundo. 0,00000000000000000000000000000000001 segundos después del Big Bang. Que el universo surgió desde el vacío (cuántico) y que ese fenómeno dejó huellas en una radiación que nos llega hoy en forma de microondas gravitacionales de un proceso de inflación cósmica que comenzó hace catorce mil millones de años. Lo que han logrado registrar el la pistola todavía humeante después del disparo original. Eso, solo eso. Nada más.

Tengo la sensación de que algo así no ha conmovido a nadie. O a unos pocos, a muchos menos de lo que me hubiera gustado. De que todo sigue su curso sin verse afectado por los hechos. Como la tarde en que encontré a mi viejo muerto sobre el piso del living. Afuera pasaban los autos, rugía el motor del camión de la basura, unos chicos gritaban un gol en la vereda, llegaba el olor a fritura de milanesas desde la casa del vecino, en la tele una mujer con acento rumano daba el pronóstico del tiempo. Como si no hubiera ocurrido nada. Nada.

 

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