Medicina desde el pedestal | 01 ABR 12

La crisis del médico que no sabía cómo curar

La práctica profesional –de acuerdo al autor de este texto– está pensada para dar respuestas más que para escuchar y aceptar dudas. Se genera así una medicina desde el pedestal que toma al paciente como un elemento secundario y lo margina de su tratamiento.

SOMOS DIFERENTES. A VECES SE OLVIDA LO ESPECÍFICO DE CADA INDIVIDUO Y SE LE RECETAN SOLUCIONES QUE NO SE ADAPTAN A SUS NECESIDADES, OPINA EL DOCTOR SILVIO NAJT.

Un cadáver fue mi primer contacto con el arte de curar. Había empezado a cursar Anatomía Humana. Un gran salón intimidante, del lado derecho sillas que daban la espalda a unas mesas donde reposaba algo que parecía un cuerpo . Ninguno de los estudiantes nuevos se atrevía a mirar hacia ese lado. 

Al rato comencé a percibir un particular olor muy rancio que aún hoy puedo reconstruir mentalmente: formol. Yo jamás había visto un cadáver; la impresión era de rechazo, estuve tentado de escaparme . Así comenzó mi contacto con “el arte de curar”, con la muerte, desde la cual se me pretendió enseñar cómo se podía entender al ser humano vivo. Muchos años después entendí que ese cuerpo inerte no podía enseñarme casi nada de lo que hoy me resulta útil para aliviar a las personas que me consultan. 

Ya intuía qué tipo de médico no quería ser. Me remonto al curso de ginecología: el profesor traía a una mujer internada al anfiteatro. Sin mediar explicación, le ordenó que se desnudase de la cintura hacia abajo. La recuerdo joven. La hizo recostar con las piernas encogidas y separadas y mediante un puntero iba señalando la anatomía de sus genitales externos . 

La joven no atinó a negarse a semejante vejación, pero se puso colorada. Un compañero dijo a viva voz: “Profesor, me parece que para enriquecer aún más esta clase sería bueno que usted también se baje los pantalones y exhiba sus genitales externos así entenderemos un poco más de la anatomía comparada entre ambos sexos”. 

No sé si el profesor era viejo, pero para nosotros, todos jóvenes orillando los 20 años, parecía un anciano. El profesor enfureció, nos gritó que “ mancillábamos la ciencia ” y que desperdiciábamos una oportunidad única de incorporar conocimientos. Luego de este episodio, presentamos una queja formal y creo que nunca más se llevó adelante la escena de vejación disfrazada de enseñanza. 

Estuve en la facultad en una época de alta intensidad política, fin del gobierno de Lanusse, la presidencia de Cámpora y finalmente la de Perón. Vivimos momentos duros pero provocativos en los que se cuestionaba el carácter clasista y desprendido de la realidad social de la formación médica. 

Las críticas se relacionaban, y se relacionan aún hoy, con el médico como figura todopoderosa y con el paciente como un elemento pasivo, obediente, sin voz y a menudo –debía suponerse– sin alma. 

Mi primera opción como especialidad fue la cirugía. Una mañana, mientras estaba cursando mi primer año en la escuela de cirugía del Hospital Rawson, me tocó rotar por el servicio de cara y cuello . Mientras examinábamos a un hombre joven vimos su historial: tenía un diagnóstico de enfermedad maligna afectando un sector de su cara, el cuello y parte del hombro. Se lo veía débil, pero no parecía muy enfermo. 

Hasta ese momento, sin embargo, él ignoraba su diagnóstico. Se acercó el jefe de servicio y mientras señalaba sobre el cuerpo del paciente la cirugía que le practicaría, anunció: “Le voy a eliminar la mandíbula inferior , vaciar el contenido del cuello del lado afectado y, por último, desarticular el hombro”. Lo dijo sin ningún pudor mientras recorría con su mano las zonas que pensaba extirpar. 

Toda esta explicación fue hecha ante la atónita mirada del paciente que no podía creer que se estuviese refiriendo a él. En ningún momento mi jefe reparó en el impacto que sus palabras estaban provocando sobre el enfermo. 

Al usar la palabra paciente, refiero a una enorme cantidad de elementos puestos en juego en esta relación tan despareja. 

El paciente recibe, no aporta ; escucha, no opina; se somete, no elige. Carece de la posibilidad de ser un sujeto activo y de tomar las riendas de su recuperación. Una queja permanente en los Journals médicos es la falta de compliance (adherencia, obediencia) de los pacientes a los tratamientos instituidos por los médicos. Mi humilde opinión es que cuando al paciente no se lo considera “persona/individuo”, lo más probable es que su fidelidad al tratamiento sea escasa y con poco entusiasmo. 

Si bien no todos los cirujanos son como aquel del Rawson, preferí buscar otros caminos. Me especialicé primero en cardiología y luego en emergencia médica; aprendí un “oficio” –el de priorizar las acciones en situaciones críticas– y tuve la oportunidad de formar muchos otros médicos y paramédicos. Organicé sistemas de asistencia, ambulancias, emergencias en clínicas y sanatorios, atención domiciliaria. 

Fui exitoso y respetado pero me alejé del paciente concreto porque sentía que no me alcanzaba el esquema “médico-paciente-quince minutos-análisis-tratamiento-hasta pronto”. Así no podía curar, pero aún no sabía de qué manera hacerlo. 

La medicina alopática como ciencia, con todas sus falencias, me sigue pareciendo el método más adecuado para ayudar a los que sufren enfermedades. Nunca dejé de estudiar ni de investigar los sistemas de atención o la antropología médica que fue mi mayor influencia en los últimos años. 

Ni siquiera hablo de los enfermos, sino de rescatar otra vez el concepto de individuo al que le pasan cosas y que no debe “catalogarse” de enfermo . Desde la medicina de hoy, ¿quién no está enfermo? ¿Quién no se deprime en algún momento? ¿Quién no tiene un dolor en algún sitio del cuerpo o se siente fatigado? Si vemos los programas en la TV tendremos respuesta a todos estos problemas de “salud”. 

La vida, sin embargo, da revancha aunque yo hubiera preferido no tenerla porque el cambio vino del padecimiento de uno mis tres hijos. Inesperadamente un día de invierno, hace ya varios años, uno de ellos comenzó con un dramático cuadro de una enfermedad llamada “colitis ulcerosa” que se caracteriza por trastornos intestinales con hemorragias e intensos dolores. Forma parte de las llamadas enfermedades inflamatorias de intestino. 

 

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