Por el Dr. Alejandro A. Bevaqua | 08 JUL 11

Violencia y otras aberraciones sociales.

Es momento de revisar y actualizar conceptos basándose en nuestra realidad social.
Autor/a: Dr. A Bevaqua 

Necesaria reformulación de conceptos

Cada cierto período de tiempo, más o menos variable según la mayor o menor estabilidad social en un lapso histórico determinado, se torna necesario -al punto de imperativo- replantear, y eventualmente actualizar, conceptos científicos que permitan enfrentar y resolver los problemas de esa sociedad en particular, y no necesariamente de otra cualquiera que se pudiera considerar.

Estas convulsiones científicas, incluso en grado de revolución como bien señala Thomas S. Kuhn, son siempre secundarias a un problema que, por irresuelto, en ocasiones crece desmedidamente, como un tumor maligno, y amenaza con ahogar a la sociedad en la cual se desarrolla sin control.

La ciencia médica, como otras ramas del saber, contribuye a aportar soluciones a problemas que ella puede efectivamente enfrentar, porque son específicamente de su incumbencia; pero asimismo, en base a una desesperada búsqueda de respuestas y de soluciones a cuestiones quizás insalvables -v.g.: la detención del envejecimiento; la imposibilidad de procrear de parejas homosexuales; etc.- las sociedades post modernas tienden a medicalizar infinidad de materias que son por completo ajenos a la ciencia médica.

Dejando de lado esta última línea de análisis y concentrándonos en la primera, esto es, en los problemas que efectivamente la Medicina puede contribuir a subsanar, podemos aseverar que la violencia como fenómeno, y los sujetos violentos son, sin duda, objeto de estudio de la ciencia de Hipócrates.

La Medicina Legal y la Psiquiatría Forense trabajan por ejemplo, desde mucho tiempo ha, con conceptos como agresividad y violencia, y con sujetos antaño definidos como sociópatas y en la actualidad considerados portadores de trastornos antisociales de la personalidad.

Lo cierto es que, llámeselos como se quiera y considéreselos como guste, se trata de personas que -comenzando en la infancia o adolescencia- muestran un patrón de conducta persistentemente perturbador, transgrediendo sistemáticamente los derechos de otros e infringiendo invariablemente las reglas y normas sociales, sin que estos sujetos sean atemorizados o inhibidos en su conducta por la amenaza de la Ley. En breve: viven según sus propias reglas y el mundo entero debe adaptarse a sus caprichos y antojos sin límites.

Así las cosas, guste o no a las corrientes ultra-garantistas actualmente imperantes en nuestro país, resultaba útil la definición de estos individuos pues era claro también el marco normativo contra el cual se contrastaba su conducta.

Y digo bien: resultaba, tiempo pasado, pues al presente, desdibujada la norma como patrón, admitido lo inadmisible -esto es, la falta absoluta de límites- todo lo intolerablemente nocivo para la sociedad se vuelve, sin más, absurdamente tolerado en todos los órdenes.

Psicópatas homicidas que, por fallo eventual del arma que empuñaron y gatillaron, son acusados de “intento de homicidio”; vulgares ladrones que detenidos en flagrancia no pudieron concretar el acto, sindicatos como autores de “intento de robo”; violentísimos barra-bravas -realmente estúpido eufemismo para denotar bandas criminales sin control- que delinquiendo a la vista de medio país (recuérdese el partido en que River Plate pierde la categoría) son gentilmente invitados por la policía a abandonar el campo de juego; y, por supuesto, la siempre vigente cuestión de protervos criminales que, por minoría de edad, vuelven a la calle instantes después de ser detenidos; etc.

Desechada entonces desde la misma sociedad la regulación que permitía contrastar una conducta determinada, real, contra un ideal; abandonada la voluntad social de sancionar las desviaciones normativas, corresponde preguntarse cuál es la validez de los conceptos científicos que anteriormente mencionara.

Antes bien, parece perimido por arcaico el concepto de sociópata -modernamente: trastorno antisocial de la personalidad- toda vez que nadie puede dejar de vivir según sus propias reglas cuando éstas -las normas- no existen de manera supra individual, o cuando, si bien pueden hallarse en teoría, no hay voluntad política de hacerlas cumplir en la sociedad en que se desarrolla ese sujeto antisocial.

En suma: una ciencia -en particular una con connotaciones profundamente sociales como la Medicina- se desarrolla en y para una sociedad determinada toda vez que los conceptos que se utilizan, si bien originariamente universales, son de aplicación local.

Si la sociedad -nuestra sociedad- en que esa Medicina -nuestra Medicina- se desarrolla, no acepta determinados conceptos de dicha ciencia, las soluciones que ésta aporte no serán valederas para ese conjunto social y, por ende, sólo conllevará frustración personal y profesional a quienes la ejerzan.

Por tanto, es hora de una revolución científica; es momento, sin duda, de revisar y actualizar conceptos basándose, para ello, en nuestra realidad social.


Alejandro A. Bevaqua
M. P.: 220167
Médico Especialista Jerarquizado en Medicina Legal.
Médico de la Sección Sanidad - Servicio Penitenciario Bonaerense, Unidad Penal N° IV, Bahía Blanca, Buenos Aires.  Actualmente, en comisión como médico en el Patronato de Liberados Bonaerense, Bahía Blanca, Buenos Aires. Colaborador docente en Curso para la Especialización en Derecho Penal - Depto. de Derecho, Universidad Nacional del Sur. Colaborador docente en Cursos para la Especialización en Medicina Legal. Disertante en Jornadas de la Universidad Nacional de Sur sobre Importancia de ADN en cuestiones médico legales. Perito de parte. abevaqua@intramed.net

 

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