Contaminación atmosférica | 20 MAR 11

Cuando respirar enferma

¿Empeora las alergias? ¿Aumenta el riesgo de padecer problemas cardiovasculares? Verdades y mentiras sobre cómo afecta la contaminación atmosférica a nuestra salud.

JOAN CARLES AMBROJO 
 
El aire que respiramos nos puede enfermar o, en casos extremos, llevar a una muerte prematura. Diversos estudios científicos han demostrado que reducir las emisiones contaminantes mejora drásticamente la calidad de vida de la población.

Hace unas semanas saltó la alarma social en varias ciudades españolas que sufrieron jornadas con altos niveles de contaminación en el aire. No es para menos. Existen centenares de investigaciones epidemiológicas que evalúan los efectos adversos de la polución en la salud humana. Respirar aire nocivo puede provocar un aumento en el número de defunciones, de ingresos hospitalarios y de visitas a urgencias, especialmente por causas respiratorias y cardiovasculares.

La contaminación también puede desencadenar un aumento de enfermedades crónicas que originan otras enfermedades y que acortan la vida de las personas que las padecen.

Los más afectados por las emisiones artificiales son los niños, ancianos, mujeres embarazadas y personas que ya padecen enfermedades respiratorias (asma, EPOC) o cardiovasculares, y según datos más recientes, parece ser que también los diabéticos, afirma Elena Boldo, investigadora del Instituto de Salud Carlos III de Madrid.

Existe una relación inversamente proporcional entre la gravedad de las consecuencias de la contaminación atmosférica y la cantidad de población de riesgo afectada. A medida que los efectos son menos graves, el porcentaje de población afectada es mayor. Se sabe que los efectos debidos a la exposición crónica (efectos a largo plazo) pueden ser considerablemente más importantes en términos de reducción de la esperanza de vida y morbilidad crónica, dice Ferran Ballester, profesor de la Universidad de Valencia e investigador en el Centro Superior de Investigaciones en Salud Pública, de la Generalitat Valenciana, y en el CIBER en Epidemiología y Salud Pública, del Instituto de Salud Carlos III.

Un día aislado con altos niveles de contaminación va a ocasionar principalmente efectos agudos, a corto plazo: mortalidad cardiovascular, un infarto, la reagudización de una enfermedad obstructiva pulmonar o la reducción de la función pulmonar. Los resultados de estudios epidemiológicos indican que no existiría un umbral por debajo del cual no se pueda hablar de ausencia de efectos.

Cuando respiramos, introducimos en nuestro organismo más de 10.000 litros de aire diarios y, con este, un cóctel variable de gases, vapores y partículas en suspensión. Estas partículas producen inflamación local respiratoria y a la vez son mediadoras en la inflamación sistémica que se transmite a otros lugares del cuerpo. También aumentan los mecanismos del estrés oxidativo, un mecanismo celular de inflamación, como explica Cristina Martínez, coordinadora del área de medio ambiente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) y especialista del hospital Central de Asturias.

Las partículas de diámetro aerodinámico de 10 micrómetros (PM10) suelen llegar más allá de la garganta y provocar síntomas de rinitis, tos, aumento de expectoración y flemas, añade Martínez. Las partículas finas, PM2,5, son más tóxicas, pues su origen principal es antropogénico, procedente de los humos de los vehículos diésel. Pueden permanecer suspendidas en el aire semanas y llegar hasta los pulmones. Las partículas ultrafinas, con un diámetro inferior a 0,1 micrómetros, pueden pasar del alvéolo pulmonar a la sangre y alcanzar a otros órganos. Los niveles de partículas están muy influenciados en España por la baja precipitación y vientos de ventilación respecto a países del norte de Europa.

Entre los gases dañinos destacan los dióxidos de nitrógeno, los compuestos orgánicos volátiles y los óxidos de carbono. También se encuentran partículas de origen natural, como los aerosoles marinos, la erosión, la intrusión de polvo africano y de otras actividades humanas (canteras, obras, construcción, etcétera). Un contaminante secundario es el ozono troposférico, una sustancia oxidante y que puede tener mayores concentraciones en los alrededores de las grandes ciudades que en su interior.

Algunos estudios experimentales indican que al mezclarse las partículas suspendidas y los gases con pólenes y ácaros aumentan la capacidad de estos últimos de provocar alergias. Además, el paciente alérgico empeorará si además del polen respira aire de mala calidad.

Mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima en dos millones las muertes prematuras que cada año son atribuibles a la contaminación atmosférica, en España se calcula que esta causa 16.000 muertes prematuras y que, reduciendo los niveles de partículas finas a 20 microgramos por metro cúbico, se evitarían más de 11.000 fallecimientos.

Barcelona es, de entre varias ciudades europeas analizadas por el estudio de la Comisión Europea Aphekom (no ha incluido Madrid), una de las que tienen mayor índice de contaminación del aire. Según los resultados del trabajo que se acaba de presentar y que en España ha coordinado la Agencia de Salud Pública de Barcelona, la polución continúa causando daños en la salud pública en Europa.

En las poblaciones estudiadas, reducir la media anual de PM2,5 hasta los criterios marcados por la OMS a 10 microgramos por metro cúbico aumentaría la esperanza de vida desde los 2,2 meses en Málaga hasta los 13,7 meses en Barcelona. También aliviaría la economía sanitaria (reducción del gasto sanitario, absentismo laboral, morbilidad, etcétera), algo que ya se consiguió con las regulaciones de la Unión Europea en la década de los años noventa para disminuir los niveles de dióxido de azufre.

 

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