Hospital General de México | 30 JUN 10

Luis Molina y la Unidad de Electrofisiología Clínica

Molina dedica gran parte de su tiempo a buscar recursos para ayudar a quien necesite un marcapasos y no tenga capital para costearlo.

Para Luis Molina no cabe duda, “lo más gratificante de trabajar en el Servicio de Cardiología del Hospital General de México es atender a personas que, la mayoría de las veces, no tienen ni un centavo, y ver cómo se ilumina su rostro cuando les digo, lo que usted necesita para vivir es un marcapasos, que cuesta muchísimo dinero, pero yo se lo voy a dar gratis”.

¿Y cómo no habría de saber el doctor Molina lo emotivo que resultan esos momentos, si en los últimos 18 años ha dado esta noticia miles de veces? De hecho, han sido 2100, “cantidad que coincide con el número de marcapasos que he puesto en ese lapso, y voy por más”.

Hoy, además de coordinar la Unidad de Electrofisiología Clínica que la UNAM tiene dentro del Hospital General (dependiente de la Facultad de Medicina), Molina dedica gran parte de su tiempo a buscar la manera de allegarse recursos para ayudar a cualquiera que necesite un marcapasos y no tenga capital para costearlo.

Esta historia se remonta 21 años atrás, cuando el universitario comenzó a dar consulta en el Hospital General y se dio cuenta de que había muchas personas con arritmias, pero muy pocos aparatos para corregirlas.

“¿Pero de dónde voy a sacar un marcapasos?, me pregunté. Primero me inscribí en el Club Rotario, pero no obtuve nada. Luego exploré con opciones ‘poco ortodoxas’, hasta que alguien me recomendó ir a la beneficencia pública”.

Con ciertas reservas, pero ya preparado con un sinfín de argumentos sobre por qué necesitaba que le donaran la mayor cantidad posible de marcapasos, el profesor Molina recorrió la avenida Chapultepec hasta llegar al edificio donde le habían dado cita.

Claro que podemos ayudarle —le dijo, desde su escritorio, el hombre que tuvo a bien atenderle—, sólo traiga la credencial de elector de sus pacientes… “No tienen”… ¿Acta de nacimiento?... “Tampoco”… ¿Y entonces?... “Los individuos que atiendo tienen tantas carencias que difícilmente han tramitado esos documentos”, explicó el médico.

“Sin embargo, todo se solucionó fácilmente; me pidieron que llevara una carta firmada por mí y una foto del sujeto que recibiría la donación y eso fue todo, en menos de 24 horas me entregaron un marcapasos. Al poco tiempo volví por otro, y por otro, hasta que me dijeron ‘no tenemos tanto dinero, sólo le podemos entregar uno cada 30 días’… ¡Aquél debió ser el año más largo del mundo!, porque en 12 meses me dieron 27”.

Una colaboración que ha salvado miles de vidas

Aunque Molina había conseguido más dispositivos de los que esperaba, “mucho nunca es suficiente, y tuve la fortuna de encontrarme en 1992 con Jorge Casablanca, quien en ese entonces trabajaba como director de distrito para la compañía de marcapasos más grande el mundo, y me comentó: ‘Luis, tengo un grupo de médicos que quiere aprender a poner los aparatos que vendemos, ¿qué te parece si tú les enseñas cómo, y yo te regalo los que necesites?’”.

“Ese año tuve mucha suerte”, reconoció Molina, pues poco antes Casablanca había ido al Instituto Nacional de Cardiología y al Centro Médico Nacional del IMSS con la misma oferta bajo el brazo, pero en ambos lugares la rechazaron… “Sin embargo, yo no, en cuanto escuché la propuesta ni siquiera lo dejé terminar, sólo le comenté, Jorge, yo, como a las computadoras, te digo sí a todo”.

Y efectivamente fue un sí a todo; el universitario comenzó a capacitar médicos y la empresa a donar marcapasos, y los resultados fueron tan buenos que estos 18 años de colaboración se han traducido en 2100 individuos intervenidos; “la paciente más joven que colocamos en la mesa de operaciones tenía dos años, y la más grande fue doña Gregoria, quien tenía 107 y vivió para celebrar su aniversario 111, al lado de sus 67 descendientes”.

Para el investigador, realizar esta labor implica una gran responsabilidad, especialmente porque el problema de las arritmias en México es grave: el país tiene 103 millones de habitantes y apenas hay 80 electrofisiólogos graduados para atender a esa población, “y para agravar la situación, de estos 80, apenas 17 cumplimos con los requisitos para recertificarnos”.

El cardiólogo no duda al decir que la situación es preocupante, “somos muy pocos los que estudiamos electrofisiología y encima de eso, los pocos que habemos no nos dedicamos a lo que deberíamos. Esto se debe en gran parte a la tristísima ilusión de muchos médicos graduados —generales, especialistas y subespecialistas— de tener una plaza en el Seguro Social, en el ISSSTE o en Pemex, en vez de ir a dónde más falta hacen, lo que hace que desaprovechan su potencial”.

 

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