Por el Dr. Luis Hornstein | 23 JUN 10

Sin autoestima no hay valores

Una autoestima consolidada permite dar curso y alas a lo que se piensa, a lo que se desea.

Luis Hornstein Para LA NACION

La autoestima es una experiencia íntima: es lo que pienso y lo que siento sobre mí mismo, no lo que piensa o siente alguna otra persona acerca de mí. Mi familia y mis amigos pueden quererme y aun así puede que yo no me quiera. Mis compañeros de trabajo pueden admirarme y aun así yo me veo como alguien insignificante. Puedo satisfacer las expectativas de otros y, aun así, fracasar. Piense en la estrella de rock que, mundialmente aclamada, no puede pasar un día sin drogas. Conseguir el éxito sin conseguir primero una autoestima consolidada es condenarse a sentirse un impostor y a sufrir esperando que la verdad salga a la luz.

Una autoestima consolidada permite dar curso y alas a lo que se piensa, a lo que se desea; enfrentar dificultades; no ser demasiado influible; tener sentido del humor. Se puede sobrevivir a los fracasos y a las desilusiones; negarse a los abusos; expresar dudas; tolerar cierta soledad; sentirse digno de ser amado y soportar el dejar de ser amado por tal persona; imaginar que puede haber otra, aunque no haya otra en lo inmediato. Permite expresar temores y flaquezas sin avergonzarse. Permite pedir ayuda sin sentir que es limosna; poder soportar las desventuras; cambiar de opinión (porque uno tiene ganas, no para mimetizarse en la manada); aprender de la experiencia; aceptar las limitaciones; no estar cabildeando sobre si valgo o si no valgo, en un triste deshojar la margarita.

¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles mis talones de Aquiles? ¿De qué soy capaz? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás? ¿Siento una brecha entre lo que quisiera ser y lo que creo que soy? ¿Qué puedo hacer por mí mismo? ¿Lucho o me dejo estar? Para dilucidarlo, debemos considerar la dimensión psíquica de lo social y la dimensión social del psiquismo. No hay sólo una crisis de valores. sino una crisis del sentido de los valores. ¿Cómo orientarnos en este laberinto?

Fugacidad de los valores. Frivolidad de los valores. Antes creíamos en San Martín, en Sartre, en el Che Guevara, en Alfonsín. Poco o mucho, fuimos defraudados. O creíamos en Dios, en el marxismo, en el progreso, en la transformación social. ¿En qué o en quién podemos creer hoy?

Antes las instituciones ahogaban al individuo, lo encorsetaban. Ahora el creciente deterioro institucional lo deja a la intemperie, en un enrarecido paisaje lunar. La tradición prometía sosiego a quien cumpliera con ciertas pautas, en el amor o como ciudadano. Imposible asirse a un modelo. ¿Vio esos jinetes que tienen que sostenerse unos minutos sobre un potro salvaje? Así estamos.

 

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