"La verdad y otras mentiras" | 09 NOV 09

Una "extraña" jornada médica en Chos Malal

Lecciones que se dictan por fuera de los estrados.

El norte de la provincia del Neuquén es un territorio de valles y volcanes. Un corredor prehistórico desplegado sobre la cordillera de los vientos. En esa zona, cargada por el embrujo de los tiempos remotos y la contundencia muda de la distancia, un puñado de pueblos se acomodan al abrigo de las montañas. Chos Malal fue alguna vez la capital del territorio. Allí, en una ciudad atravesada de historia, se realizaron las Primeras Jornadas de Cardiología del Norte Neuquino. 

Hay varios motivos para que éste no haya sido un encuentro médico como tantos otros. Todos ellos resultan conmovedores, todos infrecuentes y extraordinarios. Alguien debería señalar que el hecho de que la Federación Argentina de Cardiología (FAC) se ocupe de llevar a un lugar como éste uno de sus encuentros del mayor nivel científico y que se trasladen hasta allí sus más altas autoridades –su presidente Dr. Héctor Luciardi entre otros- , es un hecho auspicioso. El acto de realizar estas jornadas constituye en sí mismo un símbolo, la huella de un pensamiento federal y una actitud de reconocimiento a todos los colegas que desarrollan en esas zonas sus vidas personales y profesionales. Pero esto no es todo.

Desde el mismo momento en que llegamos a Chos Malal encontramos señales de que no sería éste un encuentro más. La comunidad entera participó de las jornadas del brazo de uno de sus médicos, el Dr. Esteban Larronde, cardiólogo local y empecinado organizador  de la reunión.  Por supuesto que hubo conferencias de gran nivel académico, desde ya que participaron algunos de los especialistas más destacados en cada área que se trasladaron generosamente hasta allí desde lugares muy distantes, pero eso es la regla en las Jornadas de la FAC y estamos acostumbrados a que suceda de ese modo. Lo que, a quienes vivimos en las grandes ciudades, nos resulta extraño y emocionante es el clima solidario y participativo con que un encuentro profesional se inserta en una comunidad. Algunos ya no recuerdan cosas como ésta, otros no las hemos vivido jamás y, desgraciadamente, a muchos ni siquiera les importa. Pero en Chos Malal suceden cosas sobre las que convendría detenerse a reflexionar.

Personas de todas las condiciones sociales organizaron la logística, armaron un auditorio que nada tenía que envidiarle a los salones five stars de los grandes hoteles, sólo que mucho menos frío, impersonal y ajeno. La mano de los hombres y mujeres del pueblo estaba presente en cada detalle, en la impecable tela que cubría las sillas, en la disposición del estrado para las conferencias, en los arreglos con orgullosa presencia de la cultura local con que se decoró el espacio. A diferencia de tantos salones de lujo que recorremos cada año, éste era un “lugar” y no un “no lugar” como denomina Marc Auge a la arquitectura indiferenciada y sin historia de los shoppings, hoteles y aeropuertos. Esas personas desfilaban en silencio detrás de cada invitado controlando que todo estuviese donde debía estar, que toda necesidad fuese resuelta, que nadie dejara de sentirse feliz por estar allí. Lo curioso para quienes ya hemos aceptado como una regla al exhibicionismo  neurótico y la pedantería sistemática fue que nadie se hizo ver, nadie necesitó que lo que hacía fuese exhibido como un mérito. Con una callada sensibilidad nos demostraron en los hechos que la mayor recompensa es que lo que hacemos se haga de la mejor manera y no que nos muestre a nosotros haciéndolo. Esas personas pusieron toda su dignidad austera y sin estrellatos al servicio de un encuentro científico que por primera vez llegaba a su ciudad. Desde las autoridades del gobierno local que pusieron las mesas hasta los peones rurales que nos homenajearon con sus chivitos al asador, todos rodearon a “su médico” sin necesidad de preguntarse por los motivos. El Dr. Larronde no lo sabe, tal vez no necesite saberlo, pero él y su gente nos han dado una lección.

 

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