Profesor Alcides Greca (UNR) | 27 MAY 09

Maestros de ayer y de hoy

¿Cómo es un maestro en nuestros días?

            La figura del maestro está siempre investida de cierto aire mágico. La idealización hace a su esencia misma, y así la relación maestro-discípulo se diferencia claramente de la del docente con el alumno. En ésta el vínculo es exclusivamente intelectual; en la primera existe una corriente afectiva que torna el acercamiento mucho más estrecho y personal. Cuando recordamos a nuestros maestros, difícilmente lo hacemos sobre la base de sus conocimientos o de su capacidad para transmitirlos; lo que han dejado en nosotros es algo inasible y difícil de explicar, pero no por ello menos poderoso. Los maestros nos han marcado a través de actitudes, de observaciones hechas como al descuido, de consejos y no pocas veces de simples gestos y de medias palabras. Nuestra admiración y nuestra gratitud por sus enseñanzas van mucho más allá de la valoración de su sapiencia en un campo de desempeño específico. 

            Suele escucharse por doquier que cada vez es menos nítida la figura del maestro, que casi ya no existen quienes puedan denominarse tales, que tampoco los alumnos de hoy están demasiado dispuestos a asumir el rol de discípulos (con lo que ello tiene de compromiso) y que “maestros, con todas las letras, eran los de antes”. Seguramente no pocos nostálgicos, justificadamente lo viven así. Porque muchos no han tenido una relación personal tan potente como la antes descripta, que marcara un rumbo en su carrera y también en buena medida, en su vida personal. Es así que denominaron maestro a otro modelo de docente, muy versado en su área, especialmente inaccesible, de pocas y un tanto crípticas palabras, al que era casi una tarea imposible abordar para aclarar una duda o simplemente formularle preguntas. Se trataba de figuras lejanas, imbuidas de un halo misterioso y ubicadas imaginariamente por eso mismo, en el Olimpo de lo inalcanzable. Los que tenemos ya una larga experiencia en medicina identificamos con facilidad a esta clase de figuras.  

            Hace aproximadamente unos 30 años, la información médica, a diferencia de hoy, estaba muy restringida. Aquél que viajaba una vez por año al extranjero y traía el último libro en inglés (que recién se traduciría unos cuantos años más tarde) se sentía con razón dueño del dato más reciente, del secreto más preciado y de la herramienta diagnóstica o terapéutica que le estaba vedada a los demás. Poco importaba que fuera una información inaplicable en la práctica; con que se pudiera exponer en una conferencia o en una reunión informal para lucimiento intelectual y deslumbramiento de la audiencia era suficiente. Y como se trataba de fuentes apenas conocidas o desconocidas por completo, la refutación o el simple pedido de fundamentación adecuada eran prácticamente imposibles.  

 

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