Escepticemia por Gonzalo Casino | 23 FEB 09

Cerebro y naturaleza

Sobre la llamada del medio natural y los estímulos de la gran ciudad.

Al parecer, el cerebro humano tiene especial debilidad por la naturaleza. Para funcionar correctamente, parece necesitar cierto contacto con el medio natural, ya que si falta este contacto se resienten la capacidad cognitiva y hasta la salud. Esta idea de que necesitamos la naturaleza como refresco mental y tónico para el cuerpo, está fuertemente asumida en el mundo occidental, urbanizado en extremo y afectado por una acusada nostalgia de la naturaleza. ¿Por qué si no han tenido tanto éxito los vehículos todoterreno entre los urbanitas? La ciudad puede verse como un infierno de cemento, ruido, tráfico y violencia que nos deshumaniza y enferma, y por eso nos hace falta de tanto en tanto una inmersión en la naturaleza. Esta creencia, que parece no necesitar demostración, tiene sentido incluso desde una perspectiva evolucionista –el filtro por el que han de pasarse hoy todas las ideas relacionadas con la biología, y más en este año Darwin–, pues si el cerebro se ha modelado en un entorno natural, es allí donde supuestamente debe de estar más a gusto y desplegar mejor sus facultades. No es de extrañar, por tanto, que cualquier estudio que muestre los efectos negativos de un ambiente artificial sea hoy bien recibido.
 
Este ha sido el caso del estudio Los beneficios cognitivos de la interacción con la naturaleza (doi: 10.1111/j.1467-9280.2008.02225.x), publicado en Psychological Science en diciembre de 2008, cuyo mensaje de que la ciudad moderna puede minar nuestro cerebro se ha expandido por la red de la mano de periodistas, médicos, arquitectos y otros comentaristas, desde el reportaje publicado por Jonah Lehrer enThe Boston Globe hasta el blog de Cristóbal Pera. Lo que ponía de relieve este trabajo es que la atención voluntaria, la que permite al cerebro concentrarse en la toma de decisiones y resolver problemas concretos, se fatiga por los innumerables estímulos de una gran ciudad, y que el simple hecho de pasear por un entorno natural o ver imágenes de la naturaleza mejora la atención voluntaria y la capacidad cognitiva. Sus conclusiones se suman a las de otros estudios que mostraban, por ejemplo, que los enfermos se recuperan mejor en hospitales con vistas a la naturaleza y que los niños con trastorno por déficit de atención con hiperactividad tienen menos síntomas en un entorno natural. Digamos que llueve sobre mojado.
 
Lo que quizá no se pondera lo suficiente son los efectos estimulantes que tiene la gran ciudad para crear e innovar. Probablemente es en los entornos con una red de estímulos más rica, ya sea una gran ciudad o internet, donde mejor se manifiesta todo el potencial del cerebro y su plasticidad. Las ciudades deberían ser, sin duda, más verdes y amables, pero tampoco hay que irse a Tanzania para satisfacer la necesidad de naturaleza. Porque, como apuntaba Rafael Sánchez Ferlosio, “¿qué es más naturaleza: un león persiguiendo a un antílope en el Parque Nacional de Tanganika o un gato persiguiendo a una rata bajo la luz de los faroles junto a la interminable pared del matadero?”.

 

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