Factores genéticos y sociales | 05 ENE 09

La receta de la felicidad

Los 'años dorados' para ser feliz se sitúan entre los 60 y los 70 años. Ser mujer y estar casado son dos factores que elevan el nivel de satisfacción.

MARÍA VALERIO

Ser mujer, estar casado, tener entre 60 y 70 años, con una genética favorable, buen estado de salud y estudios superiores. Ésas parecen ser las claves para ser feliz, según los trabajos científicos que cada vez más estudian este sentimiento desde el punto de visto sociológico, biológico y psicosocial.

El último número de la revista que edita la Clínica Mayo de EEUU (Mayo Clinic Women''s Source Healthsource) repasa algunos de los últimos datos que se han publicado sobre los factores que contribuyen a la felicidad.

Entre otras cosas, el artículo reconoce que la edad sí importa. "Desde Albania a Zimbabue, la crisis de la mediana edad es una realidad", advierten. Según algunas investigaciones realizadas por un grupo de economistas en EEUU y Reino Unido, con más de dos millones de personas procedentes de 80 países, los ''cuarentones'' sufren una especie de angustia mental que reduce al máximo sus niveles de felicidad en esa época de la vida. Concretamente, la crisis de la madurez parece llegar hacia los 40 años para los varones y a los 50 para las mujeres.

Como si la felicidad se pudiese dibujar con forma de U, los mismos investigadores explican que después de este ''bajón'' se aprecia un ascenso progresivo que sitúa a las personas de 60-70 años en la edad de oro de la felicidad. Aunque no están muy claras las causas, los expertos apuntan a que llegado ese momento de la vida se acepta con más realismo la vida, se reconocen las debilidades, se alcanza mayor madurez e, incluso, a medida que se va perdiendo a los seres queridos se aprende a valorar mejor ciertas cosas.

Dinero, matrimonio, educación...

Tampoco es descartable, añaden, que las personas felices tiendan a vivir más años. Otra cosa que apunta la ciencia es que, como ya dice el refrán, el dinero no da la felicidad. Aunque eso no significa que la pobreza conduzca necesariamente a ser más feliz; pero sí parece que una vez atendidas las necesidades básicas, los ingresos económicos no alteran demasiado las satisfacciones vitales.

 

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