Apasionante libro de Diego Golombek. | 21 MAY 08

"Cavernas y Palacios"

En busca de la conciencia en el cerebro.
Fuente: IntraMed 

A estas alturas de los acontecimientos ya no es posible dudar que Diego Golombek es un personaje que reúne esa rara combinación de inconoclasta y erudito. Desde hace años ejercita una insensatez extraordinaria empeñada en contradecir el acartonamiento y la formalidad expresiva de los científicos. Diego introduce en la austera lengua de la ciencia una decidida voluntad de sacar lo que se conoce de los laboratorios y ponerlo a disposición de la gente. Para ello no duda en apelar al humor, a las frecuentes citas de rock and roll y, especialmente, a devolverle al conocimiento el placer y la diversión que una imagen estereotipada y absurda se ha ocupado de quitarle.

Existe una representación del saber fundado en la investigación rigurosa que lo hace ver como difícil, reduccionista, desencantado y aburrido. De ese modo se protege al saber de las personas y a ellas del conocimiento. Se establecen barreras imaginarias imposibles de franquear. Se organizan disciplinas, sectas y corporaciones que proponen teorías sin fundamento, conclusiones sin preocuparse por la veracidad de las premisas ni la validez de los razonamientos y que construyen su identidad mediante una furiosa oposición a un prototipo de “científico” que ya no existe fuera de sus propios prejuicios.

“Cavernas y palacios” es una obra magnífica. Un libro que devuelve al cerebro al centro de las discusiones sobre la mente, la conciencia, la conducta de donde jamás debió haber salido. En países como Argentina, afirmar una obviedad como que el cerebro participa de los que las personas sentimos, pensamos, hacemos puede convertirse en una actitud que convoque tempestades. Cuando una obra comunica lo que en verdad se conoce, declara con honestidad lo que aún se ignora, lo hace con voluntad de hacerse entender huyendo de los lenguajes oscuros, devuelve a la ciencia el encantamiento que siempre tuvo pero muchos se empeñan en negar, disuelve el lugar de los saberes esotéricos y de las jergas expulsivas, sólo es posible recibirla con los brazos y el corazón abiertos. Incluso cuando muchos tengamos razonables sospechas acerca de la frágil cordura de su autor. Es imperioso padecer un saludable grado de "locura" para romper las reglas, para impugnar las hegemonías y para reencantar la verdad humedeciéndola con la lengua sensual de la ironía.

Daniel Flichtentrei

PD: Hemos invitado a Diego Golombek a "Pensar" con nosotros el próximo Viernes 4 de Julio, ¡no se lo pierda!

Fragmento del libro

NeuroFreud 2.0

¿Qué tienen en común Winston Churchill, Marilyn Monroe, los Beatles, Mao Tsé-Tung, Lenin, Walt Disney y Adolf Hitler?

Entre otras cosas, el hecho de que figuran en la lista de los 100 personajes más influyentes del siglo XX, de acuerdo con el ranking de la revista Time. La lista incluye también a veinte científicos como Albert Einstein (“el hombre del siglo”), Alexander Fleming, Jean Piaget, Alan Turing y a un tal Watson-y-Crick (que figura como uno solo). Como corresponde a la primera mitad del siglo pasado, los físicos tienen una buena representación y, como corresponde a la visión tradicionalmente chauvinista de la ciencia en cualquier siglo –que por fortuna se está revirtiendo poco a poco–, las mujeres sólo están representadas por una científica, Rachel Carson (la autora de Primavera silenciosa, donde denuncia el uso de pesticidas e insecticidas en desmedro del medio ambiente). En todo este universo de influencias llama la atención la significativa falta de neurocientíficos, esos soñadores que estudian el cerebro y sus circunstancias; en definitiva, lo que nos hace ser quienes somos (y sí, ésta es una afirmación polémica). La mente y la conciencia, eso que borgeanamente otros llaman el universo, son consideradas las últimas fronteras del conocimiento humano –¿es que no hay nadie para defenderlas en esta lista de luminarias?–.

Bueno, sí, hay alguien: un tal Sigmund Freud, un neuro… algo, al menos en sus comienzos. Y en el comienzo fue el cerebro.

Ya se sabe: mientras estudiaba medicina, Freud comenzó a trabajar en el laboratorio de algunos ilustres científicos de la época, como Ernst Brücke y Theodore Meynert. Más allá de que sus fanáticos aseguran que estaba camino a convertirse en el padre de la neurociencia moderna, lo cierto es que sus primeros trabajos de laboratorio no son lo que se dice impresionantes –al menos eso pensaban sus jefes, quienes le aconsejaron muy amablemente que “lo suyo, Sigmund, está en la clínica; vaya nomás con los pacientes y déjenos los experimentos a nosotros”–. Les hizo caso y se puso a trabajar en la clínica neurológica pero, incorregible al fin, siguió investigando los efectos de una nueva droga milagrosa, una tal cocaína, que prescribió (y se autoprescribió) tanto para la indigestión como para la depresión.

Eran, con todo, tiempos fundacionales para las neurociencias, y el joven Freud no podía estar ajeno a las novedades. Veremos más adelante que hacia fines del siglo XIX había dos hipótesis acerca de la estructura del sistema nervioso: en forma de red continua o con neuronas individuales que formaban conexiones particulares. Así, nuestro héroe Sigmund seguía de cerca la polémica y, muy poco después de algunas publicaciones fundamentales de Cajal, editó su Proyecto como un claro apoyo a las ideas del español. Esto tiene su mérito, sobre todo si consideramos que la teoría de Cajal tomó forma hacia 1892; en un mundo sin Internet, estar al día con los adelantos de la ciencia y poder interpretarlos correctamente era sin duda complicado y digno de alabanza.

Aquí se vislumbra una explicación puramente material de la conducta. Freud va mucho más allá, adhiriéndose plenamente a la teoría del neuronismo, al afirmar que es en la actividad neuronal en donde debemos encontrar la base de los fenómenos mentales.

Los historiadores nos dicen que el Proyecto nunca pasó de ser un extenso borrador intercambiado epistolarmente con su amigo y confidente Wilhelm Fliess.4 Gracias a que la biblioteca y los papeles de Fliess se conservaron, el libro recién pudo ser publicado luego de la muerte de Freud, en 1954. Ahora bien: ¿qué hubiera pasado si…? Es cierto que hacer historia contrafactual no es más que un juego, pero es tentador analizar algunas de las ideas del Proyecto a la luz de lo que hoy nos dicen las neurociencias:

• Efectivamente, las neuronas son unidades discretas y, en cierta forma, autónomas.

• Sin embargo, como cuenta Freud, las neuronas actúan necesariamente en sincronía para entender el mundo y obrar en consecuencia.

• E cerebro es un ejemplo de vías de retroalimentación negativa.

• Los estímulos individuales de las neuronas se van sumando hasta que las neuronas “se vuelven permeables a ellos”.

• La memoria sería “una alteración permanente del cerebro luego de algún evento”.

• Como vaticina el Proyecto, hay conexiones entre neuronas que se vuelven más activas con el uso sostenido.

Este último punto es particularmente interesante. La distinción entre células omega y células psi, como las nombra Freud, podría mirarse como lo que hoy llamamos sinapsis “hebbianas” y sinapsis “no hebbianas” (en honor a Donald Hebb, un neurofisiólogo canadiense que expresó hacia mediados del siglo XX que las neuronas que trabajan juntas robustecen sus conexiones entre sí). La explicación “hebbiana” de Freud suena actualmente un poco esotérica: las neuronas están en contacto a través de una sustancia extraña, una célula termina en la otra en porciones del tejido, en las cuales ciertas líneas de conducción están predeterminadas, dado que reciben excitación a través de la continuación de las células y la reemplazan a través del axón. Nuevamente, un signo de los tiempos (victorianos): un poco de barroquismo para referirse al fenómeno de las corrientes eléctricas –aunque Freud prefirió metáforas más bien hidráulicas– que se transmiten entre una neurona y otra. Sin embargo, es claro que estas ideas andaban circulando por los cráneos de la época, incluyendo a los mentores de Sigmund, Brücke y Meynert, así como a otras figuras fundamentales de la psicología como William James.

La hipótesis de Hebb se vio validada en la década de 1970, cuando se descubrió el fenómeno de “potenciación de largo plazo”: luego de estimular ciertas sinapsis, una segunda estimulación puede provocar una respuesta mucho mayor.

El asunto es que Sigmund abandonó completamente sus ideas neurológicas –en otras palabras, abandonó el cerebro para dedicarse a la “mente”–… cuando cualquier neurocientífico contemporáneo podría subirse a un cajón de manzanas en la plaza para afirmar a los cuatro vientos: “¡El cerebro y la mente son lo mismo, compañeros!”. ¿Qué fue lo que pasó con nuestro héroe que lo hizo renegar de algunas ideas verdaderamente proféticas y dignas de los más interesantes modelos y experimentos demostrativos? Tal vez sus experiencias con Charcot y la clínica lo sedujeron a tal punto que la psicología debía de ser para neurólogos.

Sus biógrafos hablan de una “frustación” al no poder llevar sus propuestas del Proyecto a buen término. La doctrina neuronista ni siquiera es mencionada en la autobiografía de Sigmund. Bien vale aquí volver a una hipótesis contrafactual: ¿qué habría pasado si Freud pergeñaba su Proyecto en un mundo en el cual ya hubiera análisis de imágenes cerebrales, registros de las corrientes intracelulares de las neuronas y estimuladores magnéticos transcraneales? ¿Habría existido el psicoanálisis o tendríamos una neurociencia más temprana, más rica y aún más promisoria? Soñar no cuesta nada…

Y los sueños, sueños son

El resto es historia conocida: una de las mayores aventuras intelectuales de la humanidad condensada en las obras completas de Freud. No es intención de este libro (y, por otra parte, quien lo escribe no está en absoluto capacitado para hacerlo) describir las bases del psicoanálisis, pero bien vale un repaso de ciertas conexiones o diálogos –algunos sutiles, otros evidentes– entre las ideas del segundo Freud (el post-neurólogo y post-Proyecto) y la neurociencia moderna.

a) El inconsciente. Aunque no lo veamos, siempre está, y como buen personaje, aguardaba un autor que le pusiera nombre y contexto. Más allá de su significado obvio y popular, numerosos experimentos avalan la existencia de un mecanismo no consciente de recibir y procesar información. Estímulos subliminales, ocultos, hiperrápidos, modulan la respuesta frente a una prueba cognitiva, aunque el probado no lo sepa. En este sentido, uno de los fenómenos más interesantes es el conocido como “ceguera visual” (blindsight). En algunas personas con una lesión cortical en la vía visual, habrá una zona del mundo definitivamente invisible. Y la gente con estas lesiones es, por lo tanto, ciega frente a ese pedazo del mundo. Si se le pide a uno de estos sujetos que identifique un estímulo visual en esa zona de su campo sensorial, seguramente se enojará y dirá “¡Pero si ya le dije que no veo nada!”. Sin embargo, si nos armamos de paciencia y le pedimos que adivine si se está produciendo el estímulo, en qué zona de su campo ciego y hasta a qué se parece ese estímulo (por ejemplo, si es un cuadrado o un círculo), lo más sorprendente es que puede adivinar con una frecuencia bastante más alta que la debida a una elección al azar. No ven, pero saben que el estímulo está allí (y también ellos se sorprenden de lo acertado de sus intentos), y fue aprehendido en forma totalmente inconsciente.

b) Los sueños. Parece increíble: aún no sabemos de qué se tratan. Es obvio que resultan imprescindibles, y hasta vitales –una rata de laboratorio a la que se le impida dormir, aun en la etapa de actividad cerebral en la que suponemos que ocurren los sueños, morirá en unas pocas semanas–. Algo extraño y hasta primitivo ocurre en nuestro cuerpo a la hora de los sueños –nos volvemos seres extraños e inmóviles que no regulan su temperatura o los latidos de su corazón, mientras el cerebro baila como si estuviera despierto–; cualquiera diría que es un buen momento para hurgar en sus secretos.
Es más: en ciertas situaciones se puede soñar despierto, como en el caso de algunos focos epilépticos, que desenmascaran recuerdos y sensaciones muy celosamente guardados por nuestras neuronas.

c) Las experiencias tempranas. No es necesario ir a buscar complejas figuras maternas y paternas de la infancia para entender que las primeras experiencias efectivamente nos marcan a fuego. Y aquí nuevamente los experimentos de laboratorio actúan de testigos de la defensa… Los estímulos sensoriales tempranos (como vivir en un mundo en blanco y negro, o construido exclusivamente con rayas verticales) moldean el sistema visual de los gatitos, quienes de adultos no podrán ver lo que no se imprimió en la más tierna gatitud.
Es más: uno de los modelos más conocidos de “depresión” en animales de laboratorio es la deprivación maternal: hacer que las ratitas recién nacidas no tengan acceso normal a la madre. Pues bien: una vez crecidas, esas ratas muestran signos de “depresión”: alteraciones en el sueño, baja actividad locomotora, poco interés en el sexo, etc. Claro, por más intentos que se han hecho, nadie ha podido sacarles palabra acerca de lo que realmente sienten.

d) La palabra. Las últimas décadas han permitido un avance arrollador de la psicofarmacología; una vez que conocemos los circuitos neuroquímicos del cerebro, es cuestión de entender qué sobra o falta en las distintas enfermedades y obrar en consecuencia –dopamina para el Parkinson, serotonina o noradrenalina para la depresión, acetilcolina en el Alzheimer, y siguen los neurotransmisores–.

La palabra, entonces, poco tiene que hacer más allá de estar impresa en una pastillita de colores. Sin embargo, existen algunas (pocas) pruebas serias acerca de que la palabra puede ser un estímulo que afecte materialmente al cerebro. No olvidemos que las técnicas de imaginería cerebral hoy nos permiten observar qué está pasando entre nuestras orejas, qué zonas están más activas, qué áreas charlan entre ellas con mayor avidez. Así, hay algunas pruebas de que en ciertos casos las psicoterapias tradicionales pueden afectar la actividad del cerebro, en las mismas áreas en que lo hacen las pastillitas.
Ver (el cerebro) para creer.

 

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