"Por mano propia", nuevo libro de Diana Cohen Agrest | 30 OCT 07

Me quiero morir

Estigmatizado, considerado una enfermedad, el suicidio también ha sido visto como un problema filosófico. Un ensayo en el marco de la bioética plantea si es posible darle un nuevo significado en el siglo XXI.

Suicidio

Por Mariana Enriquez
Por mano propia
Diana Cohen Agrest
Fondo de Cultura Económica
319 páginas.

En El mito de Sísifo, Albert Camus decía que el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio, porque implica juzgar si vivir vale la pena o no. Diana Cohen Agrest (doctora en Filosofía por la UBA y Magister en Bioética por la Monash University de Australia) elige aquella afirmación de Camus como cita de apertura de su reflexión sobre las prácticas suicidas, y concuerda: "Si acaso la vida misma tiene sentido es, en verdad, una cuestión aterradora... La pérdida de dicho sentido puede arrastrar consigo la pérdida de la propia existencia".

El ensayo elabora un recorrido histórico por el pensamiento sobre el suicidio, para tratar de desentrañar su condición tabú, ese horror que provoca levantar la mano contra uno mismo. Explica, por ejemplo, que resulta imposible elaborar alguna estadística sobre suicidios en la Edad Media porque al tener prohibido el suicida el entierro religioso, su muerte sencillamente no computaba. Desterrado del mundo de los vivos –su familia caía en la ruina por el estigma– y de los muertos, el suicida resultó siempre un marginado, aunque los filósofos más importantes se ocuparon de pensar el acto de quitarse la vida.

Por mano propia parece estar disparado por una preocupación central: si, en ciertas circunstancias, el suicidio puede considerarse racional –en contra del pensamiento médico, que lo considera siempre patológico– y, por lo tanto, legítimo. En este sentido se revela la especialización de la autora en bioética: la preocupan de manera central la eutanasia y el suicidio asistido, situaciones límite que se relacionan por lo general con el encarnizamiento terapéutico –que extiende la agonía artificialmente gracias a los avances de la tecnología médica– y las connotaciones penales de ambas situaciones. Pero Cohen Agrest también se detiene en otro tipo de muerte voluntaria que resulta ineludible en estos primeros años del siglo XXI: la acción terrorista del atentado suicida. Así, explica por ejemplo que aunque el Corán prohíbe el suicidio, admite y exalta el martirologio; de esta manera, también, cuestiona la noción occidental de suicidio que sería inaplicable a los mártires musulmanes. Y por supuesto, se detiene en la definición de melancolía freudiana y desde allí al suicidio del enfermo depresivo; también analiza la amplia definición del suicidio según Durkheim –que lo considera un fenómeno social– hasta el pensamiento descarnado y radical de J. Améry, quien consideraba al suicidio un privilegio humano, y que fiel a sus principios terminó por suicidarse cuando durante la Segunda Guerra Mundial fue enviado a Auschwitz.

 

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