La autora acaba de publicar su novela El peso de la tentación

"Las dietas son parte de un engranaje social"

Ana María Shua usa la adicción a comer para hablar de la libertad.

Entrevista

"Yo no quería escribir esta novela", dice Ana María Shua, y señala el ejemplar de El peso de la tentación que descansa sobre la mesa, evidencia de la derrota. Asegura que fue el tema -el mundo de los "gordos dieteros", los intentos fallidos por adelgazar- el que la persiguió durante años, en la vida y en la ficción, y se terminó imponiendo a los esfuerzos de apartarlo.

La nueva novela de Shua, que vuelve al género tras diez años, editada por Emecé, recorre el mundo alucinado de Las Espigas, un centro de adelgazamiento que incluye dietas hipocalóricas, ejercicio físico, formas de tortura física y psicológica y aislamiento. Sin embargo, la novela supera la historia de Marina (de algo más de 40 años y de 90 kilos al comienzo del libro) y se introduce en el sentido del hambre, el miedo al desborde y la pérdida de la libertad.

"El tema que subyace es el sometimiento a una autoridad injusta y hasta qué punto un grupo humano está dispuesto a aceptar una autoridad sádica", describe Shua, quien afirma que no buscó tomar partido ni hacer denuncias sobre la tiranía social de la belleza del cuerpo. "No creo que haya ninguna voluntad del mal detrás del negocio de las dietas, sino que es parte de un engranaje social al que todos estamos sometidos", afirma, más interesada en contar en detalle cómo se vive el placer de comer y el sufrimiento de no poder hacerlo.

-¿De dónde salió la inspiración para la novela?

-No puedo escribir novelas acerca de temas que no me atañen personalmente de un modo u otro. El tema del comer y no comer es bastante importante a lo largo de toda mi vida. Pero yo no quería escribir esta novela. El tema me está rondando desde hace años y lo rechacé porque me parecía que sobre la obesidad y las dietas no había manera de escribir una novela en serio, sino que llevaba automáticamente a una cosa ligera, liviana e intrascendente. Pero uno no elige los temas sobre los que va a escribir; este tema me eligió a mí y no hubo manera de sacármelo de encima. Mi aspiración es haber trascendido el tema más obvio y haber llegado a una cuestión más interesante, que es la libertad y la relación con la autoridad.

-¿De qué es metáfora el hambre en esta historia?

-De la insatisfacción del deseo, eso que nos constituye como humanos. Pero en realidad el hambre es real: mis personajes hacen dieta, comen pocas calorías y tienen mucha hambre.

-Habla de comer como una adicción.

-Sí, el comer de más es una adicción. La contratapa dice que esta novela denuncia las exigencias de una sociedad que pretende que todos seamos delgados, pero yo intenté no tomar partido, ni a favor de los métodos coercitivos que se implementan en Las Espigas ni a favor de entregarse a la adicción.

-No hay una mirada piadosa ni concesiva sobre los gordos.

-No. Es el mundo de los gordos dieteros, que conozco bien. Tengo una hermana que es muy obesa y vive en Estados Unidos, donde el problema es gravísimo. Y personalmente soy una dietera de toda la vida. Pensar en la comida, verla, tocarla, olerla, todo eso es muy importante para mí. Espero que en mi prosa se note esa pasión. Pero me interesó abordar otro tema que subyace, que es el sometimiento a una autoridad injusta y hasta qué punto un grupo humano está dispuesto a aceptar una autoridad sádica, someterse y hacerse cargo de sus órdenes, y hasta convertirse en uno de ellos.

-¿Cómo construyó el escenario de Las Espigas?

-Me costó mucho. No tuve una idea previamente, sino que a medida que iba necesitando los lugares iban apareciendo los edificios que hay en esta especie de campamento. Sabía que iba a necesitar las barracas donde viven los internados, el edificio de administración; apareció el pabellón de La Naranja Mecánica, donde se somete a los gordos a ciertas torturas beneficiosas para su dieta, y después necesité el pabellón de Tratamiento Personalizado, una especie de celda de reclusión.

-Parecen concentrarse allí varios métodos que en distintos tratamientos también aparecen.

-Sí, es una exacerbación; la idea es llevar la realidad hasta las últimas consecuencias, al último extremo, que es una forma de observarla. Hay muchos elementos que tomé de los tratamientos que se usan para adictos a las drogas y para los anoréxicos.

-Si se pudiera usar la relación con la comida como una puerta de entrada a una época cultural, ¿qué diría eso de nuestro presente?

-El ideal social de hoy es el gordo dietero, el que consume la mayor cantidad posible de comida y también de productos de laboratorio. El gordo dietero hace dieta hasta las 7 de la tarde y ahí se le cae la dieta. La industria alimenticia está lanzando cada vez más alimentos al mercado y los tiene que colocar. En los Estados Unidos, la industria alimentaria produce 3800 calorías por persona por día y hacen todos los esfuerzos posibles por venderlas. Hay una epidemia mundial de obesidad que afecta a los países desarrollados y también a los pobres. Atraviesa las clases sociales.

-¿Tuvo la intención de denunciar el negocio de las dietas?

-No pienso que haya ninguna voluntad del mal detrás del negocio de las dietas, sino que es parte de un engranaje social al que todos estamos sometidos.

-¿Cómo fue volver a la novela después de 10 años?

-Fue trabajoso. Escribir una novela es como meterse en un pantano: uno va avanzando y se va hundiendo, y de pronto estás en la mitad, muy lejos de la orilla de donde saliste, pero te falta un montón para llegar al otro lado y el barro te va llegando por la nariz. Le fui esquivando a la novela, pero se impuso y no me quedó más remedio.

-¿Qué tiene en común este libro con los anteriores que escribió?

-El tema del cuerpo, que aparece en todas mis novelas; la cuestión de la enfermedad; la relación sadomasoquista médico-paciente, y la internación, un grupo de personas que no se conocen y que se encuentran encerradas en una situación de internación. Es una situación novelística por excelencia.

-¿Qué espera que encuentre en su novela alguien que atraviesa esas experiencias?

-Lo que espero de cualquier lector: que la disfrute y que le queden esas preguntas sin respuesta que deja la buena literatura.

Por Raquel San Martín
De la Redacción de LA NACION

Obras y dichos

Más de 40 libros

Nació en Buenos Aires en 1951. A partir de sus poemas, reunidos en El sol y yo (1967), ha publicado más de 40 libros.

Géneros y públicos

Transitó varios géneros y públicos: escribió novelas, cuentos, microrrelatos, libros para chicos y adolescentes, y organizó antologías de coplas populares y relatos judíos. Entre otros, es autora de Los amores de Laurita (llevada al cine), El libro de los recuerdos , Viajando se conoce gente , Como una buena madre y Miedo en el Sur .

Vampiros de la vida

"Los escritores somos vampiros de la vida: vivimos y nos miramos vivir. Vivimos algo e inmediatamente hay una parte de nosotros que está pensando cómo escribiría esto." 


Clarín
"EL PESO DE LA TENTACION", DE ANA MARIA SHUA
Una novela que indaga en el calvario de la obesidad

El libro aborda el mundo de los gordos que se someten a los centros de internación.

Gisela Antonuccio

Más de tres años, sin contar los dedicados a tratar de ignorar la idea, los dedicó a escribir sobre el tema fundamental de su vida, comer o no comer.

Lo hizo con un impiadoso rigor, el mismo que debió aprender para transitar el camino que la llevaría a la recuperación: aunque no es autobiográfica, El peso de la tentación, última novela de Ana María Shua, da cuenta del calvario de la obesidad, a la que conoció de primera mano.

El libro narra la historia de una mujer de cuarenta años y más de noventa kilos que se interna en un centro de adelgazamiento, cansada de dietas fallidas. Allí se somete al plan del Profesor, con ayunos totales, brutales ejercicios físicos, traba de mandíbulas y descargas eléctricas.

Con esta ficción pudo dominar la estructura de la novela. "Me costó mucho aprender a escribirlas. Los amores de Laurita la trabajé a capítulo cerrado y le escapé el bulto a la cuestión de la estructura. Conseguí atraparla en La muerte como efecto secundario. Esta es la más organizada".

Con sus finas facciones escondidas en una taza con café con leche (descremada, y con edulcorante), Shua bebe cortos sorbos y sonríe. Sabe que provoca asombro la exhaustiva documentación que revela. "Es que buena parte de la investigación la hice sobre mi propio cuerpo", dice, mientras sus dos manos apoyan la taza sobre el plato de porcelana.

"La idea de escribir este libro empezó hace años y me resistía. Escribir sobre gordos es delicado, porque son cómicos y ridículos, y es muy fácil burlarse sin profundizar. Traté de no escribirla. Pero la cuestión volvía. Intenté otros temas. Pero uno no elige tanto. Este ha sido un tema fundamental en mi vida: comer o no comer", dice.

La única referencia que copia a la realidad, dice Shua, es la que describe la historia clínica de la protagonista, que prueba tratamientos que van desde el pesaje de alimento hasta el uso de laxantes, anfetaminas, hormonas y ayunos totales o dietas líquidas.

"Estoy bien de peso, pero es algo controlado con mucho esfuerzo. Tomé pastillas anorexígenas hasta hace tres años", cuenta y aclara que nunca estuvo en un centro de internación como el que narra la novela aunque investigó el funcionamiento de muchos.

"Una persona que se interna para adelgazar -dice Shua- de algún modo renuncia a su libre albedrío, no confía en su voluntad. Sabe que por más que se lo proponga se va a hacer trampa a sí misma".

Pero más allá de los aspectos psicológicos que llevan a una persona a una adicción, "la adicción no es a la comida, sino a comer de más", y en el ideal social de cuerpos perfectos, hay otro problema, dice : "La sociedad necesita de los gordos dieteros, que consumen mucha comida y productos de laboratorio y alimentos light en grandes cantidades. A esta sociedad le conviene más que nos comamos dos yogures light a uno entero. El gordo dietero hace eso, engorda con alimentos light. Sano, bueno, mucho. El secreto está en la cantidad".

Del otro lado, dice, hay otro tipo de obesidad: la de países subdesarrollados, donde la alimentación es a base de harinas y grasas trans, que son más baratas.

Pero en ambos casos se sufre por igual. "Los gordos sienten rechazo de sí mismos, porque peor que la obesidad es su propio descontrol. Un obeso siempre tiene ganas de comer más y, aunque esté controlado, vive con el arrepentimiento de la última comida y la gozosa anticipación de la próxima", dice y sonríe. Y da el último sorbo.