«Sólo la música me mantiene despierto» | 31 MAR 07

Mi vida con Narcolepsia

Manuel Martínez padece desde hace 10 años ataques de sueño y cataplejias. Asegura que muchos pacientes se sienten incomprendidos por la sociedad

LUIS PARDO

Foto: Carlos Miralles

Aquel verano de 1996 la vida de Manuel Martínez Torres, que entonces tenía 37 años, experimentó un cambio radical. De camino al trabajo, al volante de su coche, notaba que las ganas de dormir se sucedían invariablemente día tras día. Daba igual que se hubiera acostado pronto la noche anterior. Además, cada mañana se adormecía un poco antes. Esa temporada se durmió varias veces mientras comía. Definitivamente aquello no era normal: estaba manifestando el principal síntoma de la narcolepsia, un trastorno del sueño de origen neurológico y una enfermedad tan frecuente como el Parkinson pero menos conocida.

Aún no le había dado tiempo a ir al médico para consultar esa excesiva somnolencia diurna cuando empezó a manifestar otro síntoma común denominado cataplejia. «Comencé a tener una especie de traspiés. Fui al traumatólogo pensando que podía ser algo de la espalda».

La cataplejia, o pérdida de tono muscular, es la que provoca que algunos afectados no puedan evitar desplomarse.

Poco después, una noche, se vio incapaz, durante unos segundos, de hablar o moverse. En ese caso se trataba de lo que se conoce como parálisis del sueño. «Corrí a urgencias. Me dijeron que podía ser esclerosis múltiple o narcolepsia. Las pruebas confirmaron la segunda posibilidad y recibí el diagnóstico con alivio porque me hacía idea de lo que suponía tener la primera. En cambio, ignoraba todo sobre la narcolepsia y no imaginaba hasta qué punto era invalidante».

En poco tiempo, tres de los cuatro síntomas que definen esta enfermedad (el cuarto son las alucinaciones) hicieron acto de presencia en la vida de Manuel. «A partir de entonces los síntomas fueron mucho más intensos. Ya no daba breves cabezadas en el trabajo, directamente me quedaba 'frito'. Ya no sufría un tropezón, sino que me desplomaba sin poder remediarlo. Las caídas podían producirse incluso contando un chiste. Intuía que iba a ser gracioso y tenía que agarrarme para no irme al suelo».

La nueva situación obligó a Manuel a aparcar algunas de sus aficiones. «Me encanta jugar al fútbol pero tuve que dejarlo. Intentaba golpear al balón y me caía redondo. Dejé también de hacer submarinismo. Con el tiempo he aprendido a controlar mejor emociones como el llanto, la risa o el miedo, y he conseguido recuperar alguna de estas aficiones. Lo que ya no he podido volver a hacer es conducir», repasa.

A diferencia de otros afectados que tienden al aislamiento, es un hombre jovial al que siempre le ha gustado salir con los a

 

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