Genees, fertilización y conductas morales | 18 ABR 07

Los genes de la felicidad

Conflictos éticos en la fertilización. La quimera del bebé perfecto en la tercer entrega del libro de la Dra. Diana Cohen Agrest.
Autor/a: Dra. Diana Cohen Agrest 

La Dra Diana Cohen Agrest es doctora en Filosofía (UBA), especializada en temas de ética. Magister en Bioética por la Monash University de Australia, investigadora de FLACSO.

“‘Superniños’ Nobel

Tres mujeres excepcionalmente inteligentes fueron fertilizadas desde un banco de semen cuyos donantes son todos científicos ganadores del premio Nobel, Los Angeles Times informó.

Los niños por nacer este año, serían los primeros resultantes de un programa emprendido por un empresario californiano, Mr. Robert Graham, dirigido a producir gente de inteligencia superior, dijo el periódico.

Uno de los donantes de esperma fue el Dr. William Shockley, de 70 años, quien compartió el premio Nobel de Física en 1956, se informó. El Dr. Shockley ganó cierta repercusión en el comienzo de los ’70 cuando la Academia Nacional de Ciencias de los EE.UU. rechazó financiar un estudio por él propuesto según el cual la inteligencia humana era en su mayor parte el resultado de la herencia. Sostuvo que, en los tests de inteligencia, los negros alcanzaban en promedio un puntaje inferior en aproximadamente 15 puntos en comparación con el alcanzado por los blancos.

El periódico citó a Graham, de 74 años, diciendo que hasta el momento, por lo menos cuatro ganadores de premios Nobeles, además del Dr. Shockley, donaron su esperma al banco. Además de estas tres mujeres inseminadas, más de una docena expresó su interés en la idea, dijo el periódico.

La existencia del banco de esperma fue confirmada por el Dr. Shockley y por lo menos por cinco personas más. ‘Sí, yo soy uno de ellos’, se citó al Dr. Shockley confirmando la noticia. Dijo que estaba desilusionado que no hubiera un mayor número de colegas científicos ganadores del Nobel que quisieran colaborar con lo que él llamó esta ‘buena causa’.”
 
The Guardian, 1 de marzo de 1980.


Suele existir cierto consenso en que uno de los temas prioritarios en las políticas públicas debería ser una progresiva preocupación por diseñar programas educacionales que alienten conductas morales o capacidades intelectuales. ¿Habría acuerdo si esos mismos objetivos pudieran ser alcanzados apelando a la ingeniería genética?  Ilustrémoslo con un ejemplo. Si como resultado del mapeo de nuestro genoma pudiéramos descubrir aquellos factores genéticos que explicaran la tendencia, pongamos por caso, a cometer crímenes, ¿acaso sería erróneo reducir el número de estos individuos, siendo técnicamente posible? Difícilmente responderíamos que no. Hoy contamos con las posibilidades crecientes de seleccionar las características deseadas en el futuro niño a través del diagnóstico previo a la implantación: aquellos óvulos fertilizados que posean las características deseables serán implantados en el útero materno mientras que aquellos indeseables serán descartados. Esta práctica controvertida puede conducir, no obstante, a la terapia génica en línea germinal. En este caso, en lugar de seleccionar aquellos óvulos fertilizados que poseen las características deseables, se insertan los genes portadores de las características deseables en el óvulo fertilizado antes de ser éste implantado, descartando los otros que no cuentan con esas características.

Un filósofo, Leibniz (allá por 1710), se tomó el trabajo de intentar justificar la existencia del mal en su Teodicea: aquello que desde una perspectiva individual es un mal, visto en el concurso de la totalidad de la naturaleza, sostuvo Leibniz, es un bien. Curiosamente, las investigaciones en ingeniería genética hoy le dan la razón: la eliminación de ciertos genes ‘nocivos’ mediante terapias germinales podría causar graves perjuicios. La anemia falciforme provee cierto grado de protección contra la malaria falciparum –forma mortal de paludismo–. Si se eliminara el gen que la provoca, se correría el riesgo de que aparecieran más casos de paludismo. Según parece, entonces, sin la menor sospecha de donde le llegaría el apoyo a su teoría, Leibniz se ufanaría de ella: aquello que se nos aparece como un mal, no es sino una escena sólo justificable por la distribución de bondades y maldades totales en la película del mundo, que un buen crítico de cine recién evalúa una vez que la vio completa.

Así pues, no es culpa de Leibniz que la ingeniería genética tenga ‘mala prensa’. Su origen es mucho más próximo: el recuerdo nazi acecha y no son fáciles de olvidar los programas genocidas impulsados por sus científicos en busca de ‘la supervivencia de los mejores’. No obstante, y pese al temor justificado de que ciertas formas indeseables de eugenesia se vuelvan una norma social usual (o tal vez precisamente por eso), deberíamos discriminar las formas deseables de eugenesia de aquellas indeseables. Tal vez no esté de más advertir que el término ‘eugenesia’ (del griego, ‘bien nacido’), fue acuñado en 1863 por Francis Galton, primo del célebre defensor de la teoría de la evolución, Charles Darwin, quien desarrollaría diversas teorías sobre la herencia basándose en la ciencia fundada por su pariente.

A no alarmarnos: la jerga científica distingue dos usos de la ingeniería genética con fines eugenésicos: se llama ‘eugenesia negativa’ al intento de eliminar desórdenes genéticos patológicos (o sea, enfermedades genéticas). En contraste, se llama ‘eugenesia positiva’ al mejoramiento genético de gente normal.

Por empezar, parecería que -en un acto de indudable justicia- todas las discusiones que giran en torno a las posibilidades crecientes que ofrece la tecnología biomédica se silencian en un mismo punto muerto: la necesidad de atender a una distribución racional de los recursos en salud pública. Pero aún toda vez que se pasa por alto el factor económico, y se discute su aplicación con fondos privados, su uso bifronte está conduciendo a polémicas semejantes a las surgidas en su momento a propósito de la energía nuclear: fundándose en un análisis riesgo-beneficio, se suelen medir los beneficios más o menos importantes en relación con los riesgos de consecuencias más o menos apocalípticas.

Sin embargo, muy difícilmente alguien levante la voz en contra de la eugenesia ‘negativa’: ¿quién objetaría un tratamiento que permitiera sobrevivir y reproducirse a quienes, hasta ahora, no son sino condenados a muerte? ¿quién objetaría la prevención de desórdenes genéticos de la magnitud de la enfermedad de Huntington, o esa plaga conocida como la enfermedad de Alzheimer?

Por el contrario, parecería que, en lo que concierne a la eugenesia positiva, aquella que se ocupa de dejar a un embrión a gusto de sus padres, no goza del mismo grado de aceptación. El punto controvertido es el siguiente: ¿Quién se considera a sí mismo

 

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