La infancia no sólo está a merced del maltrato en el mundo subdesarrollado, es decir donde el hambre, la insalubridad y la ignorancia quebrantan la vida de tantos niños. También en el mundo desarrollado la infancia es objeto de brutal desconsideración. Otros, es cierto, son los males que allí la acosan, pero no por ello menos graves. En esas sociedades en las que, en tantos órdenes, reinan la estabilidad y la abundancia, pero también el consumismo y la competitividad desenfrenada, la infancia se perfila como víctima de abusos que en nuestro medio, si no son desconocidos, son por lo menos inusuales.
Entre esas sociedades, la que recientemente se ha autodenunciado como promotora de conductas cada vez más crueles para con los niños ha sido la inglesa. El matutino The Daily Telegraph divulgó una carta firmada por 110 personalidades de campos muy variados pero complementarios, como el docente, el académico, el literario y el psicológico. En esa carta se advierte que los niños británicos "están siendo empujados a la adultez antes de tiempo". Señala el texto que "un cóctel siniestro de comida chatarra, marketing de la sexualidad, juegos electrónicos y éxitos fáciles les están envenenando la vida".
Bien vale la pena transcribir algunas de las principales ideas del documento.
"Estamos profundamente preocupados por el creciente número de casos de depresión infantil. Como los cerebros de los niños se encuentran todavía en desarrollo, ellos no pueden ajustarse, como los adultos, a los cada vez más rápidos cambios tecnológicos y culturales. Los chicos necesitan lo que todo ser humano en crecimiento requiere: comida fresca y poco procesada, en lugar de comida chatarra; juegos concretos y no entretenimientos sedentarios frente a una pantalla; experiencias de primera mano del mundo en el cual viven y relaciones con adultos de piel y hueso, no virtuales. También necesitan tiempo. En una veloz y ultracompetitiva cultura como la nuestra se espera que los chicos ingresen en la escuela a una edad cada vez más temprana y que pasen por una batería de exámenes desde el nivel primario. Las fuerzas del mercado los empujan, además, a actuar y vestir como miniadultos y los exponen, mediante la vía electrónica, a contenidos que hasta hace poco se hubieran considerado inaceptables."
Esa insensibilidad hacia los cuidados que requiere la niñez evidencia un autodesprecio más amplio y más profundo -el del hombre por el hombre o, si se prefiere, un notable menoscabo de su propia complejidad-. Semejante desidia sólo se explica a la luz de las pautas brutalmente mercantilistas que gobiernan la concepción de la vida tanto humana como natural, sobre todo allí donde es innegable que más abundan los recursos objetivos para enaltecerla y preservarla.
Ha sido uno de los firmantes, el autor de relatos infantiles Michael Morpurgo, quien mejor ha caracterizado uno de los principales aspectos del problema: el del miedo como factor condicionante del creciente aislamiento en el que se obliga a vivir a los niños británicos. "En el mundo desarrollado -escribe Morpurgo- seguimos angustiados por su seguridad. Por eso preferimos que los niños estén sentados frente a una computadora en el living que construyendo castillos en el aire en la plaza más cercana." Mucho incide este sentimiento de inseguridad en la necesidad de que los niños transiten cuanto antes los años de la infancia y se inscriban rápidamente en el mundo de los adultos. Pero el efecto que sobre los chicos ejerce esta presión despiadada para que dejen de ser lo que son se traduce en graves desórdenes mentales y en irregularidades de conducta sobre los que la mencionada carta no ahorra detalles.
Muchas lecciones puede extraer nuestra América latina de este patético panorama británico. Si avanzar es imprescindible, hacerlo a cualquier precio puede implicar, como se ve, una caída inesperada en los mismos males que se intenta dejar atrás.