Tendencias en debate | 21 ENE 07

El fin de la vida

Distintas situaciones muestran coambios en la orientación sobre el tema.

Antes de Madeleine
 
Otras personas emprendieron la misma lucha que la enferma de esclerosis que murió en Alicante
 
Madeleine Z., la mujer de 69 años que el día 12 se suicidó en su casa de Alicante, es el último caso conocido de una lista de enfermos terminales que han planteado el mismo debate: su voluntad de decidir su fin con dignidad. Ramón Sampedro y Jorge León, en España; Vincent Humbert, en Francia; Piergiorgio Welby, en Italia, y Josiane Chevrier, en Suiza, agitaron la sociedad con su decisión de ser ellos quienes fijaran el momento y la forma de su adiós.

Todos ellos compartieron la determinación de Madeleine, una mujer con una vida llena de experiencias, desde su huida de un tren nazi hasta los felices años en los que regentó un restaurante francés en Alicante, o su época de bohemia en París. Con un pasado pleno, Madeleine quería tener el control sobre su futuro, y no acabar inválida como consecuencia de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que padecía desde 2001. Esta enfermedad debilita músculo a músculos hasta que fallan aquellos que mueven los pulmones y el paciente se asfixia o se encadena a un respirador artificial.
 
Ni Madeleine ni sus antecesores lo tuvieron fácil. En Europa, sólo dos países -Holanda y Bélgica- han despenalizado la eutanasia. El suicidio asistido sólo se permite, además, en Suiza. A este país acuden enfermos de todo el mundo para dirigir sus últimos momentos.
 
Chevrier contó con el apoyo de la organización suiza Exit para su suicidio. Welby, en Italia, consiguió que un médico le retirara el respirador. El médico y la madre de Humbert fueron procesados en Francia. En España, Sampedro y León urdieron artimañas para que la justicia no persiguiera a quienes les ayudaron.
 
Madeleine no quiso complicarle la vida a nadie. Con la compañía de una amiga y dos voluntarios de la asociación Derecho a una Muerte Digna, y tras ponerse unas gotas de su perfume favorito, tomó un helado con los fármacos indicados.
 
 
Un médico desconectó el respirador
ENRIC GONZÁLEZ  -  Roma
 
Piergiorgio Welby, enfermo de distrofia muscular progresiva desde los 18 años, libró una tenaz batalla pública a favor de la eutanasia. Dada su situación clínica, no necesitó ninguna sustancia para morir: falleció el pasado 20 de diciembre, poco antes de medianoche, en cuanto un médico desconectó el respirador artificial. La Fiscalía de Roma no halló indicios de delito en la acción del médico, ni en la de las personas presentes durante su agonía. Pero la Iglesia no perdonó su campaña por la eutanasia y le negó el derecho a un funeral católico. La ceremonia fúnebre, civil, se desarrolló en la calle, ante una iglesia, el 24 de diciembre.

Los esfuerzos de Welby y la dramática carta que envió en septiembre al presidente de la República, Giorgio Napolitano, describiendo sus terribles condiciones de vida, exigiendo "no una muerte digna, sino una muerte oportuna" y reclamando un debate parlamentario sobre la eutanasia, tuvieron efecto sobre la opinión pública italiana. Un sondeo de la empresa demoscópica Eurispes, publicado el jueves, demostró la "creciente formación de un consenso" favorable: el 68% de los encuestados se declaraba partidario de que se regulara el derecho a la eutanasia. Otro sondeo anterior, para el diario La Repubblica, revelaba que el 50% de quienes se declaraban católicos practicantes apoyaba la legalización de la eutanasia. Piergiorgio Welby tenía 52 años en 1997, cuando la enfermedad le condenó al respirador automático. A

 

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