Tribuna

La medicina agoniza ante cada tribunal al que recurre

Es un mal signo para la sociedad toda que los médicos deban pedir autorización judicial para hacer lo que deben: ayudar a morir con dignidad.

Carlos Gherardi

Hace pocas semanas un Juzgado de Familia de Neuquén autorizó a que los médicos de Cuidados Paliativos de un hospital provincial que asisten a un niño portador de una enfermedad incurable y en fase terminal fueran eximidos de trasladarlo a terapia intensiva para que la aplicación de un soporte vital impidiera su muerte, tal como lo solicitaron sus padres.

La solicitud judicial la efectuó el director del hospital, dice el fallo, "para solicitar autorización para respetar las directivas anticipadas que constaban en la historia, dada la supremacía del valor vida en nuestro orden constitucional y el eventual conflicto de intereses atento a que el médico está obligado a actuar en cumplimiento del deber legal en defensa de la vida (…) y ésta constituye un bien insustituible una vez que se pierde".

La jueza accede a la petición y agrega los informes favorables del Comité de Etica, del equipo médico de gabinete interdisciplinario, de un médico forense y de la Defensoría de los Derechos del Niño y el Adolescente. Esta sentencia, muy difundida y elogiada, hasta fue calificada de valiente. Nadie hizo observaciones sobre quien efectuó la solicitud ni sobre su naturaleza.

Este artículo tiene por objeto mostrar que lo sucedido resulta una tragedia para la medicina, para la sociedad y para la relación médico-paciente en particular. Si hay que pedir autorización judicial para que los médicos puedan hacer lo que deben hacer con un infortunado niño que padece una enfermedad terminal, con el acuerdo de sus padres para esta decisión que la hacen propia, y alguien, médico o autoridad judicial, sospechan que el mandato constitucional del derecho a la vida colisiona con permitir la muerte que deviene de una enfermedad incurable, y debe fundamentar en sede judicial la ausencia de ese conflicto moral, algo peor que lo imaginable está ocurriendo en nuestro país en relación con las decisiones médicas y con la Justicia.

Si el niño está bajo la atención de cuidados paliativos en su domicilio, el responsable de ese servicio deberá explicar por qué sería posible que, frente a la claudicación de algún órgano vital previo a la muerte (se cita una crisis respiratoria) se pudiera proponer su envío a terapia intensiva para su asistencia respiratoria mecánica. La esencia del cuidado paliativo es proveer al paciente incurable, a través de un entrenado equipo de salud, una forma de morir alejada del sufrimiento, del aislamiento y con toda la comunicación posible con el paciente y su familia. También el servicio de terapia intensiva debería informar si esta especialidad, que existe para evitar la muerte próxima en aquellos pacientes portadores de una enfermedad reversible y de evolución aparentemente transitoria, no contraindica su ingreso en esta área de manera absoluta.

También el director del hospital que inicia las actuaciones, asesorado por un letrado, debe responder lo anterior y denunciar si esta presentación la hace para defender al grupo médico (en una reprobable medicina defensiva) de alguien que pudiera acusarlos en un futuro de abandono u homicidio. Y el mismo director primero y el propio tribunal después debieran preguntarse si tienen el derecho moral de sumar este inexplicable trámite al infortunio de los padres de un niño que deberá irremisiblemente esperar la muerte en las mejores condiciones posibles.

Toda la parafernalia discursiva (dicho esto con el mayor respeto) sobre la protección, administración, disponibilidad del derecho a la vida en situaciones como las que se plantean en el presente caso son innecesarias desde que la medicina hipocrática enseñó en su milenaria historia que en ciertas circunstancias el esfuerzo debía aplicarse al cuidado del paciente hasta su muerte.

La meta central de la medicina no es evitar la muerte sino promover el bienestar a través de la curación o prevención de la enfermedad, cuando es posible, y siempre procurar el alivio del dolor y del sufrimiento.

La llegada de la muerte en la enfermedad incurable y la consiguiente ayuda al buen morir ha formado parte del deber de todo el equipo de salud. No obstante, desde hace cuarenta años, la aparición del soporte vital ha cambiado el eje del debate en una profesión como la medicina en que se debe poner un límite a la desmesura y la crueldad del imperativo tecnológico, por lo que ahora es lícito y moral abstenerse y retirar un soporte vital para permitir la muerte.

Esto lo saben bien los médicos y lo debiera saber bien el conjunto de la sociedad y los jueces en particular sin acudir a ninguna cita constitucional, jurisprudencial ni religiosa.

¿O alguien inocentemente puede creer que el deseo de los padres, que representan naturalmente al niño, va ser mejor protegido, si está mejor escrito en una historia, en una escribanía o con una tutela judicial? ¿Qué quedó de la virtud de la comunicación con el paciente o su familia y del respeto por sus preferencias y más en este caso en que la acción debida constituye una auténtica obligación médica? Es muy peligroso menospreciar con el silencio este vínculo entre el equipo médico y la familia como aquí se lo ha hecho en el ámbito médico y también en la decisión judicial. Si la preocupación de los médicos y del tribunal por la defensa de la vida y de la salud es elogiable, no ha sido este ejemplo trágico la mejor oportunidad para expresarla.

En EE.UU. (Chicago, 1988) el señor Linares, llevó a su niño Samuel de ocho meses a una guardia por una asfixia ocasional por la ingestión de una pelota, pero no pudo ser recuperado y quedó con un coma irreversible con asistencia respiratoria mecánica, en terapia intensiva primero y luego en una unidad de larga duración. Sus padres no pudieron lograr en los meses subsiguientes el quite del respirador para permitir una muerte digna para su hijo. Un día Rudy Linares, el padre, entró violentamente a Terapia, y bajo amenaza de muerte a todo el personal tomó a su hijo en sus brazos, lo acunó y lo liberó del respirador hasta que constató su muerte. Hecho esto, se desmoronó llorando y se entregó a la Policía. Perdió su libertad luego de haber conseguido la de su hijo. Este angustiado padre finalmente no fue condenado. Por favor, aprendamos que la incomprensión puede generar una violencia inesperada.