Reflexiones | 08 JUN 06

Sexualidad y angustia en la adolescencia

Madre, ama perversa

La autora toma dos novelas eróticas de Georges Bataille, historias “que llevan al extremo el principio del placer en el dolor”, para examinar cómo en la adolescencia se manifiestan, “en un solo tiempo, la angustia, el goce, y los actos transgresores”, entre ellos la iniciación sexual.
Por Maria Cristina Poli *

Preparar al joven para la sexualidad y la agresividad es la función que, según refiere Michel Foucault en su Historia de la sexualidad, cabe al arte de la iniciación –ars erotica–, tal como se presenta en las culturas orientales. En Occidente, en cambio, se ha desarrollado, de modo inédito, una scientia sexualis, un conjunto de conocimientos sobre el sexo, en desmedro del desarrollo de un saber hacer con el cuerpo, con los dispositivos de obtención de placer y de ejercicio sexual. Este saber exterior a la experiencia, a la que se propone sustituir, viene asociado, señala Foucault, a una cultura en la cual la sexualidad se expresa en un “erotismo discursivo generalizado”: se exige que se hable del sexo y sobre el sexo; se espera que algo de la verdad del sujeto aparezca por la confesión de su relación con el sexo; se le impone al sujeto la búsqueda desenfrenada de un placer anticipado en el discurso. Asociado a una propedéutica de la buena y bella forma, el discurso del erotismo somete al joven, tornándolo objeto de medidas pedagógicas a menudo crueles.

Educación sexual en lugar del arte de la iniciación. Un ejemplo es el éxito de programas de televisión y de libros dedicados a la educación sexual a partir de la explicación científica del funcionamiento del cuerpo. También, la queja cotidiana de los adolescentes de que se imponen modelos de ejercicio sexual y de relación con el cuerpo propio, desconsiderando la puesta en acto singular del deseo.

El sujeto así dejado de lado se refugia en la literatura erótica. No por casualidad la figura de la iniciación y del iniciado componen, de modo general, la cima de esta literatura. Ahí también, más que el abordaje de una sexualidad finalmente auténtica, se trata el develamiento de un escenario donde el saber se impone a la experiencia y la dispensa. En las figuras del Amo perverso y del joven inocente identificamos la posición de sumisión del adolescente a los preceptos que Freud, en Malestar en la cultura, denominó “superyó cultural”. Pautado por el poder disciplinario, el deber de gozar se impone en la preservación del tabú de la virginidad del deseo.

Las obras de Georges Bataille, como las del Marqués de Sade, desarrollan ese enredo en torno de la dupla adolescente/amo perverso. Mi madre, de Bataille, como Filosofía en el tocador, de Sade, son ejemplos clásicos de un proceso de iniciación sexual de los jóvenes, guiados por adultos que desean transmitirles el gusto por los placeres y los excesos. En ambos encontramos la marca de una provocación moral, de un proceso intencionalmente corruptor de los ideales culturales. El texto sadiano, sobre todo, se presenta al lector como un espejo de la cultura: un modo irónico de denunciar el simulacro de las buenas costumbres que la educación pretende transmitir. En ese sentido, estas narrativas no están dirigidas verdaderamente a los adolescentes; se proponen como develamiento de la verdad que rige por detrás de las falsas apariencias.

Me detendré en dos novelas de Georges Bataille. Ambas son historias de adolescentes, jóvenes que llevan al extremo el principio del placer en el dolor, a través de una búsqueda desenfrenada por el exceso y por la transgresión. En Historia del ojo, el personaje principal es un joven de 16 años que inicia así su narración: “Fui educado solo y, si mal no recuerdo, estaba ansioso por las cuestiones sexuales”. Este personaje, que permanece sin nombre a lo largo del libro, no tiene propiamente un amo; tiene una compañera, Simone, que lo conduce y lo acompaña en experiencias sexuales desmedidas. El texto refleja un mundo de ejercicio brutal del sexo por parte de los dos jóvenes, sin romanticismo, sin atenuantes ni unión amorosa. La narrativa es cruda, descriptiva, pornográfica y cruel. Los personajes adultos, cuando aparecen, habitan otra esfera. La madre de Simone se conduce de manera especialmente patética, permaneciendo completamente indiferente y melancolizada ante las prácticas de su hija. Pero es también frente a ella que el título del libro cobra sentido: a partir de la mirada de la madre, los huevos empleados por los amantes en el sexo anal se transfiguran en ojos: huevos-ojos (oeufs et yeux, casi homofónicos en francés). Recurso alegórico a lo originario que no ahorra la puesta en acto de la escena primaria. Sin constituirse la metáfora, los jóvenes permanecen en sus andanzas sin puerto de anclaje, remitidos siempre a lo mortífero y al pasaje al acto.

La madre también es el personaje clave de otro libro en que Bataille explora la experiencia adolescente de la iniciación sexual. La trama de la novela erótica Mi madre se inicia cuando Pierre, el narrador de la historia, tiene 16 años y atribuye las infelicidades de su vida familiar a la presencia de un padre enfermo y alcohólico. Su madre le parece una santa mujer, por la que alimenta una pasión devota. Con la muerte del padre, Pierre es introducido por la madre en la verdad sobre su vida y sobre su carácter. Se devela entonces, para él, un mundo de corrupción y perversidad en el cual su madre tiene práctica activa. Celosa de la relación con el hijo, ella decide introducirlo en este mundo, transmitiéndole como herencia su modo de gozar la vida.

A pesar de que el tema puede chocar al presentar una relación edípica tan directamente sexualizada con una presencia tan maciza del cuerpo y el erotismo, el lector queda protegido por un velamiento de la fantasía y una inscripción de la prohibición. Se tiene la impresión de estar frente a la descripción detallada de lo que Freud, en su texto sobre la novela familiar, menciona como una fantasía típica del púber: el rebajamiento de las figuras parentales por el descubrimiento de la sexualidad de la figura materna y la declinación simbólica del padre. Más allá de eso, Bataille nos revela allí uno de los fundamentos de su pensamiento que lo convertirán, además de literato, en intelectual y filósofo. Extremadamente devoto, el autor expresa, a través de las palabras de la madre, los argumentos por los cuales el encuentro erótico con el dolor y la privación son, para él, formas de la presentificación de Dios.

El fundamento teológico de la novela erótica –presente también en Sade– da pistas acerca del lugar del sujeto con relación al saber sobre el sexo, lugar de sumisión y servidumbre a las exigencias de los ideales fálicos, como forma de iniciarse en sus misterios.

Como escribe Ana Costa (“Iniciaçao sexual e declaraçao do sexo”, en Masculinidade em crise, Appoa, Porto Alegre, 2005), “la iniciación se sitúa en relación a un cambio de estado, en el pasaje adolescente por ejemplo. Es un término que hace alusión a los misterios: misterio del sexo o, incluso, del deseo. Por ser un misterio, la referencia a un saber dirige ese cambio de estado. Y, ya que se representa como del orden del ‘misterio’, puede venir impregnada de un sentimiento religioso. Confirmamos esto en esas figuras que, en los montajes sociales, servirán a lo largo del tiempo para dar cuerpo a la iniciación, en tanto apropiación de un saber ligado a ese tema. Se colocarán, por ejemplo, en el ‘guerrero’ y en el ‘escriba’, como figuraciones de lo masculino que encarnarán, a lo largo de los siglos, la sumisión a los designios de los misterios. Esas presentan paradojas: su encarnación era reservada a los hombres, pero en una posición feminizada; o sea, actuaban la virilidad en una condición de pasividad y de servidumbre”.

La figura de la madre como ama perversa ilustra bien esta condición de la producción de un velo –goce fálico– ante la inevitable confrontación con la castración. Freud (“La organización ge

 

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