Teniente de navío Juan Carlos Campana | 26 DIC 02

Anécdotas de un médico que estuvo varado en la Antártida

Desde que subió al Irízar estuvo casi 200 días alejado de sus afectos. A fines de julio se pasó al buque alemán que había quedado atrapado en los hielos. Su buen humor le puso calidez al frío.

Es probable que su sentido del humor lo haya ayudado, y mucho, a pasar el invierno en un paisaje blanco y frío en el que el Sol apenas se anima a salir. El teniente de navío médico Juan Carlos Campana eligió quedarse a bordo del barco alemán Magdalena Oldendorff luego del frustrado intento de rescate del Almirante Irízar en la Antártida. Estuvo 200 días alejado de su familia, su novia, sus amigos. Ayer regresó a Buenos Aires con una sonrisa cálida y brillo en los ojos.

"No encontré otro barco atrapado... Se me terminaron las excusas: tengo que fijar fecha de casamiento", confiesa este chaqueño de 32 años, con la cuota de gracia que supo mantener en la charla con los periodistas que lo esperaron en Ezeiza.

Campana está en el salón Vip de la Fuerza Aérea del aeropuerto. Allí arribó procedente de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde se despidió de los 18 marines del Oldendorff. A fines de julio se sumó a esa tripulación para cubrir las emergencias sanitarias que pudieran presentarse. Y hace unos días, las condiciones favorables del tiempo permitieron que el buque empezara a navegar por sus propios medios y comenzó a traspasar las barreras de hielo.

El médico se saca la gorra del uniforme, la sostiene debajo del brazo y empieza a hablar: "Fue una experiencia personal única, enriquecedora". Destaca que fue en lo personal porque su tarea profesional no tuvo sobresaltos: "Atendí traumatismos, dolores musculares, algunas indigestiones", enumera. "Para ellos, tener un doctor a bordo fue como un talismán, casi una cuestión psicológica", define.

Cuando le puso palabras al momento que quedó grabado en su corazón, Campana se quebró. "La imagen de mis compañeros del Irízar saludando en el puente... la despedida de una familia, ¿entienden?" Y no pudo evitar las lágrimas.

El Irízar se fue y él se quedó en el enorme buque alemán conviviendo con marines de Polonia, Ucrania, Filipinas y Maldivia. El capitán era ruso. "Nos llevamos muy bien. Aprendí a hablar bastante inglés... también a mover las manos y hacer mímica. Era cómico oír cómo cada nacionalidad le imponía una entonación distinta a las palabras. Al final comprobé que, cuando hay buena onda, los que se quieren entender se entienden".

Cuenta que al cocinero filipino le enseñó a preparar

 

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